Más que un ritual al lavar la ropa: padres de la CDMX reinventan la paternidad

Todos se saludan, se identifican, casi hasta se conocen por la ropa que lavan, pero difícilmente cruzan más dos frases cada que se juntan en la lavandería

Omar Rivera / El Sol de México

  · viernes 14 de junio de 2024

Padres de la lavandería. Ilustración: Alejandro Gómez

“Es como si se pusieran de acuerdo para venir a lavar juntos. Los sábados, de 12 a 5, la lavandería es de ellos, puros hombres”, dice Daphne, dependienta de una Aquamátic ubicada al norte de la Ciudad de México.

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No se explica por qué siempre llegan puntuales, cada uno a su hora, a lavar su ropa, la de sus novias o esposas y hasta las de sus hijos, los que tienen.

Es un gran pabellón blanco, con algunas plantas. Hay al menos 10 lavadoras chicas, las de 15 kilos; seis grandes para 25 kilos de ropa y dos jumbo, que sólo utilizan los que pasan semanas sin lavar o cuando toca llevar la ropa de cama.

Son seis o siete los que siempre llegan en ese horario. Solos. De vez en cuando uno de los más jóvenes lleva a su hija. Ruidosa, juguetona, una niñita de apenas cinco años que todos conocemos porque siempre le gritan por su nombre que no se moje, que no se meta a las lavadoras, que no se aparte de la vista vigilante de papá. Romina.

Parece una manifestación del machismo ancestral de los hombres. Todos usan siempre la misma lavadora y la misma secadora

Alfredo es el nombre del padre. Debe rondar los 30, quizá un poco menos. Delgado, blanco, con el cabello chino, algo tímido. Usa playeras de futbol, bermudas deportivas y unas horrorosas Crocs verde limón con muchos pines.

Su rutina es siempre la misma. Cuando no lleva a Romina usa una lavadora grande, de 25 kilos. Casi siempre la primera de la fila pegada al mostrador.

Parece una manifestación del machismo ancestral de los hombres. Todos usan siempre la misma lavadora y la misma secadora, y todos, al menos de ese grupo de clientes, saben cual usan los demás, cuál es su territorio, y como caballeros, respetan ese territorio.

Todos se saludan, se identifican, casi hasta se conocen por la ropa que lavan

Cada rutina de lavado toma entre hora y media y dos horas, dependiendo de cuánta ropa se lave. Y durante ese tiempo, cuando el grupo está reunido, parece una fábrica, cada quien con su rutina, con su forma de doblar la ropa, con su forma de llenar los contenedores de jabón, suavizante blanqueador, con la forma particular de separar la ropa en la secadora. Rutinarios, metódicos.

Todos se saludan, se identifican, casi hasta se conocen por la ropa que lavan, pero difícilmente cruzan más dos frases cada que se juntan en la lavandería.

Alfredo es de los que compra todo en el lugar, una bolsa chica de jabón Más Color de 27 pesos, un Suavitel de 35 y un Vanish blanco de 900 mililitros.

Cada uno de los padres que asisten a la lavandería tiene un ritual específico que da paso anuevas masculinidades. | Foto: Edgar Negrete Lira / Cuartoscuro.com

Juega con su Nintendo portátil durante la media hora que dura su ciclo de lavado, se acompaña de una Coca Cola de lata y sus audífonos cuando no llega con Romina.

Casi siempre, cerca de la una, se aparece Tomás, un clásico tipo de barrio, tatuado, con más pinta de malandro que de otra cosa, pero sólo es la pinta. Muy educado, es de los pocos que da un buenas tardes a todos y cada uno de los que están en el local.

Siempre lleva su ropa en una mochila de lona tipo militar. Uniformes de una empacadora de embutidos. Parece que tiene novia, es casado, o al menos vive con una mujer porque la mitad de la ropa que lava es femenina.

Muy puntuales cada semana, parece que se sincronizan a propósito para lavar.

Es de los que lleva sus cosas. Suavizante, jabón y vinagre en botellas de refrescos de 600 mililitros. Él casi siempre usa una lavadora chica, de las que están en la hilera de enmedio del local, pero muy pegado a la puerta.

