Se cree que las mujeres le pertenecen a la diosa tabasqueña Ix Bolom, quien enseñó los métodos de parto y fertilidad a las antiguas ancianas, quienes resguardaron la sabiduría de los partos indígenas del pueblo.
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Según el texto escrito por Plácido Santana Hernández para el sitio web detabascosoy.com el parto era considerado en Tabasco como un ritual sagrado, pues en ese momento nacía una vida, la cual evitaría la extinción de la raza chontal, por lo que las parteras eran mujeres respetadas, quienes cumplían la misión de ayudar a las mujeres a concebir la vida.
Antiguamente se les denominaba Ixch´uch´ch´ok, es decir “la mujer que recoge niños”, las cuales invocaban a la diosa Ix Bolom considerada la patrona de las parteras, para que no hubiese complicaciones en la labor del parto.
Estas sagradas mujeres le daban té de canela a las futuras mamás y colocaban una lía amarrada a la viga del techo, para que mientras se iniciaba el parto, las mujeres se sostuvieran de él, ya que tenían que permanecer semi hincadas, haciendo fuerzas para expulsar al bebé.
Después de algún tiempo de esfuerzo, el recién nacido por fin deslumbraba su vida, cayendo sobre una yagua de palma, para posteriormente ser limpiado por la partera, quien le cortaba el cordón umbilical.
Es curioso señalar que antiguamente se creía que en el caso de los niños varones, la longitud del ombligo que se dejab, era la longitud que le iba a crecer el pene. Además de que las creencias dictaban que el ombligo debía ser enterrado bajo la puerta de la entrada de la casa “para que no quede perdido y siempre regrese a casa”.
Mientras que en el caso de las mujeres, su cordón umbilical era enterrado en las cenizas del fogón “para que nunca le falte comida y sea trabajadora”. Al momento del nacimiento, las parteras revisaban a los recién nacidos, ya que creían que en ocasiones Ix Bolom enviaba a niño virtudes, como el hombre murciélago jaguar, quien vendría a pelear contra brujos y hechiceros chontales.
Por eso, aquellos a los que se les detectaba una virtud eran cuidados con proeza, pues se creía que al crecer se volverían curanderos y les darían una gran riqueza a sus familias.