El maestro Héctor Quintana era fiel al sentido de la escuela de los muralistas de mediados del siglo XX, sus pinturas en un estilo que conjuntaba el simbolismo, el realismo y el impresionismo eran inconfundibles, creando así composiciones que narraban historias de principio a fin, donde resaltaba: “la fuerza de los hombres comunes, esos que siendo oprimidos sacan del dolor el heroísmo” dijo él mismo cuando en una entrevista le preguntaron en quienes se inspiraba para dibujar los rostros en sus pinturas.
Episodios de la vida de Quintana marcaron su trayectoria porque su vida estaba inherentemente unida al arte, allí estaba su pasión, y se aferró a ella desde su niñez, desde que descubrió su placer y destreza en el dibujo e imaginó que su destino estaba allí.
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Motivado por esta convicción, dejó las comodidades de la casa de sus padres en Centla para ir en búsqueda de un entorno propicio para perfeccionar las diversas técnicas que deseaba aprender. Su viaje lo llevó al norte del país, donde, a pesar de no encontrar una escuela de artes adecuada a sus intereses, se empleó como retratista autodidacta en bares y restaurantes, mejorando su técnica con la práctica, y llegó a dominar varias técnicas, en el siguiente texto Pedro Lara narra una conversación con Quintana sobre sus técnicas y esa etapa de su vida.
Pintar en su juventud, no solo le permitió sobrevivir, sino también descubrir la identidad de las personas a través de sus gestos, y poder retratar su esencia más allá de los rasgos, una destreza que le acompañaría hasta el final de sus días.
Tras esta odisea, regresó temporalmente a Tabasco, su tierra natal, antes de emigrar nuevamente a la capital, decidido estudiar en la Academia de San Carlos. Sin embargo, poco tiempo después optó por la rigurosidad académica de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda.
Después de adquirir habilidades profesionales y contar con mayores recursos técnicos y artísticos, el maestro Quintana dedicó varios años a la ilustración de revistas, libros e historietas, como Chanoc, la Revista Sentimental e incluso el Libro Vaquero, entre otras populares publicaciones impresas de los años de 1970.
Posteriormente, con madurez y experiencia, definió su etapa más prolífica como pintor y dibujante, creando impactantes retratos de diversos personajes, entre ellos el encargo de los artistas tabasqueños que adornan la antesala del teatro Esperanza Iris.
Sus manos retrataron héroes nacionales, importantes políticos, e incluso personas comunes con rasgos distintivos, que él consideró dignos de plasmar en lienzos, o guardarlos para más adelante e inmortalizarlos en los murales que exhibían casi siempre epopeyas patrióticas del valor de los guerreros que no obtuvieron la fama, pero si la gloria de haber luchado por México, ejemplos de esta temática se encuentran en el museo de la Historia de Frontera en Centla y en el Tribunal Superior de Justicia del estado.
Así como el impresionante mural del hospital Leandro Rovirosa
Aunque el color siempre ha estado presente en su obra, lo distintivo del estilo de Quintana es su maestría en el dibujo a tinta china, utilizado tanto para representar paisajes tropicales, edificios emblemáticos, danzas indígenas como para recrear escenas de la antigua San Juan Bautista. Se volvió un maestro en la pintura con tinta china, una de sus técnicas de dibujo favoritas, aquí compartimos un enlace sobre una texto descargable donde se encuentra parte de su obra.
Este tono monocromático resguarda la esencia de la nostalgia en sus obras. Además de los tonos y las técnicas, las dimensiones y el volumen de sus creaciones son notables, desde pequeños dibujos en hojas tamaño carta hasta enormes murales.
Quintana tuvo grandes admiradores de su obra en Tabasco y dejó amistades que reconocieron su obra en vida, aquí mostramos un emotivo texto del escritor Vicente Gómez Montero
La sencillez y amabilidad del artista le llevaba a ayudar a los amigos pese a no estar de acuerdo con sus ideas y esfuerzos, aquí un relato de Norma Dominguez, sobre una de las pinturas más reconocidas de los últimos años de Héctor Quintana.
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Al finalizar sus días Hèctor Quintana deja un vacío en el arte Tabasqueño que nadie podrá llenar. Aunque Tabasco es cuna de artistas plásticos los zapatos que dejó Quintana no son fáciles de llenar y su personalidad es imposible de imitar.