Los helicópteros de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), los de la Secretaría de la defensa Nacional (Sedena) y los de la Armada de México comenzaron a sobrevolar como un enjambre el río Grijalva, desde muy temprana hora del miércoles 31 de octubre. Como extrañas aves agoreras, surcaban el cielo sobre la ciudad a la altura de los malecones. Parecían ir y venir repasando el lugar que la inundación habría de marcar, sólo un par de horas más tarde, en el mapa de las grandes tragedias descritas por los medios de comunicación del resto del país y del mundo: la popular colonia Gaviotas.
En diferentes puntos del río los militares trabajaban apilando costales, pero a esa hora, aunque aún no lo sabían, ya era una batalla perdida.
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A la una de la tarde se rompió el bordo y el agua comenzó a entrar sin recato, corriendo a través de las calles, entrando a las casas, destruyendo patrimonios, separando familias.
Los primeros en tener que abandonar sus hogares fueron los habitantes de los sectores Coquitos, Armenia y Monal. Cuando el agua les llegó a las rodillas se dieron por vencidos, rescataron lo que pudieron de sus pertenencias, agarraron a sus hijos y salieron huyendo.
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Era un éxodo impresionante: decenas de personas tratando de alcanzar el puente solidaridad para acceder a las zonas más altas de la ciudad. Cuando el bordo que contiene la Laguna del Camarón fue rebasado, la anegación les cortó el camino a quienes trataban de huir en sus vehículos, dejando a su paso automóviles sumergidos en todas las calles.
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* Tomado del libro "2007: Tabasco bajo el agua", del escritor Ángel Vega