Al caer el alba en la ciudad, miles de personas se preparan para regresar a sus hogares, al parar en los semáforos, varias ráfagas de fuego se empiezan a elevar al cielo nocturno, el hombre de fuego aparece en la escena, si pasas cerca de él, se siente un calor abrupto momentáneo.
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José Francisco tiene 35 años de edad, aunque su tez revela como si hubiese pasado encima una batalla entera de los 100 años, sus ojos desorbitan la mirada a las cálidas noches de Tabasco y al negro cielo, sentado en las viejas banquetas, espera con tranquilidad el rojo de aquel semáforo, abre una botellita de Coca Cola con gasolina dentro, moja con prolija quietud una estopa, da un gran sorbo de la botella con gasolina, aguanta por momentos la respiración, el rojo del semáfoto ilumina el asfalto de la carretera haciendo una cinématica de luces el ambiente, de pronto, una larga columna amarilla sale de su boca, aquel conductor que venía con mucho sueño de su trabajo, tiene un aspero despertar ante la gran iluminación de la noche.
Oriundo de quien sabe donde, ya que al preguntarle de dónde venía, sólo miró fijamente y dió la vuelta dando su nombre, “Me llamo Francisco, José Francisco, y de donde venga no te importa” después de escupir su último espiro de fuego, pasando carro por carro para ganarse unas cuantas monedas, sin embargo, no recauda nada, aquellas personas sorprendidas por el espectáculo de fuego andante, de nuevo oscurecen sus rostros y siguen su camino, olvidando a aquel hombre.
“Normalmente al día si bien me va, junto 150 a 200 pesos, pero hay días malos como hoy que sólo hice 100 pesos” menciona mientras se prepara de nuevo para un nuevo espectáculo de luz abrasadora.
Entonces en un momento de descanso, se digna a tomar un sorbo de agua con una mueca en sus labios, pues todo le sabe a gasolina; “Tenía una novia a la cual quería mucho, a veces la sacaba a pasear con el poco dinero que reunía, pero un día se fué y nunca supe de ella, tal vez la hartó mi aliento a gasolina, pero que podría hacer, es algo que te acompaña todo el día, la comida y un beso me sabe a eso”
Sentado nos cuenta riendo: “Una vez me intentaron asaltar en el crucero, cuando los vi de lejos, se escabulleron y se arrepintieron, nunca supe porque, tal vez el fuego hizo su trabajo, en lugar de ver a un hombre, vieron a una bestia, como los animales cuando corren despavoridos para salvar sus vidas en un incendio”.
Mientras tanto, José Francisco, “El Hombre de fuego” apaga su estopa, el espectáculo ha terminado para dirigirse a casa, aunque viéndolo directamente a los ojos, esa hoguera siempre está encendida dentro de él, quemando sus entrañas hasta volverse cenizas, al amanecer, renace como un fénix, para seguir ofreciéndo su espectáculo.