"La muertita del 309 se me pegó como una chinche"

El escalofriante relato de una mucama que “recogió” en el cuarto de un motel, el fantasma de una jovencita que había perdido a su mamá, y la quería “adoptar” como tal

Ángel Vega | El Heraldo de Tabasco

  · viernes 4 de junio de 2021

Era apenas una jovencita, casi una niña. Tenía su carita muy triste. Estaba asustada, tenía el pelo largo, muy largo, y me miraba detrás de mí, sobre mi hombro derecho. Foto: Cortesía | Facebook

Su nombre, afirma ella, no importa. Al menos no para los fines de esta entrevista, entiendo yo. Lo que importa es que ha trabajado en la mayoría de los hoteles y moteles del sureste mexicano.

Su relato (o su cúmulo de relatos engarzados como una misma historia) es una verdadera joya, si se me permite la expresión. Van de lo trágico, pasando por lo cómico, hasta casi rozar los linderos de lo fantástico.

La única razón para que yo le crea todo, es su avanzada edad, y el hecho de que yo la anduve buscando, sabiendo que una persona como ella tenía que existir en alguna parte, incluso sin conocerla.

Así que me puse a preguntar entre las mucamas de uno y otro hostal hasta dar con esta mujer.

Y ahora aquí está, frente a mí, contándome lo que ha visto a lo largo de 30 años trabajando para diversos hoteles y moteles de la región, incluyendo Veracruz, Tabasco y Cancún.

Salvo por algunos parches y aclaraciones para hacer más fluido el relato, me permito reproducirlo íntegro, con todo y las expresiones coloridas que lo enriquecen.

Foto: Cortesía | maspormas.com

“El primer día (que trabajé en un hotel) me dio ganas de vomitar. Fue allá en el puerto (de Veracruz), a donde iban todas las (mujeres) que se paraban en el parque y en calles cerquita del malecón. Yo estaba chamaca y nunca lo había hecho (…) no sabía lo que era que un hombre con una mujer hicieran de esas cosas. Las camas llenas de pulgas y las cobijas sucias de pelos y de sangre y babas y apestaban tanto que me daban ganas de volver (vomitar), pero ni modo que me echara para atrás si ya había dicho que sí; lo hacía porque ya había trabajado en casas, pero ya no porque a mi padrastro lo metieron a la cárcel quesque por robar a los patrones, y me dijeron que por puro milagro no me metían a mí también y que mejor nunca volviera a hacer limpiezas en las casas de por ahí porque le iban a avisar a todos los que conocían para que estuvieran advertidos que éramos todos unos rateros.

“A mi mamá le fue pior porque se la llevaron los patrones a las casas de empeño una por una a desempeñar todo lo que mi padrastro se había robado con ayuda de ella, asegún. Relojes, anillos, esclavas y hasta monedas antiguas que agarraron de la recámara de los señores de la casa. Ahí iba la pobre de mi mamá en el carro de la patrona al que nunca se había subido ni en sus sueños, atrás del chofer y toda llorosa porque le habían encontrado las boletas en el roperito del cuarto, y pos no le quedó otra que desembuchar. Le juro que yo no sabía nada de nada, estaba muy escuincla o muy tonta o de plano andaba como en otro mundo en el que soñaba que un día iba a crecer y que iba a tener una casa como esa con un marido muy guapo y un carro con chofer, figúrese. Algunas joyas que se habían robado ya no las podían regresar porque hasta las boletas habían vendido, ni modo. Entonces tuvimos que trabajar el doble las dos porque ya no contábamos con lo que mi padrastro llevaba a la casa, o más bien lo que se robaba, pero eso yo no lo sabía yo, le digo, y entonces tuvimos que buscar otros trabajos lejos de ahí.

“Y así fuimos buscando y buscando hasta que mi mamá se cansó de andar buscando y de andar sola y de andar arrastrándome a mí para todos lados, y entonces se arrejuntó con otro señor que conoció en una marisquería del puerto. Ya estando solita me puse a trabajar primero en el hotel Imperio, luego en el Mocambo, en el Floresta, y así uno tras de otro por toda la costa hasta que llegué a Minatitlán y Coatzacoalcos, donde siempre había trabajo porque estaba lleno de petroleros. Y luego hasta llegué más al sur.

