En Villahermosa hay ventanas que son como ojos a otros mundos, a otras épocas. Puertas que alguna vez hablaron el lenguaje de las bienvenidas, y que hoy, parecen haberse abierto para dejar ir a todos y a todo, incluyendo al tiempo.
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Es esta una ciudad que envejece a prisa, cuyas calles guardan las memorias de esos otros que las habitaron, pero cuyas construcciones parecen olvidarse de sí mismas, en aras de un progresismo desbocado que pretende "remodelarlo" todo, que todo lo sustituye.
Transitar por la sucesión de nombres impresos en la nomenclatura de avenidas y calles, es un viaje a través de de la historia de nuestra Villahermosa: Narciso Mendoza, Francisco Javier Mina, 2 de abril, Santos Degollado, Francisco J. Santamarina...
En el recorrido, saltan a la vista las cicatrices urbanas: alcantarillas sin tapa de las que "crecen" árboles sin destino, baches y banquetas rotas, así como mobiliario urbano vandalizado...
Marañas de cableado eléctrico, medidores de la CFE que brotan de las paredes como quistes metálicos, viejos climas de ventana murmurando y goteando lágrimas condensadas, bajo su propio techo de láminas. Rejas herrumbrosas, candados y cadenas que niegan el paso a una hipotética invasión de indigentes a los espacios privados que se caen de ruinosos...
"Yo soy la puerta" reza el Antiguo Testamento.
Sobre algunas puertas y ventanas de las casas que aún subsisten, es posible divisar llamados de auxilio: "Rento cuarto", o bien "Se vende esta propiedad", seguido de un teléfono. Otras; "Se vende hielo", "Se dan clases de regularización", "Se cuidan perros"...
Para muchas de las edificaciones del primer cuadro de la ciudad y sus ocupantes, la ayuda nunca llegó: de los interiores, a través de las ventanas crecen enredaderas y otras frondas en señal de naufragio, de irremisible abandono.
En 27 de febrero y otras muchas vialidades que discurren por el centro, es posible contabilizar más de una veintena de casas en franco derrumbe; carcasas vacías que funcionan como muestrarios de cascajo, exhibidores de ruinas, tiradero de techos colapsados.
En cambio, en el antiguo callejón de Puerto Escondido hay ojos de papel volando y palomas que gorjean bajo un sol implacable, proyectando sombras alargadas sobre puertas, paredes y ventanas.
"Mi viejo corazón toca a una puerta", escribió José Ángel Buesa.
Mucho más al oriente, en Constitución, puede verse un zaguán disimulado por una cortina de pétalos de flores artificiales, blancas y rojas... detrás de ella, un grupo de sexoservidoras en espera de cliente matan el calor y el aburrimiento de la tarde escuchando música tropical. Afuera, hay un letrero que dice; "Se renta baño" y "Hospedaje y azúcar". Para muchos, esta es la puerta al mundo del placer, al paraíso prohibido pero curiosamente tolerado por el Ayuntamiento de Centro. Pero el transeúnte de ocasión, sólo alcanzará a ver los pies de ellas, entaconados, inquietos como peces dorados y efímeros como una promesa vana...
Si bien la historia externa, pública, pasa entera a través de las puertas, también es posible atisbar otra historia, la historia personal, íntima, interior, a través de las ventanas de las viviendas habitadas.
En una ventana, un gato aguarda la prometedora noche.
En otra, ubicada en la bajada de José María Morelos y Pavón, una ventana adornada con dos pantalones y una toalla que se secan al sol, se parece a una cara sonriente.
"Que la alegría no tire más piedrita / abriré la ventana", como recitó alguna vez Mario Benedetti...