El 19 de noviembre de 1984 es una fecha que dejó marcado al país por la tragedia, la cual dejó 498 muertos y mil 248 heridos, reportaron medios de comunicación, de pronto el nombre de San Juan Ixhuatepec, en Tlalneplanta, Estado de México, fue conocido en todo el mundo por una gran explosión.
Un pueblo donde las llamas se extendieron a placer, pues el lugar no tenía un departamento de Protección Civil y menos Cuerpo de Bomberos, así informaban las notas que comenzaban a surgir después del gran bombazo.
Las personas desde sus radios, televisiones y en periódicos se enteraban no solo de las historias individuales de los habitantes de la comunidad, también de la displicencia de un gobierno, que había permitido a personas instalar sus viviendas de láminas y asbesto a escasos 150 metros de unos inmensos tanques de gas Lp.
Un día antes
Como si pareciera parte de una advertencia bíblica, el 18 de noviembre, se registró una fuga de gas en la estación de almacenamiento de Petróleos Mexicanos (Pemex), los habitantes de San Juanico reportaron el olor, pero ni la información puso un poco más de interés en los expertos para tomar en serio lo acontecido. Las horas pasaron y a las 5:35 de la mañana sobrevino la explosión.
El infierno en la tierra
Aún no se había repuesto la gente del estruendo cuando las llamas se extendieron en forma irregular, alcanzando los 600 metros de altura. El olor a carne quemada, impregnó el ambiente. Como si pareciera la ira de un dios. En minutos cientos de cuerpos quedaron desintegrados por el calor de las llamas y el impacto de la onda expansiva.
Los que estaban con vida, quizá hubieran preferido correr la suerte de los fallecidos, pues el ardor, gritos y pieles escurriendo como agua eran parte de un ‘teatro macabro’, donde los actores corrían algunos con ropa quemada, otros totalmente desnudos.
Once explosiones fueron las que ocurrieron en total, llevándose la vida de hombres, mujeres, niños y personas de la tercera edad, en esos momentos todos fueron iguales, el fuego no escogía, lo mismo consumía a un ser humano que un animal. Entonadas bajo una sinfonía siniestra de gritos y alaridos, hubo quienes entre el dolor pedían que les quitaran la vida.
La tragedia en carne propia
Margarita “N” como todos los días, salió a comprar leche en una tienda liconsa, todo transcurría con normalidad hasta media hora después de las cinco, en ese instante un gran trueno la aturdió por completo, al mismo tiempo sus ojos vieron que el cielo se puso rojo, enseguida sintió calor y después vio luminosidades corriendo, puntos que a la distancia parecían focos de Navidad, sin embargo, al acercarse a ella se dio cuenta que eran cuerpos aún con vida, quemándose.
Desafortunadamente, la mujer y sus hijos se convirtieron en una estadísticas más de la tragedia, ella se dio cuenta que sus pies y manos tenían lesiones, más tarde la revisión médica le informaría que eran de tercer grado. No se explica cómo no sintió el ardo, tal vez, por la preocupación de sus hijos, de ir a buscarlos y salvarlos, lo cual logró, pero uno de ellos falleció, y su cuerpo no fue encontrado. Al final, representantes de Pemex la visitaron y con un cheque de mil 500 pesos la indemnizaron, dejándole en claro que se había quemado por su imprudencia y su hijo, por andar de parranda.
A la distancia, menciona la madre que fue sometida a varias cirugías para curar sus heridas, ya que en varias los injertos de piel no le funcionaron. Tras las operaciones y la pérdida de un hijo, lo que más recuerda es que el suelo estaba caliente.
“El 19 de noviembre un estallido se escuchó”, así comienza la canción del grupo de rock el TRI sobre la desgracia, una protesta por lo sucedido a través de acordes metálicos; letra que recuerda que alguien o algunos permitieron la muerte de muchas personas, y que probablemente ni estuvieron en el lugar.