Siempre lleva sus audífonos de los que se alcanza a escuchar música sonidera. Cuando se deja llevar saca los pasos prohibidos mientras dobla su ropa. Es divertido porque no mide más de un metro sesenta centímetros pero mientras baila se alcanza a escuchar, a veces, la cumbia de Medio Metro.

Fuma afuera del local un cigarrillo mientras se lava su ropa y otro durante el ciclo de secado. Marlboro rojos en cajetilla blanda. Siempre busca platicar con quien esté, como él, fumando.

Todos se saludan, se identifican, casi hasta se conocen por la ropa que lavan. | Foto: Edgar Negrete Lira / Cuartoscuro.com

Es sumamente metódico acomodando su ropa, como si cada doblez estuviera medido con regla. Parece ser que es el momento que más disfruta. Doblando y bailando. Una cumbia, una salsa, un corrido. Termina, guarda sus prendas en su bolsa de lona y se va, no sin antes despedirse de todos, al menos los que ubica de cada sábado.

Son las 14:30. Sale Tomás, entra Jorge. Muy puntuales cada semana, parece que se sincronizan a propósito para lavar.

Casi un metro 80, güero, atlético. De entre 30 y 35. Daphne y sus amigas siempre se pelean por atenderlo en el mostrador y él les da vuelo. Destila vanidad en todo. Usa dos lavadoras chicas, una para camisas que parecen de seda por los colores brillantes y lo ligero de la tela. Sólo camisas van en esa lavadora.

Día del padre. Ilustración: Alejandro Gómez


Diego es de los que pone vinagre en su lavadora para que no se decoloren sus playeras negras.

Su rutina es coquetear con las empleadas en el mostrador mientras se lava su ropa. De vez en cuando le hace la plática a alguna chica que llega sóla al local. Por ahí alguien murmura que tiene novia.

Cuidadosamente saca sus camisas, una por una, cuando terminan sus 30 minutos del ciclo de lavado. Las separa, cuidando que no se enreden o se puedan romper, la seda mojada es muy delicada, dice a una joven que se le queda viendo.

Las mete a la secadora con el mismo cuidado, selecciona la temperatura más baja y solo las deja medio ciclo, 13 minutos. Terminando repita la rutina. Saca una por una, las coloca en ganchos y cuidadosamente las pone en la cajuela de su auto.

Varios hombres se sincronizan de manera casi perfecta para ir a lavar. | Foto: Edgar Negrete Lira / Cuartoscuro.com

Una musiquilla suena de fondo. Baterías de doble bombo, guitarras veloces, cantos guturales. Es Diego, un muchachillo de unos 22 años que gusta de escuchar música con una calidad de sonido impecable, o al menos eso dicen sus audífonos Sennheiser que son más de estudio que para andar en la calle.

Casado hace apenas un par de meses, lleva su ropa, la de su novia y la de un bebé, niño al parecer por los colores de sus mamelucos. Su ropa en cambio, negra, con los logos de las bandas que escucha.

Sodom, Testament, Pantera, Iron Maiden, Exodus. Bandas que difícilmente escuchan ya los jóvenes de su edad, pero de las que él tiene muchas playeras. Contrastan con su uniforme de Coppel que lava a parte junto con la ropa de su esposa y del bebé.

Día del padre. Ilustración: Alejandro Gómez


Nuevas masculinidades les dicen algunos, una tarea o un deber lo consideran otros

Llegó a la lavandería hace apenas unas semanas. Aprendió del resto del grupo como usar una lavadora, en cuál contenedor va cada producto, uno para el prelavado, en el que pone un parte de jabón en polvo y otra de Vanish; otro para el suavizante, que normalmente es del Ensueño. En el lavado principal pone más detergente en polvo. Ace. Ese en particular es odioso porque si se pone de más, deja grumos que el siguiente usuario de la lavadora tiene que enjuagar.

Diego es de los que pone vinagre en su lavadora para que no se decoloren sus playeras negras.

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Así las rutinas de cada uno. Nuevas masculinidades les dicen algunos, una tarea o un deber lo consideran otros. Para Omar son las únicas dos horas de la semana de verdadera paz, sin llamadas o mensajes, sin estrés, sin pensar. Sólo la música y el olor a ropa recién lavada. Olor a Downy romance, del moradito, eso es paz.