La siguiente historia forma parte de la tradición oral del estado de Tabasco, bien puede tratarse de una pieza de ficción o pertenecer al imaginario popular. Algunos de los relatos que aquí publicamos son dados por verdaderos entre quienes afirman haberlos vivido, sin embargo, en la presente sección simplemente difundimos estos contenidos para que nuestros queridos lectores pasen un rato entretenido.
De acuerdo a una leyenda de los indios choles que habitan en la zona limítrofe de Tabasco y Chiapas, existió un pueblo de raíces mayas, donde una mujer descarnada salía todas la noches.
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Se decía que entre sus pobladores, había una joven que vivía con su esposo e hijo; eran una familia como cualquier otra, pero por la madrugada ella salía a deambular, pero antes de hacerlo realizaba un ritual, el cual, le quitaba una parte de su cuerpo.
La hermosa mujer salía todas las noches a recorrer las calles en una forma poco convencional: Dejaba la cama que compartía con su esposo, se dirigía al panteón y comenzaba a descarnarse, y ya completado el despojo caminaba sin rumbo. Horas después regresaba y cubría su esqueleto, sin embargo en una ocasión ya no pudo hacerlo.
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¿A qué se veía a la mujer descarnada?
La pareja era un matrimonio feliz, parecía que así seguiría todo la vida. Al final del día, los tres se iban a dormir (así era la vida para ellos), sin embargo, a las tres de la madrugada se producía un cambio. Aquella persona del sexo femenino se levantaba y dejaba al marido, quien estaba profundamente dormido, salía de la casa, se dirigía al panteón, y en ese lugar de descanso final, comenzaba a despojarse de sus carnes, hasta quedar el puro esqueleto. Lo único encarnado era la cabeza.
Al terminar, la piel quedaba en el césped, enseguida el montón de huesos comenzaba a caminar, y al chocar hacían un ruido molesto. Varias noches fue así, hasta que en una de esas jornadas se le ocurrió subir al techo de su casa. Un sonido seco que se repetía despertó al esposo, quien al asomarse vio a su esposa. Pese a que su sorpresa fue mucha, logró estar en silencio mientras la veía.
Pasó un tiempo y la mujer se encaminó al cementerio; él decidió seguirla. Al tener la certeza de dónde se dirigía se adelantó, tomó otro camino para que no lo viera. Lo que encontró cerca de una tumba fue aquello que le pertenecía a su compañera de vida. Rápidamente se dirigió a casa y regresó con un montón de chiles, los cuales embarró en toda la carne rojiza y se escondió.
¿Por qué ya no puedo recuperar su carne y piel?
Ella llegó, como lo hacía todas las noches ordenó que la carne y piel cubrieran su esqueleto, lo que no sucedió, volvió de nuevo a repetir la acción, sin ningún resultado. Desesperada, lanzó un grito pero ya nada podía hacer, enseguida se dio cuenta que alguien había hecho algo. Sin más remedio regresó a su casa. Al entrar vio al marido despierto, la esperaba, se dio cuenta que él era el responsable que la carne no regresara a sus huesos; ella le reprochó, diciéndole que con una simple orden ya no habría salido a caminar descarnada.
El hombre al escuchar las palabras se puso triste, sentimiento que aumentó al morir la joven, pues en su estado no podía probar alimento, lo que la fue matando poco a poco.