/ miércoles 10 de febrero de 2021

“Nos están baleando”: el atentado fallido contra el General

La mañana del 6 de marzo de 2007, un comando armado agredió a Francisco Fernández Solís cuando se disponía a abordar su camioneta, estacionada en el lobby del Hotel Calinda

6 de marzo de 2007, por la noche.

En una casa de seguridad perteneciente a los Zetas, ubicada en Tierra Colorada, los miembros de la “estaca” analizan su fracaso. Meses después, luego de haber sido detenidos casi todos ellos por la AFI, y según las declaraciones asentadas en la causa penal 53/2007-IV, el fallido atentado contra el general de División diplomado del Estado Mayor Presidencial, Francisco Fernández Solís, causó enojo entre los apodados “Norteños”, de Matamoros, Tamaulipas, quienes fueron comisionados por Manuel Pereyra González alias el “Milimétrico” –Le decían así por su baja estatura, pero era el jefe de la célula más sanguinaria de la plaza tabasqueña- para matar al reluciente Secretario de Seguridad Pública de la administración granierista.

Unas horas antes, Pedro alias “Puñeta”, el Pelón, Arturo Zacarías, el “Shakira”, Damián y el “Capitán” se encontraban apostados en las inmediaciones del hotel Calinda Viva de Villahermosa. Tripulan dos camionetas. Se especula que los acompañaba Dolores Díaz Beltrán alias “La Lola” (La “Narco Reina” detenida a finales de octubre del 2009 después de una visita al Creset de Tabasco), quien habría estado comisionada para, llegado el momento, entorpecer el tráfico de la avenida Ruiz Cortines a la altura de Benito Juárez, con objeto de facilitar la huida de los sicarios, quienes ese día tenían una sola encomienda: acabar con la vida del general. Todos los involucrados sabían que la muerte de este hombre era necesaria para la continuidad del negocio.

Declaración de Akal Sosa: “Al general lo había tratado de matar un grupo armado porque estaba reventando las tienditas que venden droga en la ciudad. Habían contactado al Duende, del grupo táctico de Seguridad Pública (SSP). Payró Morales le habría propuesto a David Sánchez Alejandro, mando de la SSP , que “pusiera” al general para que lo mataran. Arquímedes, dueño de las armas, dijo en su declaración quiénes dispararon contra el general: el Peje, Tin y Tan, y el Nipón, “aunque éste ya se había arrugado porque el general repelió la agresión”. Los cuatro provenían de Matamoros, Tamaulipas.

Declaración de Samuel Pascual Sánchez: “En la camioneta Lincoln iban el Shakira, Damián y el Capitán, quien llevaba un cuerno de chivo y los demás puros R-15. Pedro manejaba la camioneta blanca. “Nos estacionamos en el Vips; la otra camioneta la llevaba el Capi. A Damián le dieron un trancazo con una .9 milímetros. Iba chorreando sangre. El disparo salió de la troca del general. El Pelón nos recriminó porque fallamos”.

Zacarías Hernández cuenta parte del diálogo que sostuvieron una noche el Milimétrico, el Peje y el Toro sobre el atentado en contra del general Francisco Fernández Solís, del que fue testigo.

“El Toro dijo: ¿Cómo es posible que hayan fallado al dispararle al general? “Lo que pasa es que se atontaron”, secundó otro con acento norteño, “porque ese cabrón estaba sangrando de la mano”. En eso estaban cuando entró uno de los escoltas del Peje con una R-15 y le dijo al jefe Milimétrico mostrándole su arma: ‘¿Cómo ésta no falló cuando les disparaste a los polis?”. El jefe Mili respondió: “No, cabrón, hasta fuego echaba; ésta sí responde”

“LLUEVE PLOMO” EN EL HOTEL

Es el 6 de marzo de 2007, a las 8:30 de la mañana.

El general Francisco Fernández Solís se dispone a salir del hotel Calinda Viva por el motor lobby, donde lo esperaba su camioneta.

Se había levantado muy temprano porque tenía un desayuno y después un evento de relaciones públicas: a las diez iba a presidir el foro “Diálogo con la ciudadanía en materia de Seguridad Pública”, en el salón Mirador del municipio de Teapa, hasta donde se trasladaría con su comitiva. Un par de horas antes, el general había abandonado la habitación número 385, la cual ocupaba desde diciembre, cuando llegó a Tabasco por invitación del gobernador. Trotó algunos minutos por el parque Tomás Garrido en compañía de Alonso Altamirano Luna.

