Hablaré de algunos monstruos. No diré el nombre de uno y sí el del otro, el tercero es muy conocido. Lo primero porque no me gusta vender tramas (hoy le dicen spoiler), lo segundo porque debemos saber que los más brillantes artistas siempre tienen un lado desdichado. Lo tercero, porque una noche como esas, de creación y bebida, debe(ría) ser la aspiración de todo autor.
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1.- La tripulación del Deméter viaja con un monstruo, uno que se coló en el barco, que vive en las bodegas, bajo cubierta, alejado de la luz. Sale por las noches, como buen fantasma, comete tropelías, conjura la tormenta. Es, será, uno de los monstruos emblemáticos de la literatura, del cine, de todas las historias de terror que conozcamos a partir de su viaje.
El capitán y él se identifican, aunque no son amigos. El capitán igualmente es un monstruo que se apropia de la carne de sus víctimas desnudándolas, viéndolas, conjurándolas, comiéndoselas metafóricamente. En eso se parecen los dos. El capitán que busca probar, lamer, morder la carne. El otro monstruo que la devora para subsistir. Durante la travesía de Varnay a Inglaterra, el capitán verá mermar su tripulación, presa fácil del otro. Luchan ambos. La lucha es durante la noche, entre la tormenta y la oscuridad.
El monstruo místico es peor que el capitán pues éste no puede dejar de lado su naturaleza humana. El otro no lo es. Convierte a las víctimas en lo que es él mismo. Las pone en furiosos trances. El capitán solamente lucha por arribar con bien a puerto. En la novela donde estas cosas ocurren, La ruta del hielo y la sal, del escritor mexicano José Luis Zárate, asistimos al asombro del monstruo en ciernes y del ya forjado en los meandros de la oscuridad. Ahí es donde el autor pone de relieve su gran conocimiento del mundo de las sombras.
Esta novela, un delicioso pastiche, al que no podríamos llamar precuela pues sucede dentro de la novela famosa, desde donde el autor retoma la anécdota, nos hace pensar en el amplio espectro de la perversión. El capitán se horroriza viendo los indicios con que el monstruo anuncia su presencia. Las ratas blancas, enemigas de las negras, defendiendo el espacio donde el monstruo sentó sus reales en el Deméter; la tormenta que define las apariciones del monstruo y las desapariciones de la tripulación; el sacrificio del primer oficial, adivinando los horrores próximos.
La ruta del hielo y de la sal es un compendio, breve, como deben ser los buenos filtros, los buenos ingredientes. José Luis Zárate dio de nuevo al clavo, es lo cierto.
2.- El otro monstruo tiene, tuvo, nombre. Se llamó Lucchino Visconti. Autor de varias obras de arte dentro del espectro del cine, no podemos negar su imaginativa prosapia, así como sus deliciosos personajes que definen la decadencia de una época. Dueño de una mente privilegiada, de un gusto perfecto, de una delirante magia, su obra más importante es la que debo tratar hoy, Muerte en Venecia.
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Basada en la novela de Thomas Mann, con guion del director, la cinta es un monumento a la homosexualidad en cualquiera de sus rubros. Aparentemente, está basada en la vida del compositor Gustav Mahler pues Mann, desde la novela, establece paralelismos entre vida y obra. Mahler, Mann, Visconti, establecen una triada de talentos con los que la cinta se convierte en un avatar triple.
La historia versa sobre el escritor Gustav von Aschenbach que huye de una tragedia personal hacia Venecia. Los momentos del desembarco, así como los paseos por la ciudad sumergida, de su obsesión erótica, son arpegiados por el Adagieto de Mahler que urde una trama musical acorde con la perversa actitud de Aschenbach (el actor Dirk Bogarde). Aschenbach se prenda de Tadzio, un adolescente polaco de perfectísima belleza.
El acecho del hombre nunca transgrede el contacto. Su amanerada directriz se basa en la observación. Pero este no es el monstruo al que me refiero. El monstruo es Visconti que jodió la vida del actor Björ Andrésen. No me gustan los fatalismos, pero sí cabe la frase “para siempre”. Hay un testimonio hecho a manera de documental, que muestra el largo y extenuante proceso de selección entre cientos de muchachos, en las audiciones que realizó el propio director, para encontrar al actor adecuado para el papel del adolescente Tadzio en su afamada película.
Tras haber observado a muchos chicos al final se eligió al joven sueco Björn Andrésen. La leyenda cuenta que Visconti quería que el hijo de su amiga del alma, la cantante Lucía Bosé, Miguel, fuera el adolescente en cuestión. El padre de Miguel Bosé, el torero Miguel Domínguez “Dominguín” se opuso rotundamente. Entonces vino el periplo maldito.
