El siguiente relato la persona que lo contó asegura que a un pariente suyo le pasó, sin embargo, en la presente sección sólo exponemos lo que la gente cuenta, y buscamos que el lector pase un rato entretenido.
La siguiente historia se desarrolla en Raudales Malpaso, Chiapas, cerca de la frontera con Tabasco. En esa población hace más de un siglo vivía un hombre de avanzada edad que sólo creía en los que veía, su nombre era Nicolás. Con cierto grado de ateísmo, afirmaba que después de morir no había vida después de la muerte; en más de una ocasión le dijo a la esposa que perdía el tiempo en sus rezos y con prenderle velas a sus santos, pues estos eran mera invención de la Iglesia católica.
El incrédulo sujeto le llevaba veinte años a la que era su pareja, la diferencia de edades no fue un impedimento para llevarse bien y formar una familia. Los hijos que habían procreado eran tres, todos “hombrecitos”, así les llamaba “don Nico”: la contracción de su nombre sólo se la decían sus amigos o los más allegados.
Como en toda comunidad los chismes y habladurías no faltaban, en el caso de esta familia se comentaba que había conseguido a su mujer por medio de un trato con los padres de ésta, otros explicaban esta desigual unión, afirmando que a ella le gustaban los señores más grandes y algunos que la brujería estaba de por medio, algo que contrastaba con la forma de entender la vida de este hombre, pues su incredulidad casi fanática difícilmente le hubiera hecho recurrir a estas cuestiones esotéricos, al final de cuentas todo quedaba en habladurías.
La forma de pensar y sentir del protagonista de esta historia pronto iba a cambiar. Transcurría un Viernes Santo, en ese día en Raudales la gente no realizaba ningún tipo de labores, por ser la fecha en que murió Jesús en la cruz y había que guardarlo; quien lo trabajara era como si estuviera siendo cómplice de la muerte del nazareno y corría el riesgo de perder la vida.
Pese a los dicho por los lugareños, al hombre esto no le importaba, pues por varios años había sembrado su terreno en esas fechas y seguía “vivito y coleando”, de tal manera que en uno de esos días, decidió salir a cortar un árbol que estaba a unos metros de su casa de tabla, pues temía que éste cayera sobre su vivienda. La esposa y los hijos le insistieron para que no saliera, por ser una fecha sagrada, la terquedad de don Nico se impuso y se encaminó a realizar lo que tenía planeado.
Así con hacha en mano y un recipiente donde llevaba agua se dirigió al cuerpo leñoso sembrado en su terreno; el grosor y lo tupido de las hojas verdes, daban cuenta que la gran planta llevaba años en ese lugar. De pronto, el golpe del filo entrando en la madera se escuchó, el silencio de la zona hizo retumbar el eco, uno y otra vez, todo transcurría con normalidad. Sin embargo cerca del mediodía se empezó asomar por la hendidura formada por el continuo impacto del hierro un punto rojo, lo primero que pensó el hombre es que el árbol estaba enfermo, probablemente una plaga lo estaba afectando, por lo que hacía bien en cortarlo.
Siguió con su acción, cada vez arremetiendo con más fuerza contra este pulmón de la naturaleza. De vez en cuando paraba y con una manta se secaba la frente para después continuar; cuando el filo del hacha cada vez penetraba más profundo, el punto rojo se convirtió en chorros de líquido del mismo color que bajaban lentamente por el cuerpo del árbol. Don Nico se detuvo, estaba asustado, enseguida le vinieron a su mente las palabras de su familia, un sentimiento de culpa le invadió, fue rápidamente a su casa, ahí se encontró a su esposa, tembloroso y con el cuerpo frío por la constante sudoración, le contó que el árbol que estaba cortando echaba sangre.
La mujer le respondió que eso no era posible, pero la insistencia del hombre hizo que ella, sus hijos y algunos vecinos se dirigieran al lugar, lo único que encontraron es el cuerpo de la gran planta entero, sin ninguna huella del hacha y menos de sangre, todos regresaron a sus casas. La familia del asustado hombre hizo lo propio. Al entrar a su vivienda encontraron al sujeto sin vida, tirado a pocos metros de la mesa, bañado en sangre, la cual le salía por el costado derecho de una herida que parecía hecha por una punta fina muy filosa.