De ella nos dieron señas en otro domicilio. "Es una señora que vive en una casita aquí nomás bajando, y tiene mucha necesidad".
Casi es mediodía en la Villa Luis Gil Pérez, una población perteneciente al municipio de Centro, a poco más de veinte kilómetros al poniente de Villahermosa.
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El sol cae a plomo, pero en donde vive María Cristell 'N' se percibe fresco, gracias a un patio sombreado por frondosos árboles en el que corretean dos perros y tres niños.
"No trabajo porque tengo a mi esposo enfermo, está discapacitado. Me dedico sólo a mis hijos y a él", señala cuando sale a atender a la activista Denisse Priego, de la Asociación Civil Cultura Para el Desarrollo, quien con la participación de El Heraldo de Tabasco ha organizado a un grupo de ciudadanos entusiastas para otorgar apoyo alimentario a familias que lo requieran, a raíz de la pandemia de SARS-CoV-2 que aqueja a Tabasco y al mundo.
Los tres hijos pequeños de María Cristell se acercan a la reja con curiosidad.
"Sobrevivíamos de lo que a mi marido le daban, pero desgraciadamente, llegó el tiempo en que ya no lo siguieron ayudando. Él se discapacitó por un accidente que tuvo ahí donde trabajaba. Se cayó de quince metros de altura, de una tercera planta que estaban colando, en Villahermosa, hace un año cinco meses". Ella lleva muy bien la cuenta de las fechas, porque es la medida de una temporada de carencias que no ha terminado para su familia.
"Ya va para un mes que le dejaron de dar el apoyo. No tenía ni seguro social ni nada. Y yo no puedo estar trabajando por estar cuidándolo", dice mientras los niños atestiguan la plática y sonríen.
La familia recibe dos despensas. No es mucho, pero es algo. Genuinamente emocionados, los pequeños se ponen a jugar con las latas de atún, simulan beberse la leche y el jugo.
"Sí van a la escuela. Bueno, iban, antes de que se desatara la pandemia", aclara su madre.
II
Adyluz es ama de casa. Ella ya estuvo contagiada de Covid-19, pero afirma que ya se recuperó. Nos cuenta que su esposo se quedó sin trabajo. Del gobierno, asegura, sólo ha recibido una despensa, por todo apoyo. "Es la única ayuda que nos han dado. Pero sí nos preocupa lo que está pasando, porque además de que no hay apoyos, no hay trabajo. Mi hermana y su esposo, por ejemplo, tienen cuatro niños. Él trabaja por día, con su patrón, pero a veces no sale para sobrevivir. Ahorita anda pescando, y si trae pescado, eso es lo que ellos comen". Mientras habla, los niños se columpian en la hamaca. En el lugar habitan dos familias. En la entrada hay un pozo para cambio de aceites y mecánica, pero ni un vehículo parece haber sido reparado ahí últimamente. La segunda despensa la recibe Priscila 'N', que está en segundo de secundaria y se queda a cuidar el hogar mientras sus padres se buscan la vida.
III
El señor Rafael 'N' siempre se ha dedicado al campo. Bajo la luz de un sol cenital, su enjuto y moreno cuerpo se dibuja entre claroscuros de altos contrastes; parece haber sido delineado a golpe de dramáticas pinceladas por Clemente Orozco. Cuando se le pregunta su edad, responde: "ya llevo como setenta y cinco años". Como si los años fueran algo tangible que, además de contarse, se lleva cargando a cuestas. De fondo y a todo volumen, suena una canción de los Yonic's. "Palabras tristes / que en mi mente vivirán / al pensar que me quisiste / y hoy conmigo tú no estás". Don Rafael no vive con su esposa, está separado. Tiene hijos, pero no lo visitan "porque se fueron a chambiar". Cuando se le pregunta cuántos tiene, responde con picardía: "como seis". En su choza de láminas y techo de guano sólo habitan él y su perro, un can flaco y atigrado que no acierta a ladrar.
IV
Es un matadero y carnicería, cerca del centro de la población.
