Junto con su padre, a los cortos 3 años de edad, sus oídos iban poco a poco acostumbrándose al tórrido sonido del esmeril que caprichosamente daba filo al amorfo metal de las cocinas.
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Don Adolfo Montiel, de 47 años, originario de los alrededores de Villahermosa, Tabasco, ha dedicado toda una vida ( 32 años para ser exactos), al gran oficio de afilador. Se levanta normalmente a las 4 de la mañana, para dar su primer sorbo de café, poner sus botas, preparar su equipo, limpiar su rostro, suspirar profundamente y como él menciona “ponerse en manos de Dios”.
Camina muchos kilómetros en la vieja ciudad de Villahermosa, sus suelas son fieles testigos de su andanza, pasa puerta por puerta con el hechizante sonido de una flauta de pan, como un tipo de flautista que va hipnotizando todo a su paso, con su equipo pesado sobre sus espaldas, en eso, una puerta de una vieja casa se abre, sale un triste “filetero”, ya que en sus manos, le dará de nuevo filo a su vida útil.
Don Adolfo nos comenta (mientras martilla la punta de unas tijeras) que desde los 9 años, su padre lo llevaba consigo a las calles para aprender el oficio, él recuerda a su padre como un hombre fornido y decidido, que más que nada le enseñó a valerse por sí mismo en una ciudad agresiva y cambiante. A los 15 años de edad, él ya iba puerta por puerta, sonando su “silbato” como él le denomina; la melodía característica de los afiladores, que por cierto menciona: “es una melodía especial de todos los afiladores se han aprendido generación tras generación”.
Actualmente don Adolfo lleva más de 32 años laborando en éste oficio, ahora es a él quien le toca recorrer la ciudad con su silbato, su padre ahora tiene 90 años de edad, “está cansado de trabajar toda una vida, ahora lo que el me enseñó, yo lo aplico para la vida cotidiana, ahora me toca cuidar de él” comenta. Nos cuenta también, que al día puede llegar entre 300 y 350 pesos cuando “el día está bueno o es quincena”, pero cuando hay días malos, solo llega a recaudar 150 a 200 pesos por día, el cual utiliza para sustentar la comida que reparte entre toda su familia.
“La gente ya no sale a abrirte la puerta, viven con miedo de que alguien entre a robar a sus casas, ahora sólo te sacan un cuchillo pero en defensa propia”, nos asegura que actualmente las personas ya no tienen la costumbre e ideología de la reparación, ahora, si algo está roto, mejor compran el artículo nuevo, esto me ha afectado mayormente, porque ahora ya tengo cosas menos que afilar.
Hace una pequeña pausa para enseñarnos su “silbato” (Flauta de Pan), y entona la pequeña melodía que lo distingue de entre todos los ruidos de la ciudad, luego, vuelve al trabajo, y riéndo con un poco de incredulidad nos dice: “recuerdo que una mañana me persigné antes de salir a mi trabajo, y mi primer cuchillo que afilé ese día, fue irónicamente el de un joven que unas horas después, asaltó una tienda de abarrotes”, “ese mismo día me pasó también un asunto, una camioneta muy grande se me acercó, se bajó un hombre ya de edad avanzada, y me pidió que me subiera a su vehículo, que tenía muchos cuchillos para afilar, a lo que yo accedí, a la mitad del camino me preguntó que si tenía hambre, a lo que respondí que mucha, fuimos a una pollería pero él sacó su cartera y me comentó que no había sacado dinero del banco, que si cuánto dinero tenía, yo solo cargaba en ese momento 80 pesos en la bolsa del pantalón, y se lo presté para que comprara el pollo rostizado, me bajé y junto con él, y luego me dijo que lo esperara en la pollería, que solo iba por un refresco y tortillas, luego; arrancó su gran camioneta y se fue, jamás lo volví a ver, ese día me quedé sin mis 80 pesos, sin pollo y sin cuchillos para afilar”, finalizó.
Pero a don Adolfo nada le quita la sonrisa de su rostro, porque nos dice que son cosas que pasan cuando uno indaga en el corazón de una ciudad que cambia día con día, “Villahermosa, es como un cuchillo viejo y sin filo, que con personas que trabajan las calles todos los días, le sacan filo y brillo al estado”, concluye.