El siguiente relato nos lo comparte el señor Luis Francisco Priego, quien vivió una interesante experiencia en una casa del rumbo de la colonia Atasta, casi a finales de los años noventas.
"Llegué a rentar a una casa antigua de la colonia Atasta de Villahermosa, Tabasco, porque en la empresa para la que trabajaba me cambiaron de ciudad y si no me movía pues tal vez perdía el empleo, y era un lujo que no me podía dar.
"Mi esposa se quedó en la Ciudad de México junto con mis dos hijos pequeños; al principio pensé que sólo iba a ser una temporada de no más de seis meses en Villahermosa, pero luego se alargó mi estancia, y como es natural, los extrañaba mucho.
"Era una casa antigua, con un solar y techo de teja. Las paredes eran gruesas, el piso de mosaico y un patio amplio. No tenía climas, sólo ventiladores. La instalación eléctrica tenía algunas fallas, pero el precio de renta era accesible.
"Me instalé ahí de inmediato. Por el tipo de trabajo que tenía, estaba algunos días fuera y la casa se quedaba sola. Luego volvía y permanecía ahí algunos días descansado, solo, en espera de volver a salir rumbo al trabajo.
"En la vivienda había un teléfono de esos viejísimos, de dial. Me refiero a esos en los que marcas girando una rueda numerada. Por esos años ya era viejo el aparato, como de los ochentas, imagínense. Era tan viejo que ni siquiera se me ocurrió preguntar si tenía línea. Era obvio que no, pues el dueño no lo mencionó en el contrato. En esos años todavía no existían los celulares, apenas empezaban y eran enormes y caros. Como yo dividía mi tiempo entre casa y trabajo, nunca consideré pertinente contratar una línea fija a la compañía. Cuando tenía que comunicarme con mi esposa en México, iba a una caseta de larga distancia, echaba monedas y listo.
"Lo más curioso fue cuando, una noche mientras estaba yo durmiendo, escuché que el teléfono sonaba. Lo oí entre la duermevela, por lo que no le tomé demasiada importancia; pensé que se trataba de un sueño. Al día siguiente me levanté y ni siquiera me acordaba de lo que había pasado...
"Hasta que volvió a sonar. Era un timbre mecánico, antiguo, como de esos de las películas viejas. Me tomó por sorpresa, esta vez una tarde cualquiera. Lo primero que pensé fue: la compañía debe estar haciendo pruebas, o el dueño hizo un contrato sin decirme y lo echó a funcionar.
"El teléfono seguía sonando y pues mi reacción fue ir a contestar. Levanté la bocina y dije: ¿Hola? Oí que del otro lado había alguien, porque el sonido de la respiración de una persona era inconfundible. Inmediatamente colgaron.
"Así pasaron varios días sin novedad. Una tarde en que cayó un aguacero de esos que sólo caen en estas tierras, el timbre del teléfono volvió a romper el silencio de mi casa.
"Esta vez escuché claramente la voz de una mujer, una jovencita, muy seguramente. Dijo con voz tímida: ¿Me comunica con la señora Aída? Le respondí: está equivocada, señorita, aquí no vive nadie con ese nombre. Se disculpó y en seguida colgó. Sin embargo, siguió llamando esporádicamente, durante los siguientes días. Cada vez que contestaba, le decía yo: señorita, discúlpeme, ya le dije que aquí no vive ninguna señora Aída. ¿No será que le dieron el número equivocado? Y entonces ella ya no decía nada y colgaba.
"Lo más extraño ocurrió una noche particularmente incómoda. Eran como las dos de la mañana; hacía tanto calor que era difícil dormir. El teléfono sonó y me despertó. Me enojé mucho porque siempre era la misma cosa con esta persona, y no entendía por más explicaciones que le daba yo. Me había portado muy decente, hasta esa ocasión. Le hablé fuerte: "Mire, jovencita, ya me tiene usted harto. Vea nomás qué horas son estas de llamar"... ella se quedó callada un momento y luego dijo: "es que Aída es mi mamá y la ando buscando desde hace muchos años"... de fondo se escuchaba el ruido de las cigarras y los grillos. Como que ella estaba en descampado, o algo así... estaba a punto de azotar la bocina, cuando de pronto, que se suelta llorando la joven... entonces mi actitud cambió. Me disculpé y le dije: "Mire, yo solo soy inquilino de esta casa, pero me comprometo a ayudarla a buscar a su mamá... sólo dígame el nombre completo de la señora, y el de usted también. Dígame su dirección, y de qué número me llama, para tratar de ubicarla"... entonces, ella se quedó en silencio. Luego habló. Su voz, ahora era fúnebre: "No se preocupe. Le ofrezco una disculpa. Lo que pasa es que mi mamá está muerta, y yo también". Dicho esto, colgó.
"Lo primero que pensé es que se trataba de una broma de muy mal gusto. No me dio miedo al principio, sino que, conforme pasaron los días, el recuerdo de esas palabras me iba perturbando más y más. A veces levantaba yo la bocina, en algún momento al azar, para comprobar si había línea, y eso era lo más extraño: no sonaba nada del otro lado. El teléfono estaba muerto, igual que siempre.
"Cuando el casero fue por la renta, a fin de mes, le conté lo que pasaba con el teléfono. Se me quedó mirando como si estuviera loco. Me dijo lo previsible: que ese teléfono era una reliquia y que llevaba años sin línea. Al final me preguntó: ¿Cómo dice que se llama la señora por la que preguntaba la jovencita?
—Aída. Se llamaba Aída —le contesté.
—Ah, es que sí hubo una señora Aída viviendo aquí con su hija, hace muchos, muchos años —dijo el casero; —Pero la hija un día desapareció. Decían que se había fugado con un petrolero, pero quién sabe. La mamá se quedó sola, y luego se cambió de casa. Quién sabe qué habrá pasado con las dos.