Transcurren ya los dos últimos meses del complicado año 2024. Se ha hecho costumbre para muchos de nosotros, a estas alturas, dedicar un tiempo para el corte de caja, la auto reflexión: evaluar logros (o la ausencia de ellos), así como redefinir metas, en una especie de ritual cíclico que a ratos se vuelve oneroso, pues si no se realiza adecuadamente, puede atraernos frustración.
Casi siempre volvemos a caer, e incluso insistir en fijarnos objetivos que no hay manera que podamos cumplir en la realidad (y lo sabemos); pero como dice el dicho, la esperanza es lo último que muere.
Es bueno proponerse objetivos y/o metas tan variados en sus fines y diferentes en su viabilidad, pero definitivamente todos ellos importantes para muchas de las áreas de nuestra vida. Sin embargo, segura estoy que, conforme vamos viviendo la vida, muchos de estos planes deben ajustarse para que podamos concretarlos, independientemente de su dimensión, en algún momento de nuestra vida.
Y creo que ese "algún día", esa indefinición, muchas veces es lo que nos da en la torre. Parece que, hasta cuando lo decimos en voz alta, terminamos en un suspiro que suena a "no se puede".
Y es que hay que soñar, sí, pero con un pie en la realidad. Porque es como si nos propusiéramos algún día dejar de trabajar definitivamente pero sin tener una estrategia para lograrlo; o algún día bajar de peso, sin tener que entrenar, como por arte de magia; o algún día encontrar al príncipe azul que nos de, de la nada, vida de reinas; o comprar la casa de nuestros sueños sin tener un plan financiero sólido o un trabajo fijo y remunerativo... y algún día estar en paz con la irremediable realidad que es envejecer.
Hace unos días, estaba leyendo nuevamente sobre los métodos para establecer metas, objetivos, tanto laborales como personales y me topé frecuentemente con dos palabras clave que parecieran ser lo mismo, pero no lo son: sacrificios y renuncias.
Entonces me pregunté a mi misma (no había a quien mas preguntarle) qué significa para ti un sacrificio. Esto me hizo recordar una etapa de mi vida en la que, según yo, me sentí sacrificada o que hice un gran sacrificio por el bien de mi familia.
Mi sacrificio consistió dedicarme al cuidado de mis dos hijas que, en ese momento, eran unas bebés (2 años la mayor y 3 meses la pequeña) y nos fuimos a vivir al extranjero. Inicialmente, la idea era que tanto su papá como yo, estudiáramos una maestría o posgrado, como becarios. Cuando ya estaba casi todo planeado y estratégicamente pensado, resulta que tuvimos que aplazarlo por un tiempo más, ya que la segunda beba, venía en camino.
Y pues, para facilitar el proceso, yo decidí no buscar la beca, ni aplicar para el posgrado, pero sí vivir la experiencia de vivir en el extranjero para no separar a la familia.
Muchos años sentí esto como un sacrificio, sobretodo durante las horas del día, que eran para mis hijas y trabajo, el no poder organizarme, ni fijar metas de ningún tipo, en ninguna área... o más bien sí; bajar de peso, esa ha sido la meta más pensada y ejecutada de mi vida, en cualquier caso.
Como les decía, en la rutina del día a día, pues esa meta de lograr un posgrado en el extranjero, cada vez se veía menos real. Parecía casi imposible, y con solo el hecho de pensarlo, sentía una gran frustración. Como que ese posgrado en el extranjero era algo que yo pensaba que me haría ver como una fregona, una profesional, y que me otorgaría mucha valía ("empoderamiento", le dicen ahora). Y que el no conseguirlo, era dejar de ser "valiosa" como profesionista.
Y así, frustrada, permanecí cerca de diez años de mi vida, hasta que una gran amiga y comadre, platicando sobre nuestras cosas pendientes por hacer, surgió el tema del famoso posgrado. Nos pusimos a investigar sobre las universidades aquí en Villahermosa, costos, horarios y demás detalles. Todavía tardé en decidirme, por fin, en lograr estudiar una maestría, ya que con las tareas de mis hijos, y todas las demás actividades, no quedaban muchas ganas ni tiempo para estudiar.
Pienso que dejé de ver ese logro como un sacrificio cuando, finalmente, conseguimos inscribirnos y comenzar a estudiar: y fue justo ahí donde comenzaron a aparecer las renuncias. Renunciar a otras actividades para poder tener tiempo de leer, de hacer proyectos, de asistir tres horas los jueves en la noche a clases presenciales, y entregar tareas los domingos, que eran una locura para mí: son días de actividades familiares y tenía que partirme en cachitos para poder cumplir conmigo, y con todos.
Al final, lo conseguí, y la satisfacción personal nadie, hasta el sol de hoy, me la quita. Todavía tengo el gusanito de estudiar en el extranjero y en una de esas lo logro.
Nada es fácil en esta vida. Toda decisión tiene sus sacrificios y sus renuncias... y deseo, estimado lector, lectora, que no te quedes con las ganas y cumplas las metas que te traces, para lo cual, la recta final del año es un muy buen pretexto para el análisis y la reflexión.
Te invito a que sigas en ese cambio constante, y hacerte las preguntas correctas en cada etapa de la vida para que todo lo bueno y lo malo, al llegar al final, no se convierta en arrepentimientos.
Gracias por leerme.