CRÓNICA: Los abandonados, o "El Día que Tabasco se detuvo"

Tres adultos mayores se ven obligados a vivir en un parque de la colonia Gaviotas, a raíz de la contingencia.

Ángel Vega | El Heraldo de Tabasco

  · sábado 9 de mayo de 2020

Foto: Ángel Vega | El Heraldo de Tabasco

El día que Tabasco se detuvo, tres adultos mayores, uno de ellos maestro aluminero, otro rosticero y un mecánico, se encontraron de pronto tratando de sobrevivir, solos, abandonados por la familia, por las autoridades y por el resto de los ciudadanos mismos, en un parque público enclavado en el corazón de la colonia Gaviotas.

Síguenos en Facebook: @elheraldodetab y en Twitter: @heraldodetab

A su alrededor, la ciudad es un mal sueño, una pesadilla silenciosa de calles desiertas como de película apocalíptica, en un fin de semana inédito en el que las autoridades han decretado el cese absoluto de toda actividad comercial, en un estado que al día registra 211 defunciones y mil 598 casos positivos de Covid-19, de acuerdo al último corte de la Secretaría de Salud local.

"No puedo caminar, me siento mal" dice don Carlos 'N' desperezándose, pues se encontraba dormido sobre la dura banca de piedra del kiosko. Alguna vez se desempeñó como trabajador del aluminio y experto en cancelería, señala su amigo, a modo de presentación.

"Y como ya ve que se vino la contingencia... nos daban comida ahí en el parque Juárez, y algunos hasta teníamos trabajo, como yo, que era maquinista, pero ya no", explica don José, el más parlanchín.

"Yo una vez estuve anexado porque tuve un problema de alcohol" añade don Manuel 'N', mientras su mirada se pierde a lo lejos. "Pero de menos tenía trabajo, era rosticero", añade. Ocasionalmente asiente y, balbuceante, trata de reforzar todas las afirmaciones de sus compañeros de desgracia.

En el improvisado campamento hay cubetas con fruta que los hombres han recogido de los árboles del parque. Sobre la mesa (también de piedra) hay un frasco con agua, un viejo sombrero de paja, una cobija, un par de sandalias de niña. A unos metros, una maleta de plástico ostenta un signo de pesos sobre un pedazo de cartón.

Las cintas amarillas (aquellas que se han vuelto tan comunes en los yermos de concreto) anunciando "Prohibido el paso", acordonan el área verde en donde acaso alguna vez jugaron niños y los paseantes rumiaron la tarde. Hoy, sirven para delimitar los confines del único hogar que estos tres hombres comparten en medio de la ignominia y el más profundo olvido oficial.

—¿Les han ofrecido alguna clase de ayuda las autoridades estatales o municipales?

—No, nadie —responden los tres.

De improviso se deja venir un viento que se lleva algunas de las cosas que acumulan sobre la mesa de concreto. Entre ellas, un par de mariposas de cartón coloreado.

—Anoche aquí nos cayó el agua —exclama don José. Luego añade, como resignado:

—Y aquí nos va a garrar otra vez...