Luego de ducharse, se reunió en el restaurante con Héctor Riva Valenzuela, quien se desempeña como su asesor en la Secretaría de Seguridad, así como del capitán Adrián de Jesús Gutiérrez, Subsecretario de Prevención y Readaptación Social. En otra mesa, se encontraba el teniente Luna, los oficiales Leobardo Acosta Gutiérrez, guardaespaldas del general Francisco Fernández y Darío, asistente del capitán Adrián de Jesús.

Al terminar, se encaminan a la salida. Afuera, en una camioneta Suburban que ya tiene las puertas abiertas, lo espera José de la Luz Pérez Mayo, su chofer.

Todo ocurre en unos segundos. De las camionetas estacionadas se bajan tres sicarios. Los otros permanecen dentro con los motores encendidos, listos para arrancar. De inmediato se ubican en formación “triángulo” para no descubrir ningún flanco de su objetivo. Abren fuego.

Las armas de los sicarios escupen plomo durante treinta segundos que parecen alargarse y transcurrir en cámara lenta. El chofer y escolta José de la Luz Pérez Mayo desenfunda su .9 milímetros y repele el ataque. Pero su posición es poco ventajosa y los proyectiles de sus verdugos lo perforan en 22 ocasiones antes de que él pudiera vaciar por completo su cargador.

El chofer queda tirado boca abajo sobre un charco de sangre, agua y aceite del vehículo destrozado. Del otro lado, el general también desenfunda su arma reglamentaria. Es un viejo militar curtido entre el olor a pólvora y el estruendo de las detonaciones, así que no se arredra ante sus atacantes. No le tiembla el pulso. Alcanza a herir al “Nipón” en una mano, por lo que los delincuentes tocan a retirada.

Lanzan la última ráfaga. José Adrián de Jesús Gutiérrez Gómez, Subdirector de Readaptación y Previsión Social, tirado en el piso, pide ayuda por el radio. “Nos están baleando, nos están baleando. Estamos en la parte posterior del hotel Calinda Viva”.

Los proyectiles hacen pedazos el fuselaje de la camioneta Suburban, pasan de largo y se incrustan en la pared del hotel. Una esquirla alcanza en la cara al general, cerca del párpado. Con el arma humeando en la mano, chorreando sangre, el militar se repliega al interior.

Luego se hace el silencio. Los atacantes huyen, pero el primer atentado a un militar de alto rango en la historia reciente, no sólo de Tabasco sino del país, inauguraba una era sangrienta para el edén.

6 de marzo de 2007, por la noche.

En una casa de seguridad perteneciente a los Zetas, ubicada en Tierra Colorada, los miembros de la “estaca” analizan su fracaso. Meses después, luego de haber sido detenidos casi todos ellos por la AFI, y según las declaraciones asentadas en la causa penal 53/2007-IV, el fallido atentado contra el general de División diplomado del Estado Mayor Presidencial, Francisco Fernández Solís, causó enojo entre los apodados “Norteños”, de Matamoros, Tamaulipas, quienes fueron comisionados por Manuel Pereyra González alias el “Milimétrico” –Le decían así por su baja estatura, pero era el jefe de la célula más sanguinaria de la plaza tabasqueña- para matar al reluciente Secretario de Seguridad Pública de la administración granierista.

Unas horas antes, Pedro alias “Puñeta”, el Pelón, Arturo Zacarías, el “Shakira”, Damián y el “Capitán” se encontraban apostados en las inmediaciones del hotel Calinda Viva de Villahermosa. Tripulan dos camionetas. Se especula que los acompañaba Dolores Díaz Beltrán alias “La Lola” (La “Narco Reina” detenida a finales de octubre del 2009 después de una visita al Creset de Tabasco), quien habría estado comisionada para, llegado el momento, entorpecer el tráfico de la avenida Ruiz Cortines a la altura de Benito Juárez, con objeto de facilitar la huida de los sicarios, quienes ese día tenían una sola encomienda: acabar con la vida del general. Todos los involucrados sabían que la muerte de este hombre era necesaria para la continuidad del negocio.

Declaración de Akal Sosa: “Al general lo había tratado de matar un grupo armado porque estaba reventando las tienditas que venden droga en la ciudad. Habían contactado al Duende, del grupo táctico de Seguridad Pública (SSP). Payró Morales le habría propuesto a David Sánchez Alejandro, mando de la SSP , que “pusiera” al general para que lo mataran. Arquímedes, dueño de las armas, dijo en su declaración quiénes dispararon contra el general: el Peje, Tin y Tan, y el Nipón, “aunque éste ya se había arrugado porque el general repelió la agresión”. Los cuatro provenían de Matamoros, Tamaulipas.

