No posee un local definido donde puedan contratarse sus servicios.
“Para eso están los moteles”, afirma con un dejo de sorna. “Son trabajos muy peligrosos, demasiado sucios como permanecer en el mismo lugar después de hacerlos”, añade mientras nos acomodamos en una jardinera, bajo la sombra de un árbol de Plaza de Armas.
Del otro lado, apacible y blanca en medio del calor de la canícula, se encuentra la Iglesia de la Inmaculada Concepción, de "la Conchita", una de las más antiguas de Villahermosa.
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Como si me hubiera leído la mente, aquel hombre lanza una sentencia que eriza la piel; “igual que una iglesia concentra la energía positiva de quienes se congregan en ella, un motel es lo contrario: un lugar que capta las peores cosas que ocurren entre las personas que los frecuentan, a saber; ahí el marido engaña a la mujer y la mujer traiciona los sagrados sacramentos y le pone el cuerno al padre de sus hijos. Además de consumarse las peores traiciones, aquí se dan peleas, orgías, prostitución, drogas y de vez en cuando, hasta uno que otro asesinato. Son ideales para efectuar los trabajos que me encargan mis clientes. En verdad te digo, varón, que de entre los sitios mundanos en los que el Demonio está más a sus anchas, como las cárceles y los antros de vicio, en tercer lugar, seguro se encuentran los hoteles de paso”.
No es un hombre viejo, pero ya no es joven. Lleva barba de candado y lentes oscuros. No tiene acento tabasqueño, pero no le pregunto de dónde es porque lo convenido previamente para la entrevista me lo impide. No viste mal y tiene un ligero amaneramiento, una afectación en sus ademanes que lejos de tratar de enmascarar su homosexualidad, la vuelven ostentosa. Para efectos de la publicación de estas líneas, diremos que se llama Juan.
Además, me confía que hay “toda una red” de oficios subterráneos asociados a sus prácticas. “En esto se encuentran metidos taxistas, enfermeras, narcomenudistas, empleados de funerarias. Las enfermeras, por decirte algo, en sus hospitales consiguen la sangre, las placentas, el semen, algún hueso, las sábanas donde ha sudado su mal un enfermo terminal, o de plano, con la que se ha cubierto a un muerto fresco.
“Los muerteros me consiguen cirios pascuales y flores de velorio. Los taxistas transportan la mercancía a donde sea sin hacer preguntas. ¿Y para qué? Todos estos ingredientes sirven para hacer desde un amarre hasta una salación. Cuando me quedo de ver con un cliente para que me entregue una fotografía, o cabello, ropa de la persona a la que quiere atraer o alejar, siempre le digo que debe ser en uno de estos lugares. Ahí no hay peligro porque es terreno neutral; no es la casa de él, ni la de la víctima, lo cual nos pondría en evidencia, ni mucho menos la mía. Es un lugar que es, pero a la vez no es; es tuyo durante el tiempo que se paga por él, y deja de serlo cuando uno se va. Es perfecto”, señala el brujo.
Afirma que es de los pocos de su oficio que en Tabasco se toman en serio su trabajo.
“Hay mucho charlatán en esto. No creas en esos falsos brujos new age que se dicen blancos pero se visten de negro si les pagas lo suficiente. Son puro show, nomás actúan. Tampoco en esos que te leen el Tarot o los cristales y esas shoterías en locales perfumados con incienso y adornados de imágenes místicas. Yo hago trabajos serios. Si quieres que un amor sea tuyo, dame una foto de ella, por muy borrosa que esté y muy imposible que veas a la mujer, haré que sea ella quien se te ofrezca. Si quieres que tu enemigo se muera, mídelo con un listón negro y tráemelo, y te aseguro que antes de tres días lo entierras. Si quieres que alguien sufra, te doy unos polvos para que se los eches en la comida, y ya vas a ver cómo se retuerce. Aquí hablamos de cosas serias, no de trabajitos pendejos”, fustiga.
Entre sus clientes hay de todo; principalmente narcotraficantes, ladrones de cierto pelo, gente de la calle “como tú o como yo”, y presume que “hasta políticos y funcionarios públicos”. Y precisamente, reitera que como sus clientes son gente que requiere discreción, los moteles “son los mejores sitios para entrevistarse con ellos y complacer sus exigencias”, por muy sofisticadas que estas sean. “Llegas y nadie te vio. Te vas y nadie oyó nada”.
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Cuenta que en una ocasión, un sujeto que lo contactó por recomendación de otro, le pidió hacer una misa de agradecimiento al "Enemigo de los Hombres, por todos los favores recibidos. Yo le expliqué que no era satanista, sino un brujo tradicional, un brujo negro. Se enojó, sacó la pistola y me amenazó. Me tuve que disculpar. Le dije que así, por las buenas, le hacíamos una misa a quien él quisiera. Luego me dio su dirección. Entonces le advertí: en su domicilio no. Bajo el techo que usted habita no lo haga, Varón. En cualquier otra parte, menos ahí. No hizo caso. Ahí se realizó todo lo que él pidió. Me sorprendió mucho entrar a esa casa: era lo que llaman una casa de seguridad. Se dedicaba al mal, ese sujeto y sus compinches. Tenía hasta un altar con bultos (figuras) de la Niña Blanca (la Santa Muerte), Malverde (el patrono de los narcos) y Satanás. En el mismo sótano donde estaba todo eso había también una habitación en la que encerraban a víctimas de secuestro y los enemigos que más tarde ejecutaban. A pesar de que estaba vacío, expedía sufrimiento y dolor, ese cuarto maldito. Esa noche se hicieron las invocaciones y las ofrendas, como lo solicitó. Pero yo sabía que ahí iba a ocurrir algo muy malo, como efectivamente pasó. Poco después, supe por las noticias que ahí, en esa casa, se desató una balacera. Resultó muerto este sujeto, varios detenidos de su banda, y el lugar fue asegurado por la Policía.
“Pero en este caso no le adjudico lo que ahí ocurrió a la práctica de la brujería, sino a que esta persona se dedicaba a actividades ilegales”, dice riendo, otra vez burlonamente.
“Pero, ¿quién quita? Si todo se hubiera hecho como yo le advertí, en un motel, que son como las casas del Diablo, tal vez no le habría pasado nada…”