En el marco de la Semana Santa, el Viernes Santo se destaca como un día envuelto en creencias arraigadas que impactan las actividades cotidianas de las personas. Una de estas creencias se relaciona con la idea de que es preferible no bañarse durante este día, pues se considera que el agua que cae es impura, al coincidir con la conmemoración de la muerte de Jesucristo.
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Esta tradición, con raíces que se remontan a la Edad Media, conllevaba la creencia de que el acto de bañarse el Viernes Santo podría acarrear riesgos, como la transformación en seres mitológicos, como sirenas o peces, según registros históricos.
Por otro lado, el Sábado de Gloria contrasta con esta percepción, permitiendo a las personas tomar baños como una manera de celebrar la redención definitiva de la humanidad. Este día, el agua se convierte en un símbolo de júbilo y renovación, en contraposición a la solemnidad del Viernes Santo.
En cuanto al significado religioso del Viernes Santo, según el portal Desde la Fe, este día conmemora los últimos momentos de vida de Jesús.
Condenado a la crucifixión por Poncio Pilato, Jesús cargó su cruz hasta el Monte Calvario, donde enfrentó humillaciones y torturas. Su crucifixión junto a dos ladrones marcó un momento trascendental en la fe cristiana, simbolizando el sacrificio supremo por la redención de la humanidad. Las últimas palabras de Jesús antes de su muerte a las tres de la tarde son recordadas como una parte esencial de la conmemoración del Viernes Santo.
Así, la Semana Santa no solo representa un período de reflexión y devoción para los creyentes, sino también un tiempo en el que las creencias y tradiciones se entrelazan, dando forma a las prácticas y costumbres que perduran a lo largo de los siglos.