Buscó y buscó el director de cine hasta encontrar a Andrésen que llegó a la audición sin saber bien a bien lo que iba a ocurrir. De inmediato lo desnudó Visconti, dijo que era el indicado y se estableció la malvada relación que puso en celuloide al joven ingenuo y forjó una de las películas de culto más hermosas de la historia del cine. Andrésen cuenta que fue a varios festivales de cine siempre de la mano, literalmente, de Visconti, que participó en orgías, en fiestas donde la droga, el alcohol, las relaciones sexuales de todo tipo, eran pasto de todos los días.
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Visconti empujó a un chico hacia un terreno desconocido, hacia una tierra ignota donde la fama y la perversión se mezclaban. Nunca pudo desprenderse de ambas el joven Andrésen, o de la égida del director, de Tadzio, de las núbiles experiencias de la cinta, de ese adolescente que se acomoda entre las piernas de su madre mientras el músico, en la novela es escritor, lo mira babeando, espoliando un orgasmo que culmina en el final de la cinta.
Visconti resultó un verdadero monstruo. Es el hombre que se forja en un ámbito decadente con el que se disuelve entre las sombras del arte. Curioso bosque el arte, curioso monstruo Visconti. Escondido uno en otro.
3.- El año 2018 fue celebrado en el mundo misterioso como el de la publicación, hace 200 años, de la novela Frankenstein, de M.W. Shelley. Confieso que, en un momento, creí que las iniciales pertenecían a un señor. Saber que la autora fue la crítica y pensadora Mary Wolstoncraft fue un alivio. Había mujeres que escribían fantasías espeluznantes, deliciosas, aguerridas como esta.
¿Qué tiene de original esta obra? La premisa en la que el hombre aun quiere ser Dios, o al menos enmendarle la plana. La reflexión parte de una mujer, eso hace doblemente interesante el texto. No olvidemos que el subtítulo es El moderno Prometeo. A la manera del héroe mitológico, Frankenstein decide llevarle el fuego a los hombres. Como buen científico la manera es demostrando que el hombre puede crear otros hombres, no solamente por la vía natural sino por la vía científica. Acude el hombre a métodos que la autora no explica. El proceso de la manufactura es cosa del cine. La autora es hábil. Cuando no sabes nada de un tema, lo evades. Simplemente pones, al inicio del capítulo: “Ese día, la criatura abrió los ojos”. Ya está. El mito se levanta de la mesa, sale a ver el mundo, lo encuentra aterrador. Se pregunta, ¿y yo soy el monstruo?
La novela detona los más crudos sentimientos del ser humano, desde la fobia a lo moderno hasta el genocidio. La criatura se vuelve mala, se vuelve un ente perverso. Hay mucho de violento, hay un regocijo abismal en exigirle al creador cuentas. Cómo no. Si se las exigimos a Dios, ¿porqué el monstruo no se las exigiría a ese pequeño dios de la tierra, según Goethe? La lucha de ambos debe terminar en la muerte de uno de ellos. Mary Shelley conoce el alma humana, escribió algunos libros más para demostrarlo. Logró que en el top ten de los monstruos, el suyo tuviera el segundo lugar. El primero aun lo tiene Drácula, escrita mucho después, pero siniestra y gótica como la que ahora nos ocupa.
El monstruo se sale de control, lo que hacen Adán y Eva en el mito bíblico. Hay un desaforado amor por esta criatura, por este ente siniestro que no tiene nombre. No es posible nombrarlo, señalarlo con el dedo. Solo le decimos así, la criatura. Esta es una novela de reflexiones, de avisos, que excava el más recóndito pensamiento del alma humana. Ha tenido infinidad de adaptaciones al cine. Es un recurso denodado por su amplio registro, desde la comicidad (recuerde el lector Frankenstein, jr, de Mel Brooks) hasta el ego contemporáneo, como en la cinta Yo, Frankenstein.
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El monstruo goza de muy buena salud actualmente. Es referencia en toda clase de literatura, en conferencias, en ciclos de cine, en cuentos y obras de teatro. Todo un mito. Creo que Mary Shelley no concibió la magnitud de su creación esa noche de tempestad donde Lord Byron propone a sus amigos escribir un cuento de terror. Los profesionales esa noche, los poetas Byron y Shelley no pudieron, no quisieron, hacerlo. Se rindieron pronto. Dejaron textos apenas emborronados, desiguales, plenos de ideas, pero sin concluir. Los que no eran poetas duchos en toda la extensión de la palabra sí terminaron su historia. Esto es Mary Shelley y John Polidori. Los dos pasan a la historia por sus textos bien hechos, realizados por la gracia de una inspiración delirante y porque el acto de escribir es competitivo, lo he dicho siempre.
Mary Shelley dio al mundo un mito, creó un personaje literario que demuestra que la escritura es veleidosa, fugaz, aparente siempre. El escritor tiene el don sencillo, el de formular. Todo empieza con la sencilla frase y si…
Esa noche, ahí en la finca de Lord Byron, se escribió una de las novelas emblemáticas, formadoras de un universo lector. Eso no podemos soslayarlo.