Declaración de Samuel Pascual Sánchez: “En la camioneta Lincoln iban el Shakira, Damián y el Capitán, quien llevaba un cuerno de chivo y los demás puros R-15. Pedro manejaba la camioneta blanca. “Nos estacionamos en el Vips; la otra camioneta la llevaba el Capi. A Damián le dieron un trancazo con una .9 milímetros. Iba chorreando sangre. El disparo salió de la troca del general. El Pelón nos recriminó porque fallamos”.

Zacarías Hernández cuenta parte del diálogo que sostuvieron una noche el Milimétrico, el Peje y el Toro sobre el atentado en contra del general Francisco Fernández Solís, del que fue testigo.

“El Toro dijo: ¿Cómo es posible que hayan fallado al dispararle al general? “Lo que pasa es que se atontaron”, secundó otro con acento norteño, “porque ese cabrón estaba sangrando de la mano”. En eso estaban cuando entró uno de los escoltas del Peje con una R-15 y le dijo al jefe Milimétrico mostrándole su arma: ‘¿Cómo ésta no falló cuando les disparaste a los polis?”. El jefe Mili respondió: “No, cabrón, hasta fuego echaba; ésta sí responde”

“LLUEVE PLOMO” EN EL HOTEL

Es el 6 de marzo de 2007, a las 8:30 de la mañana.

El general Francisco Fernández Solís se dispone a salir del hotel Calinda Viva por el motor lobby, donde lo esperaba su camioneta.

Se había levantado muy temprano porque tenía un desayuno y después un evento de relaciones públicas: a las diez iba a presidir el foro “Diálogo con la ciudadanía en materia de Seguridad Pública”, en el salón Mirador del municipio de Teapa, hasta donde se trasladaría con su comitiva. Un par de horas antes, el general había abandonado la habitación número 385, la cual ocupaba desde diciembre, cuando llegó a Tabasco por invitación del gobernador. Trotó algunos minutos por el parque Tomás Garrido en compañía de Alonso Altamirano Luna.

Luego de ducharse, se reunió en el restaurante con Héctor Riva Valenzuela, quien se desempeña como su asesor en la Secretaría de Seguridad, así como del capitán Adrián de Jesús Gutiérrez, Subsecretario de Prevención y Readaptación Social. En otra mesa, se encontraba el teniente Luna, los oficiales Leobardo Acosta Gutiérrez, guardaespaldas del general Francisco Fernández y Darío, asistente del capitán Adrián de Jesús.

Al terminar, se encaminan a la salida. Afuera, en una camioneta Suburban que ya tiene las puertas abiertas, lo espera José de la Luz Pérez Mayo, su chofer.

Todo ocurre en unos segundos. De las camionetas estacionadas se bajan tres sicarios. Los otros permanecen dentro con los motores encendidos, listos para arrancar. De inmediato se ubican en formación “triángulo” para no descubrir ningún flanco de su objetivo. Abren fuego.

Las armas de los sicarios escupen plomo durante treinta segundos que parecen alargarse y transcurrir en cámara lenta. El chofer y escolta José de la Luz Pérez Mayo desenfunda su .9 milímetros y repele el ataque. Pero su posición es poco ventajosa y los proyectiles de sus verdugos lo perforan en 22 ocasiones antes de que él pudiera vaciar por completo su cargador.

El chofer queda tirado boca abajo sobre un charco de sangre, agua y aceite del vehículo destrozado. Del otro lado, el general también desenfunda su arma reglamentaria. Es un viejo militar curtido entre el olor a pólvora y el estruendo de las detonaciones, así que no se arredra ante sus atacantes. No le tiembla el pulso. Alcanza a herir al “Nipón” en una mano, por lo que los delincuentes tocan a retirada.

Lanzan la última ráfaga. José Adrián de Jesús Gutiérrez Gómez, Subdirector de Readaptación y Previsión Social, tirado en el piso, pide ayuda por el radio. “Nos están baleando, nos están baleando. Estamos en la parte posterior del hotel Calinda Viva”.

Los proyectiles hacen pedazos el fuselaje de la camioneta Suburban, pasan de largo y se incrustan en la pared del hotel. Una esquirla alcanza en la cara al general, cerca del párpado. Con el arma humeando en la mano, chorreando sangre, el militar se repliega al interior.

Luego se hace el silencio. Los atacantes huyen, pero el primer atentado a un militar de alto rango en la historia reciente, no sólo de Tabasco sino del país, inauguraba una era sangrienta para el edén.

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