Cuentan los más ancianos que por la noches escuchaban el tropel de un caballo que vagaba en total penumbra por los caminos polvorientos y enlodados por la lluvia.
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La escasa población vivía con mucho miedo y nadie se atrevía a salir de sus casas al ocultarse el sol así que todos procuraban hacer sus compras en el pueblo lo más temprano posible.
En pleno siglo XXI cuando ya nadie parecía recordar los trotes del caballo el terror regresó, cuentan los lugareños que nuevamente por la noches se escuchaba el trote del malévolo cuadrúpedo.
Cierta noche, una pareja de recién casados después de haber departido con algunos amigos caminaban de regreso a su casa, a eso de las nueve y media de la noche, todo estaba cubierto por las nieblas.
Le dice doña María al esposo:
-Siento que alguien nos viene siguiendo.
Le revira Andrés su esposo- son puras ideas tuyas mujer.
-Tú porque vienes tomado y con sueño - le dijo María.
Después de esos comentarios siguieron caminando, pues aún les quedaba lejos su casa, al poco rato golpeándole con el codo María le dice a Andrés:
¿Escuchaste el ruido? parecen los cascos de un caballo.
Andrés que esta vez sí lo había notado trató de tranquilizar a su esposa diciéndole que tal vez sería un caballo pegado a alguna cerca, pero la mujer no se quedó conforme y con la vista empezó a buscar a los lados y se dio cuenta que no había caballos ni vacas.
De repente el relinchido de un fiero animal estremeció por completo a la pareja quienes por inercia voltearon para atrás pero no vieron absolutamente nada. Justo en ese momento la escasa luz de una lámpara pública encendía y apagaba sin causa aparente; el ruido de los cascos continuó hasta que poco a poco desaparecieron.
Desde luego, los caminantes entraron en shock, experimentando un frío intenso, por momentos quedaron paralizados sin saber que hacer, a decir de algunos parecía que el corazón se les quería salir, tanta fue su angustia que a puros rezos y santiguada llegaron a su casa.
Andrés se levantó muy temprano por la mañana, abrió la puerta principal y caminó donde supuestamente el caballo los seguía la noche anterior, cuidándose de no contaminar la evidencia -pensaba- caminaba con mucho cuidado buscando las huellas del fantasma equino, de repente quedó atónito cuando se encontró con tres pares de huellas, dos de ellos perteneciente a los zapatos de María y de él, mientras que la tercera casi pegadas a la de ellos, era un par de pies con solo tres dedos y más grandes que lo de cualquier animal de la zona, el barro también capturó algo parecido a las garras de una bestia.
Aunque los pobladores se alarmaron por lo sucedido ninguno pudo identificar las terribles huellas y apenas cayendo la noche todos se atrincheraban en sus casas.
Aún por estos tiempos hay quienes afirman que en la noches de la luna llena han escuchado en más de una ocasión el galopar de un misterioso ser.