Como en "La autopista del Sur", de Cortázar, "Cualquiera podía mirar su reloj pero era como si ese tiempo atado a la muñeca derecha o el bip bip de la radio midieran otra cosa". Quién sabe si la señora del Aveo color negro ha leído al argentino, pero de que mira con alternada insistencia su móvil y su reloj de pulso, poniendo cara de hastío ante lo inevitable, eso no se puede negar.
Al igual que ella, decenas, más bien, centenares de automovilistas se encuentran atrapados a vuelta de rueda en uno de los nudos viales que ya se han vuelto costumbre casi desde el inicio de la pandemia en Tabasco: el del retén sanitario de la carretera Teapa-Villahermosa. "No entiendo para qué lo siguen haciendo.
La gente no entiende y está comprobado que esto de los retenes no funciona. Los contagios no bajan y uno llega tarde", afirma el conductor del Tsuru blanco.
Es de los modelos antiguos, de los "de cajita" y parece una verdadera suerte que el auto resista más que los modelos recientes. "Mire cuántos descompuestos", señala hacia la orilla del camino.
"Los mecánicos ya hasta acampan aquí esperando clientes", sentencia. Efectivamente, al corte de este 21 de mayo, la Secretaría de Salud de Tabasco reporta 2 mil 824 casos de Covid-19 confirmados, además de 1 mil 630 pacientes recuperados y 361 personas fallecidas en total.
La efectividad de las medidas implementadas por las autoridades está en entredicho, incluyendo los famosos retenes.
En la víspera, el subsecretario federal López-Gatell ha regañado a los tabasqueños que desobedecen los llamados a no salir de casa.
Sí, es el mismo funcionario que una semana antes echó las campanas al vuelo señalando que Tabasco y su capital habían "aplanado la curva".
Por cierto, muy cerca de la curva, pero no de contagios sino de la zona conocida como la Majahua, a la altura del puente, el horizonte se ilumina con la luz del sol matutino y el río Grijalva luce majestuoso, pese a sus bajos niveles, motivo de una alerta de la Conagua.
Sobre este puente, hay al menos tres vehículos detenidos que reciben asistencia de los mecánicos que señaló el afortunado Tsuru.
Los conductores y quienes los ayudan se encuentran demasiado ocupados-fastidiados-acalorados como para conceder entrevistas.
A una camioneta le pasan corriente, a un armatoste de modelo inidentificable le revisan las entrañas con el cofre humeante y abierto, y uno más, un focus de color negro cuyo conductor permanece en su asiento, aguarda por diagnóstico.
Uno de los policías advierte la presencia de la Prensa y ordena que me retire del arroyo vehicular.
"Es por su propia seguridad", señala, pese a que la fila no se ha movido un sólo metro.
Y es precisamente en la misma fila donde se recogen al vuelo los siguientes testimonios: Combi del servicio público ruta Playas del Rosario-Paseo Usumacinta: "El otro día me agarró el horario (las 10:00 de la mañana, hora en que debe dejar de circular el transporte público debido a las restricciones en la circulación) y yo traía pasaje. Pero se me hizo tarde por el retén, no por mi culpa".
Camioneta Estaquitas de transporte de verduras: "Es un fastidio y ya se ve que este gobierno es de puras ocurrencias, puro invento. Mejor deberían ayudar a la gente. Nosotros tenemos necesidad de trabajar".
Chevrolet Aveo con vidrios polarizados: "Bien por las medidas pero los oficiales no están capacitados. Me ha tocado que ni dar vialidad saben. Esperemos que esto acabe pronto".
Volkswagen sedán, color azul obscuro: "Qué va a ser. Esto es nomás para joder al pueblo. La gasolina ya está empezando a subir otra vez y aquí la vamos a quemar todas las mañanas. Y estos que no se apuran".
Es obvio que se refiere a los policías. El nudo vial es una hilera de conos anaranjados y solo un par de policías decidiendo los horarios de llegada de los viajantes.
A las 09:02 la fila ya alcanza casi tres kilómetros "entre autos desconocidos donde nadie sabía nada de los otros, donde todo el mundo miraba fijamente hacia adelante, exclusivamente hacia adelante", como escribió el Cronopio mayor.