Hay acciones y formas de expresarnos que creemos hacemos bien, sin embargo la mayoría de las veces son incorrectas, y aquí te mostramos cinco de ellas, según algunos especialistas sobre el tema.
1. Esperar a que toda la mesa tenga su segundo plato para volver a comer
Nos ponen delante un buen chuletón, jugoso y humeante, con una buena ración de patatas bien doradas. Ha llegado el segundo plato, pero la urbanidad se interpone entre nosotros y ese deseado, casi ansioso, primer mordisco. Normalmente, se cree que hay que esperar a que se sirva a todos los comensales para poder empezar a comer también los segundos. Pero no, por una vez las normas de protocolo llegan para poner fin a la tortura: sólo hay que esperar a que se sirva el primer plato. Una vez hecho, no hay más trabas.
“Es una cuestión de sentido común”, afirma la profesora de la Escuela Internacional de Protocolo María Colomer. “La norma de la espera solo rige para los primeros platos, que además muchas veces son fríos o semifríos. Si esperáramos también para comer un segundo, una carne o un pescado, el primero en ser servido se lo comería frío”, explica. Y no es una norma no escrita: proviene del protocolo borgoñés de la corte de Felipe II y ya aparece en textos de 1548.
2. Ducharnos
Ya no somos niños, pero en la ducha nos comportamos como si tuviéramos ocho años y llegáramos del parque. Es decir, nos embadurnamos de jabón. Y no nos hace falta.
“La piel se vuelve más seca con la edad y los jabones, al ser astringentes, la secan aún más. Si abusamos, se eliminará la capa cornea”, explica Juan Ferrando, médico dermatólogo del Hospital Clínico de Barcelona y profesor titular de dermatología de la Universidad de Barcelona. “Hay que utilizar la mínima cantidad de jabón y sólo en las zonas más necesarias. Estas son los huecos naturales de la piel y los pliegues”, recomienda (esto también se aconseja en una publicación de la Universidad de Valencia sobre la dermatitis atópica y el eczema). Para el resto del cuerpo, la idea es que con el agua jabonosa que va cayendo es suficiente.
Usar jabones para niños es otro error: “Al ser líquidos y perfumados, secan más la piel. Están bien para los niños porque su piel es más grasa”, señala Ferrando. A los profesionales que se lavan las manos con frecuencia les aconseja usar jabones en pastilla con glicerina o aceite de coco, por ser hidratantes.
3. Pronunciar Gabriel e Israel
Palabras como Gabriel, Israel, constreñir o impregnable hacen que se nos trabe la lengua. Decimos Grabiel o nos hacemos un lío con el aire entre la s y la r y acabamos diciendo Israel como si tuviéramos la boca llena. “Los fonemas que más dificultad presentan suelen ser los vibrantes -r, rr- y los sinfones - bla, bra, para, pla…”, explica Mª Teresa Estellés, presidenta de la Asociación de Logopedas de España y directora de Centros Ortofón.
En general, estos fallos no se deben a que no se pueda articular correctamente, sino a prácticas incorrectas adquiridas a través del entorno y que perduran en el tiempo. Se calcula que entre un 4% y un 6% de los niños padecen trastornos de articulación, pero “cada vez son más los adultos que acuden a las consultas de logopedia por persistir su problema”, señala la presidenta de A.L.E.
Según un estudio de SpinVox con las palabras peor pronunciadas del castellano. Entre ellas, veniste en vez de viniste, transtorno en lugar de trastorno, idiosincracia en el de idiosincrasia y perjuicio en vez de prejuicio.
4. Trabajar
Todos tenemos unas horas especialmente productivas a lo largo del día durante las que nos resulta más fácil concentrarnos y trabajar más rápido y más a gusto. El problema es que no las tenemos identificadas y no las aprovechamos.
“¿Si trabajo especialmente bien de once a una, por qué parar a las doce para tomar un café?”, se pregunta la coach en asuntos profesionales Aida Baída. No es que haya que prescindir de los descansos, pero sí encajarlos en aquel momento en el que no rompa un buen ritmo de trabajo. “También tenemos que aprender a decir que no al compañero pesado que viene a darnos conversación cuando mejor estamos trabajando”, señala. Tampoco es que sea necesario dar conversación: en una oficina es mayor el tiempo que se dedica a labores propias de la oficina –reuniones, reenvío de correos...– que al trabajo en sí.
La coach propone un ejercicio para organizarnos mejor: clasificar las tareas en urgentes e importantes, importantes pero no urgentes, urgentes no importantes y ni importantes ni urgentes. “Nos ayudará a priorizar. Prestando especial atención a las tareas importantes pero no urgentes evitaremos que lleguen a convertirse en urgentes y nos agobien”, explica.
5. Contestar los whatsapps del jefe
Entre una pesadilla de las que se despierta uno bañado en sudor en mitad de la noche y tener al jefe en WhatsApp, lo primero es lo más deseable.
Aida Baída resalta la necesidad de “poner límites entre la vida profesional y la privada” e insta a hacerlo pronto, porque “cuanto más tarde más cuesta”. Señala el peligro de llevar las relaciones profesionales a un contexto, el de WhatsApp, en el que se manejan sobre todo las personales.
Además, el jefe puede ver nuestros estados y horas de conexión y, si utilizamos WhatsApp en nuestra relación laboral con él, podrá ver si hemos leído su último mensaje y estamos remoloneando en la respuesta.
Un estudio recogido en una web especializada en apps señala varias cosas que debemos tener en cuenta si utilizamos el Whatsapp en el ámbito laboral. Entre ellas se recomienda tener cuidado con lo que ponemos en nuestro estado, como cosas que expresen desagrado por el trabajo; no criticar a compañeros con un tercero –no sería la primera vez que se envía por despiste el mensaje a la persona de la que está hablando: más de un jefe da fe–, y vigilar los vídeos y las fotos que compartimos.