Aunque no lo creas, enero no siempre fue el inicio del año, pues los métodos que se utilizaron para crear los calendarios variaron en el principio. Según el sitio web National Geographic los pueblos mesolíticos se guiaban de las fases de la luna, mientras que los egipcios antiguos se fijaban en el sol.

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En el calendario romano sólo existían 10 meses los cuales le rendían homenaje a la agricultura y a los aspectos religiosos, que eran los más importantes para la sociedad primitiva de esos tiempos.

Entonces el año civil de tan solo 304 días comenzaba en marzo, haciendo honor al dios romano Marte y continuaba hasta diciembre, la cual era una fecha en la que se realizaba la cosecha en la Roma templada.

En este calendario se contaban 10 meses, de los cuales seis eran de 30 días y cuatro de 31 días. Además, los nombres de los primeros cuatro meses solían recibir nombres de dioses y los últimos seis se numeraban de manera consecutiva en latín, por ejemplo septiembre hace alusión al séptimo mes, que deriva del número siete.

Este calendario de 10 meses tuvo un corto periodo de tiempo, ya que en el siglo VII a.C., alrededor del reinado del segundo rey de Roma, Numa Pompilio, el calendario recibió una revisión lunar.

Esta consistió en añadir 50 días y tomar prestado un día de cada uno de los 10 para crear dos nuevos meses de invierno, los cuales tendrían 28 días de duración.

Fue ahí cuando se dió el nacimiento de Enero y Febrero, aunque dicho calendario aún no terminaba de ser perfecto, ya que se basaba en la luna y no en el sol.

Después de varios cambios más, en el año 45 a.C., Julio César exigió una versión reformada que se conoció como calendario juliano.

Fue ahí cuando Sosígenes de Alejandría, astrónomo y matemático propuso que se creara un calendario de 365 días que tuviera un año bisiesto cada cuatro años.