La siguiente historia la cuenta Neftalí “N”, persona oriunda de Macuspana, los acontecimientos se desarrollaron en San Fernando, allá por la década de los 40 en un terreno de Pemex, propiedad que era cuidada por su padre de nombre Calixto.
Dentro del lugar había una batería de pozos, ésta era precisamente la instalación que debía vigilar. Como la zona era extensa, el hombre había construido su casa dentro de ella, así podía estar cerca de su familia y su trabajo.
Pese a que en este sitio había pocas casas, nunca se encontraba solitario entre semana, el ir y venir de los trabajadores de la paraestatal siempre mantenía cierta afluencia de gente, además el pueblo estaba cerca. Sin embargo esta rutina se interrumpía en domingo, día en que la mayoría del personal descansaba, quedando una guardia.
El silencio de esos días sólo era roto por el bullicio de los niños que llegaban a jugar con quien cuenta la historia, que en ese entonces tendría alrededor de 7 años. Árboles frutales y maderables entre montazales, bañados por el sol o la luna, según fuera la hora, se podían ver en el horizonte, el bosquejo que la naturaleza pintaba hacía suponer un paraíso terrenal, pero detrás algo se ocultaba, acechaba.
Así lo comprobaron en uno de esos días de aparente tranquilidad, los que en ese momento se encontraban en el lugar. Este drama comenzó cuando los niños jugaban a pocos metros de la casa de Calixto. Una niña que estaba en el grupo de pronto se separó y caminó hacia un árbol de mango, ahí estuvo varios minutos, como si la menor hablara con alguien, al terminar esa aparente plática se reintegró con sus amiguitos, a uno de ellos le comentó que un niño los invitaba a jugar en otra parte, al momento de decir esto, la niña señaló en dirección del árbol; al que le contó esto miró, pero no vio a nadie, pensó en ese momento que le quería jugar una broma y no tomó muy en serio su comentario.
Los infantes estaban sumergidos en su mundo, sólo se veían cuerpos corriendo sin más motivo que divertirse, entre esta algarabía nadie se dio cuenta que su amiguita ya no estaba, hasta que uno preguntó por ella, ninguno supo dar razón, ignoraban en que momento se había ido. Quien fue testigo de este suceso, menciona que se dirigió a su casa y le comentó a su padre sobre la desaparición de su compañerita, ya en ese momento el sol se escondía y empezaba a oscurecer.
El señor al escuchar a su hijo salió de su vivienda, fue en busca de un amigo para que le ayudara a encontrar a la extraviada, también pidió el apoyo de las personas que estaban en los pozos petroleros, todos se encaminaron a los montazales. Tres horas después hallaron a la niña llorando, atada a un tronco de macuilis, con golpes y rasguños, enseguida procedieron a desatarla, su gesto denotaba que había pasado por algo terrible.
La menor entre sollozos le comentó a los que la habían encontrado que su amiguito la dejó ahí amarrada, también contó que antes de quedar atada, le presentó a otros idénticos a él, con los que estuvo jugando todo este tiempo, pero al mencionarles que debía ir a su casa estos se enojaron y comenzaron a tomarla de los cabellos, golpearla, apretarle los cachetes y jalonearla de los brazos; después, el que la había invitado a jugar la amarró al árbol, dejándola ahí, mientras todos se retiraban.
El cuidador de los pozos le preguntó como eran sus amiguitos, la aún atemorizada menor, les dijo que eran de ojos resaltados, orejas puntiagudas, cabezones, bocas grandes con los dientes hacia fuera, brazos largos que casi les llegaban a la rodilla, panzones con los ombligos de fuera, piernas arqueadas y pies al revés; vestían pantalones cortos, camisas que les quedaban apretadas y calzaban huaraches.
Después de esta desagradable experiencia la niña nunca regresó por esos lugares; Calixto, el padre de quien cuenta la historia ya tiene años que murió, pero siempre estuvo convencido que la menor fue atacada por duendes; seres que según él habitan entre los montazales y selvas.