La virtud esencial en el Evangelio de este domingo está centrada en el amor, pero no en la forma en que acostumbra el hombre en la actualidad, sino de la manera en que Cristo amó al mundo a grado tal de entregar su propia vida.
Monseñor Gerardo de Jesús Rojas López recordó que cuando Jesús estaba a punto de despedirse de sus discípulos les deja un mandamiento nuevo que es como su testamento.
Les dice que se amen unos a otros como él les ha amado. Ésa será la señal por la que conocerán que somos discípulos de Jesús. Así pues, lo más distintivo de los cristianos no es que nos reunamos los domingos para celebrar la misa.
Jesús deseaba una comunidad mucho más humana, por el modo como nos tratamos unos a otros, por el modo como nos amamos y amamos a todos sin distinción. Jesús quería que un amor similar al suyo.
Ese es el signo que hará descubrir a los que no son cristianos que la comunidad cristiana es la semilla de un nuevo mundo. Porque sólo Dios es capaz de dar vida a ese amor fraterno que hace que todo se comparta y que todos vivan más en plenitud.
Cuando los que no son cristianos nos vean amar de verdad, necesariamente han de pensar que Dios está presente en nuestra comunidad, porque las personas, por nuestras solas fuerzas, no podemos amar de esa manera.
La presencia de Dios está con nosotros. Y cuando le dejamos actuar en nuestros corazones, experimentamos que un amor mayor que nuestras fuerzas brota de dentro de nosotros. Es el amor de Dios. Es el amor que es signo de la tierra nueva y del cielo nuevo.