Armando, Freddy y Guadalupe Brindis, mejor conocida en el pueblo de Teapa como Lupita Brindis, conformaban una peculiar familia radicada en el pintoresco pueblo. Eran muy conocidos por los habitantes del lugar, ya que siempre acostumbraban asistir a todos los velorios de la comuna.
Para acudir, se alistaban de una manera lenta, torpe, vistiendo ropa color negro deslavado, siempre. Permanecían bajo el regazo de su madre; no faltaban tampoco a ningún entierro del pueblo; conocían en vida a todos los muertos y los acompañaban hasta su último suspiro. Los velorios eran casi como una "fiesta" social en las que ellos siempre estaban presentes.
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La peculiaridad de esta familia radicaba en los dos hijos de Lupita, quienes vivieron todo el tiempo con ella, ya que Freddy, de 55 años, padece retraso mental, lo que lo hace pensar y actuar como un joven de 14 años de edad; en tanto, Armando, de 60 años, mejor conocido como “Pichucha”, tiene demencia y esquizofrenia. Ambos vivieron siempre con su madre, quien les brindaba permanentemente las atenciones necesarias por su condición.
Ambos hermanos son buenas personas; así los identifica todo el pueblo. Sus padecimientos mentales no afectaron su nobleza y humildad, y siempre son recordados por las historias salidas de sus alucinaciones y memorias inventadas.
Hace dos años, el que esto escribe visitó a la familia Brindis para recordar las anécdotas e historias de ficción que le compartían en su infancia; sin embargo, vivió un trago amargo al enterarse de la muerte de doña Lupita.
Con profunda tristeza y lágrimas en los ojos, ambos hermanos revelaron que su madre había fallecido. Recordaban que, por inverosímil que parezca, el día de su muerte nadie acudió a su velorio. Sólo dos tristes figuras hicieron eco entre las tumbas del viejo cementerio.
Irónicamente, quien había asistido a todos los velorios de las personas que fallecían en Teapa, murió en total soledad, acompañada sólo por sus dos hijos y una brisa que soplaba fuerte desde las serranías.
Actualmente, los hermanos Brindis viven en total abandono en la casa que les heredó su madre. Ambos trabajan arduamente en un restaurante que le pertenece a un familiar, haciendo mandados desde tempranas horas. Como pago reciben sólo la comida, pues no conocen el valor del dinero.
La pandemia a causa del Covid-19 también les afectó, ya que sin trabajo y en cuarentena, vivían un calvario entre las viejas y húmedas paredes de su hogar, que los resguardaron por muchos años.
A decir de Armando, a veces ven a su madre cuidando de ellos en su mecedora, y asegura que jamás los va a abandonar hasta el día en que se reúnan con ella.
Freddy es el hermano más coherente dentro de su enfermedad, ya que está al tanto de lo que acontece en los últimos días en el lugar. Hay un refrán que dice: “pueblo chico, infierno grande”, y en ojos de Freddy todo era noticia.
El día de hoy, Freddy y Armando viven en una situación de abandono; apenas logran sobrevivir. Los hermanos ya no son los mismos de hace algún tiempo. Las arrugas han consumido su cuerpo. La casa siempre está habitada por los recuerdos e historias, por sus memorias, algunas inventadas, otras sacadas de la realidad, que aunque escuchándolas, de tan sórdidas, es preferible la demencia o la ficción.