NUEVA YORK. El 15 de septiembre de 2001 a las siete de la mañana Lucelly Gil se adentró en el inmenso nubarrón de polvo tóxico que dejó el derrumbe de las Torres Gemelas en Nueva York. A partir de ese momento recogería allí escombros hasta 12 horas por día, cada día, durante seis meses.
Dos décadas después, esta colombiana de 65 años sin papeles vive con las secuelas de ese trabajo: es sobreviviente de cáncer de mama -uno de los más frecuentes en las mujeres que estuvieron en el sitio de los atentados-, tiene un brazo inutilizado que le provoca tanto dolor que la hace llorar a diario y sufre de depresión.
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Durante ocho meses tras los atentados, decenas de miles de personas -muchos de ellos inmigrantes- limpiaron la “Zona Cero” donde se erguía el World Trade Center, vaciaron y demolieron otros edificios dañados, y retiraron 1.8 millones de toneladas de escombros del área a cambio de unos 7.5 a 10 dólares la hora.
No lo sabían entonces, pero la exposición al asbesto y a otros materiales tóxicos como el plomo les acarrearía cáncer, asbestosis y un sinfín de enfermedades respiratorias, además de estrés postraumático, ansiedad y depresión.
“No me gusta recordar los aniversarios de la Zona Cero (...) Siento que estoy retrocediendo”, dijo Gil llorando en una reciente sesión del grupo de apoyo a limpiadores latinos del 11/9 “Fronteras de Esperanza”, que todavía se reúne ocasionalmente en el distrito neoyorquino de Queens.
Gil aún sueña con convertirse en residente legal de Estados Unidos como premio por ese empleo que la dejó inhabilitada para trabajar de por vida.
Un exrepresentante demócrata de Nueva York llegó incluso a presentar un proyecto de ley en este sentido en 2017, pero nunca fue debatido en el Congreso.
Más de 2 mil limpiadores, rescatistas y policías murieron debido a enfermedades vinculadas al 11/9, según el fondo federal de indemnización a las víctimas.
En los últimos años, muchos limpiadores indocumentados, algunos enfermos, “fueron deportados”, asegura la trabajadora social Rosa Bramble, que desde 2010 lidera el grupo “Fronteras de Esperanza” en su consultorio de Queens.
Otros regresaron a morir a sus países, porque estaban enfermos y ya no podían trabajar. “Aquí no podían pagar un alquiler”, dice la profesora de la Universidad de Columbia, de origen venezolano.
“Estamos en el olvido”, dice Rosa Duque, una limpiadora guatemalteca de 56 años que respira con dificultad y reclama la residencia permanente para todos los sin papeles que limpiaron la Zona Cero.