La tradición del pan de muerto se remonta a cientos de años, sobre sus orígenes hay diferentes versiones, la más extendida que se remonta a la época de la Conquista, relata que previo a la llegada de los españoles, los nativos tenían la costumbre de sacrificar a una doncella a sus dioses.
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El ritual consistía en sacarle el corazón aún latiendo, después se introducía en una olla de amaranto hirviendo, luego era mordido por los sacerdotes. El amaranto, un alimento consumido desde la época prehispánica, fue parte de los sacrificios llevados a cabo por el pueblo azteca. Se sabe que en Mesoamérica, se elaboraba un tipo de galleta a base de alimento, la cual se mezclaba con la sangre de la mujer.
A la llegada de los ibéricos, esta costumbre fue condenada y sustituida por el que hasta actualmente conocemos: el pan. Este era de trigo en forma de corazón, bañado con azúcar pintada de rojo, que simulaba la sangre de la doncella. De esta manera, el pan de muerto se convirtió en un símbolo de la fusión de dos mundos, el prehispánico y el europeo. Donde la visión indígena de la muerte se une al trigo del viejo continente.
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Actualmente, consiste en un bollo circular cubierto de azúcar, con pequeños trozos de masa en forma de huesos, estos se colocan en forma cruzada en la parte superior, el circulo representa el cráneo del difunto.
La forma representa el ciclo de la vida y la muerte; en algunos casos se agrega esencia de azahar en referencia al recuerdo de los difuntos. A pesar de sus orígenes, este alimento con el paso de los siglos se convirtió en una de las tradiciones gastronómicas más importantes del país.