Eran aproximadamente las 12 y media de la noche cuando don José Ramón Hernández Martínez se disponía a prepararse mesuradamente la última taza del poco café que quedaba, mezclando el agua hirviendo en el envase para que el café pudiera tornarse un poco más oscuro y alcanzara para toda la familia.
El hombre mira hacia la parte de afuera desde la pequeña ventana, donde solo ve un sombrío horizonte de platanares, lluvia y oscuridad, hay un ruido de agua que le preocupa, pues la carretera que se encuentra a un costado se va llenando conforme la lluvia aumenta violentamente en el municipio de Teapa, Tabasco.
Cerca de las dos y media de la mañana don José Ramón y su esposa Marcela Baeza apenas y empezaban a dormir, cuando unos fuertes y agudos gritos precipitaron su reposo. Su hija y su nieta, corrían del miedo entre el estruendo del agua que entraba con rapidez a su vivienda, llevándose todo a su paso, pues el río principal del pueblo, había sobrepasado sus límites.
Lee más: Así continúan los ríos tras cese de lluvias en Tabasco
Corrieron con desesperación para poder empezar a subir sus cosas, sin embargo, la fuerza del agua no les permitió hacerlo, pues subía cada vez más con rapidez llegando casi hasta el cuello, solo sacaron a sus hijos, nietos y abuelos, cuando disponían a subir a uno de las lanchas que la Sedena y Protección Civil proporcionaban.
La calma de don Ramón se desvaneció, ya que había olvidado a su mejor amigo; “oso”, un peludo perrito que se encontraba con ellos en el momento de la inundación, ya no pudo hacer nada solo retirarse llorando en las embarcaciones, en medio de la espesa noche lluviosa que había dentro de los vastos platanares.
Pasaron los días de precipitación e incertidumbre, en unos de los albergues temporales que el municipio brindó, en medio de una comunidad de personas con lágrimas en los ojos, sollozos y un llanto largo, consecuencia de las pérdidas materiales. Después de dos largos días, la lluvia dio tregua a todas las personas que habían sido afectadas, sin ánimos y esperanza, regresaron cada uno a sus hogares encontrando a su paso desolación y toneladas de lodo.
Recibe a partir de ahora las noticias más importantes directo a tu WhatsApp
Don José Ramón, difícilmente se abría paso entre la resaca de lodo que había dejado el agua de los ríos, completamente descalzo sentía el frío lodo que se encontraba en cada centímetro del camino. Llegó a su casa, miró con incredulidad el desastre, y lloró en sus adentros.
-¿Desde cuándo se dedica usted al cultivo y producción de plátanos? Mientras recoge sus objetos personales del lodo, contesta sin mirarme a los ojos. -Llevo viviendo aquí 35 años, mi padre era ganadero de la zona luego se dedicó a trabajar en los ranchos plataneros y desde pequeño me enseñó éste oficio que se convirtió en toda mi vida-
Se detiene un momento y mira por la ventana, donde un pequeño y débil halo de luz, acompaña su triste momento. -Llevo 32 años de casado con mi esposa, mi vida siempre se ha visto envuelta entre la humedad, el sonido de las avionetas que fertilizan por las mañanas el vasto rancho, el verde horizonte de los platanares que parece nunca terminar, porque cuando me meto a cortar la fruta, pareciera un verde laberinto infinito, he trabajado tanto aquí, que al terminar un día laboral en éste rancho, mis manos ya no tienen sensibilidad por el fertilizante y los pesticidas que se utilizan para cuidar la fruta, mi cabeza da vueltas y tengo ganas de vomitar, espero mi salud no empeoré por los químicos.
Mientras tanto, la señora Marcela Baeza, toma mi brazo y me dirige hacia la cocina donde un latente y cálido vapor salía de entre una olla un poco vieja y oxidada, mientras su mirada queda perdida dentro de los vapores, como si se tratase de la representación de un recuerdo en alguna película.
-Ahorita prendimos la estufa, para ver si servía aún, ya que después de que la casa se llenó completamente de agua, quedó en las profundidades.Al principio no encendió y la verdad lloré de rabia, pues no habíamos comido en todo un día, pero luego, el fuego se fue formando lentamente en las ornillas, jamás habia sentido una sensación de alivio al ver fuego, así que metí unas ollas con agua y frijoles para que pudiéramos comer al fin.
A lo lejos se escuchaban los ladridos de un perro que conforme avanzaba, el sonido iba siendo menos agresivo. -Se llama Oso, comentó con alegría don Ramón, -Ya lo había dado por muerto cuando salimos apresuradamente de la casa, cuando se estaba llenando de agua, solo escuchaba sus ladridos de desesperación a lo lejos en la noche, quise salirme de uno de los botes en los que estaba para ir a rescatarlo, pero uno de los militares que se encontraban con nosotros me lo impidió, al regresar a la casa, lo busqué por todos lados y no lo encontré, me senté en una silla que se encontraba afuera de mi casa, para que mi familia no me viera llorar, en eso a lo lejos, vi un montón de pelo cubierto de lodo que se dirigía con rapidez hacia mí, grité fuertemente su nombre, corriendo hacia mis brazos, en verdad lloré de alegría al ver de nuevo a mi mejor amigo “Oso”, los dos nos llenamos de lodo y alegría, porque a pesar de que tiene 14 años, pudo sobrevivir a la inundación, algunas personas me dijeron que estuvo nadando por toda la zona hasta subirse a un árbol y esperar a que yo pudiera ir a rescatarlo. La familia se abraza con pocos sollozos, sirven a cada uno de los integrantes de la familia, un rico plato de frijoles, incluido “oso”
-Creo que dios nos dió la oportunidad de empezar de nuevo, el agua en Tabasco, cerca de ser una tragedia, es una fría, oscura, luz en el túnel.