La sabiduría popular dice que si "de amor no se vive, de decepción no se muere". Sin embargo, este parece no ser el caso de la joven tabasqueña Josefa Pannier, quien se suicidó el 27 de febrero de 1884, y cuyos restos descansan en una abandonada tumba ubicada cerca de la capilla del panteón Central de Villahermosa.
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Esta es, con todo y sus vacíos e incertidumbres, una aproximación a su nebulosa historia.
En el año en el que ocurrió aquella tragedia, la capital del estado se llamaba "San Juan Bautista de Tabasco", nombre que adquirió por decreto del Congreso local desde 1826.
Por esas épocas, la ciudad ya había sido invadida por piratas, por norteamericanos, y finalmente, por franceses, quienes ocuparon territorio choco en 1863. Resulta por ello irónico que, habiendo sido expulsados por la fuerza el 27 de febrero de 1864, apenas dos décadas después y durante la conmemoración de esta gesta, la hija del francés Monsieur Pannier, se haya quitado la vida a causa del amor y la relación socialmente inaceptada que sostuvo... con un tabasqueño.
Las huellas de los Pannier en Tabasco son elusivas: de hecho, si no existiera en el panteón central una tumba con el nombre de la joven suicida, su misma existencia y los hechos que le pusieron fin serían cuestionables.
Sin embargo, para cualquiera que decida adentrarse en el cementerio, encontrará, a unos pasos de la capilla que se ubica casi en medio del camposanto, a mano derecha, una tumba muy vieja, en forma de capilla, sostenida por capiteles dóricos, coronada por dos enormes floreros recién restaurados (único elemento discordante), y rodeada por una reja herrumbrosa. En la lápida, la figura de una paloma quedó suspendida en pleno vuelo, casi irreconocible. El ave tiene la cabeza y las alas erosionadas por el tiempo, suspendida entre las dos fechas que marcan el breve paso por la vida que tuvo la ocupante de la cripta.
Relatan las escasos testimonios y crónicas de la época, que Josefina Pannier era hija "natural pero reconocida" de un francés, monsieur Pannier. Relata Elías Balcázar en su libro "Villahermosa, Crónicas y remembranzas", que:
"Esta bella joven (estaba) muy bien relacionada socialmente a pesar de su origen espurio, cosa muy de tomar en cuenta en aquel entonces, entre sus amiguitas, celebraba con candidez que era la niña de los tres quince; quince años, quince pretendientes y quince mil pesos de herencia".
Como su coprotagonista en los tristes hechos que se relatan, estaba el joven Armando Correa Zapata, a quien se describe como "apuesto y gallardo mancebo", quien "siendo la señorita Pannier muy bella y encantadora, no se hizo esperar el flechazo del inquieto y travieso Cupido, e inflamar ambos corazones".
Este amor transcurría en el Instituto Melchor Ocampo, dirigido por la señora doña Mariquita Zapata de Correa, y en donde sus hijos, Juan, Alberto y Dolores Correa Zapata eran instructores; en tanto que Armando Correa Zapata, el menor de los cuatro, era tan sólo un estudiante.
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Se cuenta que doña Mariquita ya había llamado la atención a su hijo Armando para disuadirlo de continuar aquella aventura juvenil con la señorita Pannier, quien era su pupila, a quien dedicó una frase lapidaria:
-Hija mía, ¿cómo pretendes el quererte casar con mi hijo? Tú sabes que esto no puede ser, puesto que tú no eres hija de matrimonio...
Relata el periódico Rumbo Nuevo, en una perdida edición fechada muchos años después, el 25 de junio de 1956;
"Doña Mariquita, no era una mujer mala ni perversa, era por el contrario, buena y caritativa, pero en este asunto veía la cosa socialmente (Sic), pues en sus proyecto era que su hijo Armando se casara con la rica señorita Ángela Payró, de la familia que fue propietaria de la antigua casa que fue llamada de piedra. Nunca pensó la señora Zapata de Correa el resultado que (sus palabras) iban a producir en el ánimo de su pupila..."
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Los hechos que ocurrieron a continuación, adolescen de cierta falta de datos, y los datos documentales que se poseen, son hasta el momento difusos, y la mayoría carecen de rigor, aunque tal vez son dignos de un cuento garciamarquiano;
"Entre diez y once de la mañana del 27, después de vestirse con esmero y coquetería con su primoroso y lindo traje blanco con adornos del mismo color, calzarse con preciosas zapatillas de raso blanco, de arreglar con esmero en bucles sus abundantes cabellos castaños, estaba deslumbrante de belleza y hermosura. Burlando miradas, se escurrió (la señorita Pannier) al dormitorio de varones y se detuvo ante el lecho de su amado; lo arregló con todo esmero; después se arrodilló y oró largo rato fervorosamente; se levantó serena pero algo pálida, junto las manos, alzó la mirada al cielo; dos lágrimas diamantinas rodaron por sus blancas mejillas; metió su mano derecha, blanca como un lirio, en su seno, y lentamente fue sacando el arma homicida, un pequeño revólver de su amante precisamente, que lo había sustraído del mueblecito (en) que lo guardaba; se acostó y arregló bien su traje y... una detonación hizo correr a todos: el primero fue el joven Armando por encontrarse más inmediato al lugar del suceso y tras de él un jovencito alumno del Instituto, y que oyó esta exclamación de Armando; ¡Josefina, qué has hecho!.
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La joven Pannier yacía muerta. No se sabe a ciencia cierta en qué parte del cuerpo se disparó; las teorías discrepan y es más bien la dramática imaginación de cada uno quien lo sitúa en la cabeza o en el pecho.
El relato señala que, quien atestiguó los hechos, fue otro estudiante, compañero del joven y trágico novio Armando Correa Zapata; ni más ni menos que quien a la sazón se convertiría en el doctor, don Pedro L. Greene.
"Con este acontecimiento que fue tan comentado, el colegio pasó por una tremenda crisis; los profesores Juan y Dolores Correa Zapata fuéronse a radicarse a México a ejercer el magisterio, donde los dos, principalmente Dolores, se distinguieron como instructores".
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El otrora prestigioso Instituto Melchor Ocampo se transformó en una escuela venida a menos, atendida por la anciana doña Mariquita Zapata de Correa.
De la suerte del joven Armando tras el deceso de su amada, nada se sabe.
Sin embargo, para cualquier villahermosino distraído que camine por el panteón Central, en donde reposan tantas historias como personas se encuentran sepultadas ahí, podrá encontrar la tumba de la joven y bella suicida Josefina Pannier, caminando por la calle central del camposanto, a la derecha de la capilla, donde está la inscripción:
Josefina Pannier
23 de agosto de 1867-27 de febrero de 1884
Sus hermanos.
El esfuerzo de este diario por localizar parientes vivos apellidados Pannier en Villahermosa, fue infructuoso, lo mismo que el ahondar en viejos archivos, en busca de otras fuentes que desmientan o corroboren la historia.
En tanto, esta intensa y trágica historia de amor tabasqueña permanecerá en la fantasía romántica de una ciudad que todavía guarda, para nosotros, sus muchos secretos.