La siguiente historia forma parte de la tradición oral del estado de Tabasco, bien puede tratarse de una pieza de ficción o pertenecer al imaginario popular. Algunos de los relatos que aquí publicamos son dados por verdaderos entre quienes afirman haberlos vivido, sin embargo, en la presente sección simplemente difundimos estos contenidos para que nuestros queridos lectores pasen un rato entretenido.
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Una mujer de aspecto desagradable vivió en Cunduacán a principios del siglo XX, ella se ganaba la vida haciendo el mal a otras personas. Su oficio, por llamarle de alguna manera, era la hechicería o artes oscuras, a más de una persona le había quitado la vida. Sin embargo, uno de esos trabajos por encargo le costó la de ella, convirtiendo su alma en un pájaro negro de grotesca apariencia.
La bruja, como le conocían en toda la Chontalpa, había amasado una gran fortuna, que consistía en todo tipo de joyas. Su riqueza estaba fincada en la desgracia de otros. Cuentan que políticos, hacendados, incluso hombres de religión y damas de la sociedad que buscaban vengarse de alguien, eran sus clientes.
Vivía en una casa de tablas, impregnada de olores nauseabundos, tufo que emanaba de la mezcla de sangre de animales muertos y de hierbas del campo; elementos esenciales para las pócimas que elaboraba, y que se convertían en potentes venenos, destinados a quienes debía desaparecer.
Uno de sus trabajos más conocidos, según los relatos de la época, lo realizó contra una mujer, madre de familia. La del encargo fue la mejor amiga de la víctima. Todo comenzó en una discusión por unos pollos, la primera le reclamó que un perro, propiedad de la segunda, había entrado al gallinero y matado a sus aves de corral. Esta que trataba al can mejor que su marido, no tomó de buena manera el reclamo. Se hicieron de palabras, insultándose en un florido lenguaje que sus vecinos escucharon, claramente.
La dueña de las gallinas olvidó el asunto, se volvieron hablar, sin embargo, la que se decía su mejor amigo, no lo dejó pasar; de frente le sonreía, y por atrás le deseaba la muerte, este malsano sentimiento la llevó a contratar los servicios de la hechicera. Como si una fuerza extraña y maligna ocupara su alma, le dijo a quién prestaba el servicio: “necesito que me quites del camino, a una insensata, ella no se va a reír de mí”. La deforme mujer, que sabía, cuando el mal hablaba por las personas, mencionó: “cuánto estas dispuesta a pagar por el trabajito, lo puedo hacer sin dificultad alguna, pero te costará mucho”.
“Lo que sea, tú haz lo tuyo y yo te prometo una cadena, de oro”, respondió la cliente. La bruja al escucharla, se puso a trabajar de inmediato. De una caja de madera sucia, sacó unas raíces, las mezcló, después la sustancia la embadurnó a una pelota de pozol. “Esta pelota de pozol se la entregarás a tu amiga, con cualquier pretexto, la tomará y en tres meses morirá”, la otra cogió la masa e hizo lo que le dijo aquella mujer.
Al paso de las semanas, su vecina comenzó a deteriorarse, dolores intensos sentía en el vientre, en las noches sus gritos se escuchaban por toda la calle. Además, su juventud desapareció, pues aparentaba más edad de la que tenía. Al cumplirse el plazo señalado falleció, quienes estuvieron con la desdichada en sus últimos momentos, aseguran que del cuerpo le salían unos gusanos negros. Como quedó pactado, la anciana recibió su paga, lo que la hizo muy feliz.
Todo iba bien para la experta en provocar el mal y sufrimiento contra los inocentes, y sucedió que, un día llegó hasta su casa un hombre de guayabera blanca, pantalón de vestir azul y porte elegante. Pese a tener clientes de mucho dinero, el que tenía enfrente se veía que era un señor de gran riqueza. El tipo pasó a la casucha, no sin antes hacer una mueca de asco, se quedó parado cerca de la puerta como si no quisiera tocar nada de lo que había en el lugar.
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El sujeto le comentó que su familia era muy rica, pero él no podía disponer de la fortuna mientras su mamá estuviera viva. Un poco temeroso de lo que iba diciendo, le dijo: “me han comentado que haces ciertos trabajitos; que puedes acabar con la vida de quien sea”, la hechicera le interrumpió: “así es, pero, por lo que veo en tu alma, traes un gran asunto, y si lo hago tu ganarás mucha riqueza, aunque perderás el camino de Dios”. Aquel terminó de escuchar y respondió: “no importa, yo no creo en santos y ángeles”, atajó la otra: “en santos y ángeles no, pero en el Diablo, sí”.
Cansado de estar en ese inmundo lugar, el individuo que era de poca paciencia, le preguntó: ¿cuánto por matar a mi madre? Rio, quien escuchaba. Secamente, habló: “un cofrecito lleno de joyas; eres el primero que me pide algo así”. El negocio quedó pactado. Tres días después del acuerdo, el hombre regresó a la choza, ya en ese momento, la bruja le tenía preparado un brebaje color verde en una botella pequeña. Le dio instrucciones de cómo usar la sustancia. Tenía que dejar caer tres gotas en los alimentos de la señora, conforme se fuera acabando el líquido su vida se extinguiría.
Tal como lo predijo la anciana, la madre del ambicioso hijo murió. Sus últimos días no fueron apacibles, sus uñas se tornaron oscuras, mientras que sus ojos se veían amarillentos, y su aliento pestilente. El hombre con una dicha que no le cabía en el pecho, le llevó el cofre con las joyas a quien lo había vuelto, inmensamente rico.
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La hechicera vio la recompensa, su avaricia creció, y pensó que ya no trabajaría más, viviría de su riqueza, tenía suficiente. Su boca dijo gran verdad, ese fue su último encargo, dos semanas después, comenzó a enfermarse, ninguno de sus remedios la curó. Conforme fueron pasando los días empezó a sentir miedo, lo primero que le vino a la mente es que algún familiar de sus víctimas le estaba haciendo daño, así transcurrieron seis meses de agonía e intenso dolor, como si cada mal hecho, se le regresara. Un día, un vecino de la mujer entró a su vivienda, pues tenía tiempo que no la veía caminando por las calles de Cunduacán, no la encontró, lo único que había en su cama era un pájaro negro, horripilante, que salió volando por la ventana.