Por los caminos aledaños a Villa Estación Chontalpa corre una leyenda desde hace casi cinco décadas. Antes de llegar a la villa sucedió algo espantoso e inimaginable; fue tanto el temor que muchos lugareños emigraron. Quienes se quedaron mantienen vivo el suceso que ha llegado hasta nuestros días.
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En un páramo sombrío se asentaron Gumaro y su familia; él era un hombre trabajador y responsable; lo podías ver cortando naranjas, limpiando el campo, alimentando a los pollos, arando la tierra o sembrando semillas. Parecía no cansarse, se caracterizaba además por ser alegre y dicharachero, pero un mal día ese semblante se le borró de la cara para siempre.
Nadie sabe por qué el cambio tan brusco, pero hay quienes lo achacan a la presencia de un hombre que caminaba por esas veredas polvorientas, un desconocido que nadie había visto por esos rumbos, vestía trapos harapientos, sombrero de petate, huaraches de henequén y traía terciada una bolsa del mismo material; cuenta la gente que un día se acercó a Gumaro, cruzaron algunas palabras y después se perdió entre la maleza. Nadie sabe qué fue lo que le dijo, pero a partir de ese momento quedó como loco: Tenía los ojos desorbitados y le gritaba a quien se cruzaba en su camino.
Su casa, que antes estaba llena de paz, paulatinamente fue llenándose de pleitos originados por sus borracheras, ya no entendía razones, sus hijos pequeños se asustaban tanto que al verlo venir, que salían corriendo hacia el monte para esconderse. En una ocasión comenzó a decirle a su familia que él iba a ser poderoso, que nadie ni nadie lo iba a detener, que un hombre le había dicho lo que tenía que hacer y lo iba a cumplir al pie de la letra.
No tardó mucho en dejar de ir a la iglesia y a blasfemar, maldecía a todos sin importarle que fuera su madre o hermanas; al poco tiempo se fueron alejando de él. Su mujer y sus hijos, después de casi cuatro años de aguantar a aquel diabólico hombre que además los golpeaba, aprovecharon un descuido para irse de casa.
Una vez que se vio solo, el desdichado Gumaro no hallaba sosiego, iba y venía por el camino, entraba a su casa y volvía a salir como si algo lo impacientara; lo peor es que vociferaba que no le tenía miedo ni al mismo diablo porque era su amigo y protector; los vecinos del lugar evitaban encontrárselo de frente y cuando lo veían se santiguaban porque creían que tenía pacto con el mismísimo maligno.
Una noche que la luna y las estrellas fueron opacadas por completo por nubarrones, los vecinos oyeron gritos desgarradores que salían de lo más profundo de algún alma humana, rápidamente se percataron que venían de lo que antes era el hogar de Gumaro. Todos corrieron a ver qué sucedía, pero se llevaron una sorpresa macabra al abrir la puerta y presenciaron una demoníaca escena.
Gumaro gritaba y se retorcía de dolor, pedía que no le siguiera pegando, que lo ayudaran a quitárselo de encima, pero nadie podía ver quién le estaba causando daño, por lo que ninguno se atrevió a acercarse. Algunos salieron huyendo y los más valientes comenzaron a rezar, pues decían que esto era obra de la bestia por haberla invocado; lo que sí vieron fueron las llagas y heridas sangrientas en su espalda.
Nadie vio quien le martirizaba al infeliz Gumaro, pero sí fueron testigos de las marcas en el cuerpo que en ese momento le quedaron al infortunado hombre hasta su muerte.
A pesar de haber pasado muchos años este acontecimiento, si pasas durante las noches de la Semana Santa cerca de lo que alguna vez fue su casa, te puedes topar con aquel espectro que se le apareció a Gumaro, y puedes escuchar sus desgarradores gritos.