Muchos de los que vivieron la inundación frecuentemente adoptan posturas radicales en cuanto a las víctimas mortales del fenómeno. Algunos afirman tajantemente que no hubo muertos; otros, conspiranóicamente, acusan que hubo decenas y hasta cientos, tantos «como para llenar camiones». Ambas adolecen de cierta desinformación.
En primer término, es preciso aclarar que el fenómeno conocido como «inundación de Tabasco» no se circunscribe al «27 de octubre», por mucho que haya dado origen a un fraccionamiento con el mismo nombre a las afueras de Villahermosa, allá por el rumbo de la carretera a Teapa.
La «inundación» debe entenderse como una serie de eventos vinculados a los diversos fenómenos naturales ocurridos desde principios de octubre de 2007 y que se extendieron hasta los primeros días de noviembre; en tal caso, la perspectiva es más acertada y el saldo de los hechos trágicos, se ensancha, pero en su justa dimensión.
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El día 17 de octubre, dos niños fallecieron ahogados, lo mismo que una mujer que cayó en una alcantarilla anegada en el municipio de Macuspana, a causa de las primeras lluvias torrenciales.
Para el 25 de octubre ya había 15 mil damnificados en ocho municipios de Tabasco. Las precipitaciones eran tan intensas que habitantes de la costa veían cómo sus casas eran tragadas por el mar. El río Carrizal comenzaba a devorar al Periférico, interrumpiendo la circulación debido a un enorme deslave.
Un día después, la plataforma de perforaciones ultramarinas de Pemex Usumacinta fue evacuada por trabajadores de la entonces paraestatal frente a las costas de Paraíso, cuando una estructura fue arrojada por el fuerte oleaje del frente frío número 4 contra un árbol de válvulas de gas, provocando una fuga catastrófica. Durante la evacuación en lanchas de salvamento denominadas «mandarinas», 18 trabajadores fallecieron, 8 desaparecieron y 61 más pudieron ser rescatados.
Pero la «serie de eventos desafortunados» no se detuvo ahí. Como resultado del desastre ocurrido en la plataforma autoelevable, un derrame de grandes proporciones amenazaba con llegar a las costas de Paraíso, por lo cual equipo especializado en la contención de desastres llegó el 27 de octubre.
Para entonces la emergencia era patente, pero aún no se proclamaba de manera oficial. Esto no ocurriría sino hasta el domingo 28 de octubre por la noche, cuando las autoridades declararon el desastre. Unos 40 mil tabasqueños tenían ya el agua al cuello.
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Con el aumento a 2 mil metros en la turbinación de la presa Peñitas el número de damnificados por las lluvias superó las 150 mil personas en todo Tabasco, cantidad que se incrementó con la población urbana que se inundaría al desbordar el río Carrizal.
La contingencia era de tal magnitud que ya se intuía que podría igualar a la de 1999 por el impacto en la economía local y en la sociedad, por lo que pobladores de todo el estado clamaban el auxilio de las autoridades.
El mismo domingo 28 por la noche, el gobernador Andrés Granier opinó sobre la contingencia, en forma contundente y catastrofista; “aún falta lo peor”.
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Faltando cerca de dos días para el evento definitivo, el que habría de sumergir a la capital tabasqueña, ocurrieron más decesos. En los municipios llevaban ya cerca de 20 días padeciendo las crecientes de los ríos y las fuertes lluvias; se supo de la muerte de la joven Gloria del Carmen Sánchez, quien cayó del puente colgante de Villa Luz, en el río Nava de la ranchería Raya del municipio de Tacotalpa. Su cuerpo pudo ser rescatado un día después del incidente.
Mientras tanto en la comunidad de Ayapa, Jalpa de Méndez, falleció la menor de seis meses de edad, Julieta Vázquez Ruiz al caer de su cuna, en su casa inundada.
Por desgracia, ellos fueron las víctimas documentadas de la tragedia.
Y efectivamente, como afirmaba Granier casi proféticamente, tal vez mirando más allá del desastre en puerta en dirección hacia su propia administración plagada de errores y descalabros, a Tabasco le faltaba “lo peor”.
* Tomado del libro "2007: Tabasco bajo el agua", del escritor Ángel Vega