/ viernes 28 de junio de 2024

Artilugios / Tríptico, de Gerardo Kleinburg

Este libro fue una eterna obsesión al verlo en los anaqueles de la antigua librería de la Secretaría de Educación. Ahí lo veía yo cada vez que iba a comprar libros, es decir cada vez que tenía dinero para ello. Lo veía, pasaba de largo, regresaba a él con deslices solitarios. Me encantaba su propuesta en la portada, un instante del cartel que anunciaba Turandot, la ópera póstuma de Giacomo Puccini, en su primera representación.

Vi el nombre de su autor que en ese momento no me era conocido. Dejé el libro muchas veces, muchas veces lo agregué al lote y otras tantas lo devolví al anaquel. Una ocasión, fui decidido a comprarlo. Entré, fui hasta el sitio que siempre ocupó… Y no lo encontré. Alguien se lo llevó. Alguien que igualmente acababa de oír la ópera en cuestión y se lo llevó porque así es este mundo de la Literatura. Lleno de sorpresas, jocosas y no.

Pasó el tiempo. En alguna ocasión, vi en la televisión cultural de México, esa nueva que intentó ser amena, lógica, buena y competitiva pero al final quedó como todas las televisoras culturales, destilando aburrimiento, dedicándose a los autores o eventos preferidos del director del canal o de sus asociados, al autor del libro que fue sustraído de ante mis narices. Gerardo Kleinburg.

Siempre me pareció que los comentaristas de música clásica, Jacobo Moret, por ejemplo, eran señores adustos y malencarados. Este no. Kleinburg parecía un hombre de prosapia e inteligencia, además de buena presencia. Sus atinados comentarios eran la suma interpretación de aquellos instantes, de ese tiempo. Yo, acostumbrado a escuchar a don Arrigo Cohen dar cátedra sobre el género en otro canal de esa televisión cultural que por desgracia ya no existe o discutir de ópera aquí en Villahermosa con el querido Lico Andrade quien siempre supo más de lo que pudiera imaginarse, representaron los momentos más interesantes de mi vida.

Escuchar a Kleinburg, un joven de mi misma edad, porque ambos nacimos en 1964, fue el colmo del asombro. Arrigo Cohen y Lico Andrade eran mayores que yo, hubo empatía, pero no cercanía. Kleinburg era una enciclopedia andante del género lírico. Una tarde, teniendo como interlocutor al que fue director de la ópera de Bellas Artes, Sergio Vela, de triste memoria en la administración cultural calderoniana, Kleinburg habló de Turandot. Escuché una grabación aun en esos famosos discos LP y su musicalidad fingidamente oriental me hizo amarla de inmediato.

La leyenda cuenta que Puccini no terminó la partitura que completó su discípulo Franco Alfano. Arturo Toscanini quien dirigió el estreno en 1924, ya bien entrado el siglo XX, detuvo la orquesta en un momento, se volvió al público y dijo que ahí, en esa nota, murió el maestro. De ese modo terminó el estreno para, al día siguiente, ya escuchar la obra completa. Kleinburg contó esa anécdota ya sabida por mí. Recordé el libro y quise conseguir un ejemplar. Llamé al número que aparecía cada tanto tiempo en la charla de los especialistas para que le preguntasen al señor Kleonburg dónde encontrar un ejemplar. Me contestó un burócrata de esos que hicieron trabajar los fines de semana y me indicó muy cortante que la emisión era grabada. Pasó el tiempo. Otra vez.

Durante el 2020, la pandemia trajo nuevamente a Gerardo Kleinburg a mi vida. Puso un programa por esas transmisiones en vivo por alguna red social que tuvo el sonoro nombre de Hablemos de ópera. Claro, título inteligente para que él luciera sus conocimientos del género. Tuvo muchas transmisiones y en una de esas salió a relucir la ópera. Habló el especialista de ese momento en que Liu, la esclava enamorada del príncipe, ofrece su vida para no delatar el nombre.

Finalmente, ya agonizante por la tortura a la que la sometió la cruel princesa Turandot, Liu se mata en una de las arias más hermosamente dulces, como todas las que escribió Puccini, dedicadas a niñas o heroínas delicadas. Hoy Puccini sería llamado pederasta y sus óperas no serían suficientes para salvarlo del escarnio. Ahí fue cuando dio su teoría el autor que nos ocupa. Liu es un personaje metido en la fábula desde la vida real. Liu es la doncella Doria Manfredi que se suicida para terminar con el acoso que Elvira Puccini la hizo sufrir. Celosa, Elvira la orilló al suicidio. Al encontrar muerta a la doncella se pensó que solo eran celos de Elvira. No. Puccini y Doria tuvieron una relación que en ese entonces se llamaría culpable.

La familia demandó a la esposa del compositor que tuvo que dar una fuerte suma de dinero para que se olvidase el caso. Eso creo que lo conté en un Artilugio anterior.

Quiero hablarles del libro que encontré en una librería de viejo y que compré de inmediato.

Tríptico (tres actos en una ópera) especula con el título porque, pensaría el lector desprevenido, que se referirá a esa otra composición que está dividida en tres óperas pequeñas. No. El libro reúne tres historias sobre ópera dándole a cada una un sesgo demencial. Diferente para la época de su publicación, 1989.

Un hombre que es “espontáneo” en la representación de Otelo, de Verdi. Así como en las corridas de toros aparece desde el público quien quiere ofrecer su vida para mostrar que es también valeroso. Aquí el cantante se descuelga desde una soga del telón con lo que el tenor, el profesional sale muy indignado. No sabemos si el espontaneo triunfa, pero la historia es interesante.

La segunda historia es, ¡cómo no!, sobre Turandot. Un joven mexicano reúne una cantidad para ir a Nueva York, al Met y ver seis óperas. Entre ellas su preferida, la que viene cumpliendo 100 años. En la sala conoce a una chica hermosa, de rasgos orientales, con la que tiene una relación sexual después de la ópera. Ella lanza tres adivinanzas, como lo hace la princesa de la ópera. ¿Cómo se llaman mis tres gatos? ¿Cuántos años tiene la joven? ¿Cuál es su nombre?

El mexicano solo contesta una. Hacen el amor y la historia concluye con la propuesta de que Turandot, finalmente, como la abeja reina que es, supo el nombre del príncipe Calaf y acaba ejecutándolo. Curioso fin.

La tercera es un arriesgado esquema que traslapa los pensamientos de una pareja de antiguos cantantes de ópera. Ambos representaron las más hermosas melodías de todos los maestros de ese tiempo. Acomodada en un sinuoso ir y venir de pensamientos en dos columnas, el autor ofrece un alto conocimiento de los cantantes, todos, que terminan olvidados en casas de retiro. Recordemos que Verdi dejó una considerable cantidad para que se mantuviera una casa de retiro para cantantes de ópera.

Tríptico es una serie de tres cuentos bien elaborados, pero, como la ópera, son fríos, delicados, eminentemente eruditos. Kleinburg escribió una serie de cuentos sobre la ópera para expertos y fans de la ópera.

Finalmente entrevisté al autor. Kleinburg fue distante y frio como los cuentos de su libro. Al preguntarle si habría una nueva edición solo pudo responder que dependería del entusiasmo del público. Bueno, supongo que esperará el sueño de los justos.

(*) Agradezco la reproducción del cartel de la primera representación de la ópera Turandot en La Scala de Milán, 1924.