Foto: Cortesía | maspormas.com

“Por ese entonces todavía estaba chamaca, pero no era tan aventada como las chamacas de ahora, qué va a ser, nunca me animé a irme a trabajar a la capital, ni tampoco me quise ir a los yunaites (Estados Unidos) como algunas de mis amigas que sí fueron más listas. ¿Estudiar? Pos de onde. Tampoco me casé porque… porque pos vaya usté a saber. No tuve suerte, ya sé que no soy nada agraciada, ni siquiera de joven lo fui.

“Y así fui agarrando experiencia, y un día hasta llegué a ser la jous quiper (house keeper, ama de llaves) de un hotel que se llamaba Barahona, de los primeros que estuvieron en Cancún cuando apenas comenzaban a construir lo que hoy se llama la zona hotelera. Ahí me iba muy bien y estuve varios años en uno y otro, hasta que un día mi mamá me fue a buscar hasta allá para que la ayudara porque estaba muy enferma y ya no podía trabajar. La recibí conmigo y la cuidé y procuré ayudarla a salir de su enfermedad y hasta me gasté todos mis ahorros en eso, pero de todas maneras los doctores ya no pudieron salvarla porque tenía el cáncer muy avanzado y no se pudo hacer nada.

“Se le hizo un agujero horrible en un seno porque no quiso que se lo quitaran y así estuvo un tiempo hasta que la sacaron del hospital y la mandaron a morirse a su casa, y entonces me la llevé y la cuidaba por ratos a como podía y mis amigas me ayudaban pero la verdad cuando falleció, que Dios la tenga en su santo seno, hasta descansé, que Dios me perdone. Descansó en paz ella y descansé yo porque como no trabajaba por estarla cuidando, fui perdiendo empleos y bajando de categoría hasta que ya no fui más una ama de llaves, y pues en los hoteles esos grandes querían gente que hablara inglés y yo pues con trabajos el español, y entonces una vez que hubo un huracán y yo trabajaba en el Ritz nos desalojaron a todos, y nos llevaron a un albergue, y un camión de los que le surtían mercancías y víveres a los hoteles de la zona, se ofreció a llevarnos a Mérida y a Villahermosa dizque porque el huracán iba a arrasar con la zona hotelera y no iba a haber trabajo, y pues que agarro mi maleta que ya estaba hecha, porque desde días antes nos habían avisado que estuviéramos listas y que me subo junto con otras mucamas y que nos vamos cuando el oleaje ya empezaba a ponerse bien bravo, y así fue como llegué a Villahermosa.

“He visto de todas las cosas que usted se imagine en los cuartos de los hoteles en los que he trabajado. Son tantos que ya ni me acuerdo bien los nombres. Pero los cuartos de los hoteles son como lugares que guardan de todo tipo de secretos que las personas llevan y dejan ahí, por quién sabe qué situación. He visto a parejas muy decentitas entrar y dejar el cuarto hecho un desastre. Imagínese que una vez dejaron el cuarto embarrado de sus excrementos por todas partes, hasta en las paredes. Vaya usté a saber qué tanto hicieron.

“Otros entran y se golpean. Algunas parejas entran y salen llorando. A veces la que llora es ella, otras él y a veces los dos. A veces llega uno primero y el otro después, y salen por turnos, también. Ya se imaginará por qué. También he visto cuando pasan desgracias. A un señor que entró con un chamaco lo ahorcaron con su propio cinturón. Entró con un chamaco y como a las dos horas llegó otro a buscarlos, y estaban los tres ahí y pues sólo ellos saben lo que pasó.

Foto: Cortesía | maspormas.com

“También estuve en otro motel en donde las llamadas ‘goteras’ mataron a un cliente (con una sobredosis). Son de esas señoras de la vida galante que enganchan a hombres que ya están tomados pero que traen dinero. A veces va una sola, pero casi siempre de a dos mujeres y un tipo que las cuida, pero a ese nunca lo ves. Se los llevan al cuarto y ahí les ponen gotas en la bebida para que se desmayen, pero algunos nunca despiertan. El pobre se les murió ahí y todavía lo envolvieron en la sábana como si fuera una momia y lo acomodaron como si estuviera dormido para que nadie se diera cuenta sino hasta el otro día. A otra chamaca la destriparon con una charrasca en el baño.

“¿Lo más extraño que he visto? Uy, pues de todo. Hasta cosas de aparecidos y eso. En uno de los moteles donde trabajé hace poco, había una habitación a la que ninguna de las mucamas le gustaba hacerle el aseo. Era la 309, me acuerdo bien. Me la dejaban siempre a mí porque yo era la nueva, pero nunca me dijeron nada. Una tarde que estaba yo limpiando, sentí que no estaba solita ahí. Empecé a sentir una especie de tristeza muy grande, como si se me hubiera muerto alguien muy querido, o como si fuera yo la que se iba a morir sin ya nunca poder hablar con nadie ni ver el amanecer ni respirar ni comer ni nada. Entonces supe que esa tristeza no era mía, sino de alguien que se había muerto ahí, en ese cuarto.