Ahí, entre el calor, las moscas y el olor a sangre, trabaja Selene. Tiene dos hijos, vive hacia la salida de la Villa y lo que más le preocupa es la salud de sus pequeños y de su padre, un hombre de avanzada edad. Como a todos, la pandemia le ha golpeado en su de por sí maltrecha economía. Cuenta esto mientras otro empleado de la carnicería va de un lado a otro esquivando un guiñapo de despojos que se balancean colgados de un garfio. Selene agradece el apoyo de la Asociación con una sonrisa rotunda. Momentos más tarde, una camioneta que transporta una novillona en pie hace maniobras para estacionarse frente al matadero.
V
Va a la escuela, dice que acaba de entrar a la secundaria y trabaja en el campo para ayudar a su familia. Tiene apenas 13 años, pero anda ya en una moto con motor de dos tiempos, misma que deja estacionada afuera de una tienda de abarrotes. Cuando sale, Antonio 'N' se muestra huraño, desconfiado. Rechaza el apoyo ofrecido y en su semblante se atisba el asomo de un orgullo que tal vez trasciende a la necesidad. Sólo él lo sabe.
VI
Elsy y Saraí son un par de hermanas adolescentes. Su papá se dedica a hacer trabajos de electricidad; su mamá trabaja en un casino en México; no vive con ellos pero está al pendiente de su bienestar. Juegan con sus vecinitos en el patio de su casa.
VII
Karen y Jorge 'N' tienen tres hijos; de 4, 6 y 8 años. "No se puede con esta situación. He estado saliendo a buscar trabajo, pero nada", dice el hombre de la casa, con el brazo apoyado en el marco de la puerta. Su mujer se encuentra al lado de él. Lavaba ropa cuando llegamos y salió a atendernos amablemente.
Cuentan que no han recibido apoyo alguno del gobierno, ni federal, ni estatal ni mucho menos municipal. Para ellos la ayuda gubernamental es un espejismo que sólo relumbra en los anuncios oficialistas y en la prensa cortesana.
"Salgo a buscar chamba, pero nomás para vivir al día. Nadie nos hemos enfermado, por fortuna (Sic). Hay gente que sólo sale por gusto, por pasear", dice la madre de familia.
Cuando termina, él expresa su punto: "Los más pobres son los que más salen afuera (sic), porque somos los que andamos buscando chamba, los que tienen que trabajar. Somos los que andamos en la calle. No nos podemos quedar en casa porque tenemos que sobrevivir. Si no tengo trabajo, ni ingresos, ni apoyo, ¿cómo quieren que no salga a la calle, si no tenemos el recurso para sostenernos? Si yo tuviera un apoyo, diez, cinco mil pesos, pues compro lo que me hace falta me quedo entre la casa sin salir... pero desgraciadamente no es así... tengo que salir día a día para buscar el pan para sobrevivir. Y si nos contagiamos, ¿pues ya qué podemos hacer? Me estoy muriendo en la raya, para que mi gente no se me muera de hambre, para que no les falte el sustento", sentencia.
VIII
En un semáforo de la glorieta de Guayabal, contactamos a un hombre y una niña que con un letrero de cartulina en las manos piden ayuda a los conductores. Denisse les ofrece dos despensas, pero están en la cajuela. Como el alto está a punto de cambiar, quedamos en que nos alcanzarán en la parada del autobús, que está frente a Chedraui. Apenas cambia el rojo al verde, corren para llegar hasta el vehículo.
Pero no vienen solos.
Detrás de ellos, llegan más personas que necesitan el apoyo. Entre ellos, un padre y su hija, provenientes de Honduras. Un adulto mayor. Varios menores de edad dedicados a la venta de artículos varios en los semáforos. Las despensas no alcanzan y ante el barullo, más y más personas se acercan.
—¿Usted de dónde viene?
—Desde Honduras...
—¿Vino solo, o con su familia?
—Con mi familia.
—¿Piensa llegar a los Estados Unidos?
—Quiero quedarme aquí.
Se llama Gabino.
Se aleja, pero, tristemente, muchos se quedan con las manos vacías.
"Hacemos lo que podemos" se disculpa Denisse, mientras los demás se alejan. Y hace el llamado: "Ojalá que más ciudadanos se animen a donar despensas o recursos para la gente que lo necesita".