El siguiente relato me lo contó una persona que prefiere mantener el anonimato, el cual sucedió en la Villahermosa de los años 30, los protagonistas de esta historia son una hermosa mujer, que ejercía el oficio más antiguo del mundo, y el propio Príncipe de las Tinieblas.
Los sucesos se desarrollaron en la avenida 27 de Febrero, allá por la Plazuela del Águila, la persona que me contó la historia menciona que en aquella época existía por la zona una cuartería; en ella, rentaban personas muy diversas, se podría afirmar que en ese microuniverso convivían seres humanos con diferentes anhelos; algunos, conformes con los que la vida le había dado; otros en cambio, aún iban por una revancha, pues consideraban que su existencia no era justa.
Una de estas personas que estaba inconforme, era una mujer llamada Perla, joven de unos 25 años, en realidad ni ella sabía su verdadera edad, pues afirmaba que sus padres la habían asentado cuando ya caminaba. Por eso, cuando le preguntaban su edad, ella mencionaba que tenía 25; sus conocidos veían con gracia que llevaba tiempo estacionada en ese número.
La mujer había llegado de un poblado cercano a Villahermosa, eso es lo único que se sabía sobre su procedencia, en realidad su vida era una incógnita, como sino tuviera pasado. Entre los motivos del porqué se dedicaba a la vida galante se decía que por un amor que mal le respondió, un hombre dedicado a descargar montones de plátano de embarcaciones que llegaban por el río Grijalva; otra historia menos dramática, aseguraba que desde adolescente le gustaba “darle vuelo a la hilacha” y no soportaba estar atada a un hombre. En fin, la vida de ella transcurría entre la compañía de uno o de otro, ese era su negocio.
Ella, como muchas de las que se dedicaban a ese tipo de vida, en el día descansaba y ya en la noche se sumergía en ese mundo clandestino. Deambulaba por las calles principales de lo que hoy conocemos como el primer cuadro de la ciudad; su figura delgada que denotaba aún juventud, normalmente se envolvía en un vestido entallado, que por momentos parecía rojo y otras veces negro, era en sí, un color impreciso; su cabello largo ondulado, oscuro, le caía hasta los hombros; las piernas cubiertas con medias, eran delgadas; mientras el bolso, un tanto gastado, era algo tosco, bien pudo pasar por un simple morral, y sus zapatillas, las únicas que tenía, estaban desgastadas del tacón.
Sobre su rostro, sobresalía una nariz aguileña; además, cejas pobladas, ojos grandes, expresivos y boca de labios delgados; su cuello largo, era adornado por un crucifijo dorado, al parecer bañado en oro. Como mencionamos antes, en el día ella descansaba, por lo que su ropa era lavada por la encargada de la cuartería, con la que había entablado cierta amistad. En una ocasión, cerca de las 20:00 horas, Perla regresó a la cuartería, la portera le preguntó el motivo por el que volvía tan temprano, ella respondió que los clientes no caían y que estaba desesperada, pues no tenía ni un centavo partido por la mitad, fue en ese preciso instante que la mujer dijo que se acostaría con el primero que viera, incluso con el mismo Diablo, la que le escuchaba se persigno y comentó que dejara de hablar así.
La joven mujer volvió a salir de la cuartería a ver si “pescaba algo” y cerca de una hora después, regresó con un cliente, la encargada del lugar le dijo que se fuera a otra parte con su “amigo”, pues ese no era un sitio para que ejerciera su profesión, pero a insistencia de la muchacha, la portera accedió. Enseguida la joven fue a buscar al hombre, el cual se había quedado afuera; al momento de entrar, la encargada se lo quedó viendo, una extraña sensación le recorrió el cuerpo; pese a portar un traje negro elegante, corte inglés, zapatos en el mismo color y tener un rostro agradable, su presencia inquietaba.
Dentro de la incertidumbre mezclada con desconfianza, la que veía a este individuo, se cuestionó, ¿qué hacía éste con alguien como Perla? Pues no parecía ser del tipo que necesitara pagar para estar con una mujer.
Este sujeto alto y de complexión delgada contrastaba con la mayoría de los clientes que frecuentaban a la muchacha, es más, su físico bien podría pasar por el de un caballero inglés. Para que se den una idea tenía un cierto aire al actor Peter O Toole, aquel que interpretó a Lawrence de Arabia, en aquella película hollywoodense del mismo nombre de los años 60.
El hombre de gran estatura, por momentos parecía que flotaba, aseguró la portera, cuando se dirigió con Perla a su cuarto, ahí estuvieron toda la noche y parte del día, a la portera no le pareció extraño, seguramente, pensaba, aquel individuo había quedado fascinado por la joven, sin embargo cuando más metida estaba en sus pensamientos, se escuchó un grito que salía del cuarto de la muchacha, tanto la portera como quienes se encontraban en ese momento en la cuartería se dirigieron al cuarto de la mujer dedicada a la vida galante.
Entonces, la imagen que encontraron fue grotesca, espeluznante, escalofriante; sobre la cama yacía el cuerpo de la joven, desnudo, cubierto de sangre en gran parte, igualmente las sabanas de la cama, y en la mano izquierda del cadáver unas monedas de oro, enseguida buscaron a su acompañante, pero no estaba en ninguna parte del cuarto, bien podríamos suponer que huyó por otra parte, sin embargo el aposento de Perla no tenía ventanas, la única forma de salir era por la puerta, y nadie, ni la portera que siempre se levantaba temprano y había estado todo el tiempo en el comedor, paso obligado para cualquiera que quisiera dejar la cuartería, no había visto salir al extraño hombre, lo único que se le ocurrió es que a la muchacha se le concedió su deseo.
David Parcerisa un reconocido ufólogo español, comentó en alguna ocasión que en este universo hay entidades que deambulan en diferentes planos, y que están en busca de personas para concederles sus deseos, aunque en esto vaya de por medio la vida.