“No sé por qué, pero yo había agarrado la tristeza de esa persona como si fuera una enfermedad, y se me quedó pegada y me duró varios días, hasta que ya no pude más y me fui a hacer una limpia y el brujo me dijo: no vienes sola. Traes a una muerta cargando en la espalda. Aquí la estoy viendo, te tiene bien agarrada. Y fíjese que antes de que me dijera eso, yo sí sentía como un peso muy grande en la espalda, y muchos escalofríos, aunque no estuviera enferma ni nada, Ah, y todo el tiempo tenía frío. Entonces el brujo le preguntó a la muertita que por qué se había prendado de mí, y la muerta le dijo que porque me parecía mucho a su mamá, y que como yo no tenía hijos ni nada, y como ella no tenía a nadie, pues que yo podía ser como su madre y cuidarla. Hágame usted el favor.

“Cuando el brujo me dijo esto yo iba sintiendo como un frío todavía más frío y húmedo que se me iba bajando desde la cabeza hasta los pies, como si la sangre se me fuera a los talones desde la nuca, del puro miedo. Y entonces el brujo que me dice: tienes que devolverla allá donde se te pegó como si fuera una chinche esta alma atormentada. Y le dije que yo no quería regresar a ese lugar ni mucho menos a ese cuarto, ya nunca. Pues entonces la vas a cargar en lo que te quede de vida, y en la otra vida también, cuando de tanto cargarla te enfermes y te mate, me dijo el brujo. Y entonces me dio unas velas curadas que tenía yo que poner frente a un espejo que hubiera en ese cuarto, una de cada lado, y una oración y un ungüento para que me lo frotara en el cuerpo y la muerta se fuera.

“Y que me voy toda espantada y sudando frío nomás de imaginarme que tenía yo a esa persona agarrada a mí, en lugar de estar gozando en la gracia de Dios. Esa tarde llegué al hotel rogando porque el cuarto no estuviera ocupado para poder hacer el ritual antes de que se me hiciera de noche. Gracias a Dios estaba vacío, y que me meto según yo a limpiar y que me llevo mi bolsa y que cierro por dentro con seguro. En el baño hice lo que me dijo el brujo, prendí las velas, me froté el ungüento, recé la oración. Lo peor eran las preguntas que tenía yo que hacerle a la muertita, frente al espejo, con las luces apagadas y los ojos bien cerrados. Cuando te diga qué es lo que quiere y su nombre y abras los ojos y la veas, entonces ella se va a horrorizar de saber que está muerta, y se va a tener que ir a la luz a donde pertenece, me dijo el brujo.

Foto: Cortesía | maspormas.com

“Así lo hice y yo le pregunté a la muertita que cómo se llamaba, que qué era lo que quería, que qué le había pasado en ese cuarto. Y nada, yo no escuché nada, ni tampoco la vi cuando abrí los ojos despacito de tanto miedo que tenía. Acabé de hacer el ritual completo, salí de la habitación aquella y me fui a mi casa.

“Esa noche soñé otra vez todo. Desde que entré, prendí las ceras (las velas) y el ungüento y las preguntas y todo. Y en mi sueño, o más bien en esa pesadilla, cuando abrí los ojos, la vi. Era apenas una jovencita, casi una niña. Tenía su carita muy triste. Estaba asustada, tenía el pelo largo, muy largo, y me miraba detrás de mí, sobre mi hombro derecho. Como había dicho el brujo, la llevaba yo cargando. Sus bracitos me rodeaban el cuello. Tenía muchas heridas, pobrecita. Heridas como de un cuchillo. En sus mejillas, en sus brazos, en sus manos. Su pelo estaba lleno de sangre. Me dijo cómo se llamaba, pero no te lo voy a decir porque me da miedo invocarla y que se vaya a regresar. Me vio con sus ojitos tristes y entonces se bajó de mí y se dio la media vuelta y se fue. Yo me enfermé y me dio mal del pinto (vitíligo) yo creo que del puro susto.

“Nunca más volví a ese hotel. Pero sigo trabajando en lo mismo. Ahora, para no andar recogiendo las malas vibras llevo un escapulario…”