La Cuaresma es un periodo que llama a la reconciliación, pero no solamente de la reconciliación entre hermanos, sino también con Dios, porque muchos cristianos hoy están alejados de él completamente.
Así lo señaló el párroco del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, Denis Ochoa Vidal al reflexionar en la parábola del hijo pródigo extraída del Evangelio de San Lucas.
Hizo alusión al momento en que se reconcilia con su padre el hijo que pidió su herencia y se fue de la casa a caminar por el mundo y regresó sin nada después de derrocharlo en parrandas.
Su progenitor hizo una gran fiesta para recibirlo, dotándole de la mejor ropa, zapatos y hasta un anillo puso en su mano, mientras su hermano se quejaba de que para él no había un trato especial a pesar de que se había quedado a trabajar y hacer más grande la fortuna.
En el camino de la Cuaresma, la conversión es uno de los elementos esenciales. Convertirse es dejar los caminos que nos llevan a la perdición y encontrar el camino correcto, el camino que nos lleva al Padre, que nos hace encontrarnos con los demás como hermanos y hermanas, que nos hace sentirnos en casa. Convertirse es volver a la casa del Padre.
El hijo pródigo se había ido por otros caminos, se había extraviado y había derrochado lo mejor que tenía: el amor de su familia, el cariño de su padre, la seguridad que da el sentirse querido. Creyó que podía vivir por su cuenta. Estaba seguro de que con sus propias fuerzas podría conseguir todo lo que se propusiera.
Y se encontró con el fracaso. Menos mal, que hundido en su pena, se dio cuenta de lo que tenía que hacer: volver a la casa de su padre. Su vuelta supuso reconocer su equivocación.
Para nosotros, Cuaresma sigue siendo una oportunidad para convertirnos. No hay que preparar muchas frases. Dios se va a poner muy contento de que volvamos a casa. Va a preparar una fiesta. Él sigue saliendo todos los días al camino para ver si nos acercamos.