/ viernes 9 de agosto de 2024

Artilugios / Sociología de las princesas

La realidad es que Walt Disney realizó tres películas clásicas de princesas. Las demás ya fueron un agregado del agregado, un solipsista regodeo en la irrealidad.

Claro, la etapa postmoderna de las princesas la traslapó la nueva empresa Disney. Princesas y más princesas. El mismo Perrault, más dedicado a la elaboración de princesas que ningún otro autor, vería con recelo la procelosa distribución de aventuras donde princesas más o menos interesantes, aparecen delimitando los deseos de las niñas del postmoderno. Ser empoderadas, ser vistosas, sobrepasar al príncipe convirtiéndose ellas mismas en una opción heroica. El feminismo llegó a Disney, claro. La mercadotecnia se dio cuenta que quedarse con las tres princesas clásicas, Blancanieves, Aurora y Cenicienta, era quedarse en esas mujeres debiluchas, dedicadas al hogar, ingenuas, supeditadas a la lucha del bien y del mal sostenida por los príncipes y sus aliados, enanos, hadas, ratones.

Disney, llamémosle más bien Disney+ sabe que sus siniestros planes residen en el público, en el público infantil que pide, pide, pide. Pide además ser como los adultos, poder decidir entre lo bueno o lo malo saltándose el criterio que nadie quiere enseñarles. Para eso está la escuela… O Disney. Claro, ahí viene la segunda etapa de la mercadotecnia. ¿Porqué decidir? Podemos convertir a las villanas en buenas y a los príncipes en timoratos.

Maléfica fue la primera destronada del solio de la maldad. En la cinta clásica de dibujos animados realizada en 1959, el hada mala lo dice muy clarito: ¡Ahora te las verás conmigo, príncipe, y con los poderes de Lucifer!, antes de convertirse en un monstruoso dragón, ajeno al cuento de Perrault. Después, en la cinta Maléfica de 2019 se vuelve más buena que el pan. El beso de amor verdadero se lo da ella a su ahijada clandestina. Ella es la que la quiere verdaderamente. El dragón, el cuervo son amigos de la súbita bondad. El rey Estéfano, guasón y fantoche en la cinta de 1959 es el villano. Es el que enamora al hada inocente, le roba las alas, las mantiene secuestradas en su castillo, declara la guerra al mundo mágico y, finalmente, impide la felicidad de su hija, una Aurora igualmente diferente de la película clásica.

En la serie Once upon a time realizada por la BBC y Disney+, la reina bruja, madrastra de Blancanieves, se va convirtiendo en buena gracias a la bondad demostrada por su hijastro, su nieto, hijo de la hija de Blancanieves y Encantador. Qué presteza. El capitán James Garfio, el villano más ridículo de Disney, interpretado por Colin O'Donoghue, es galán, feroz, guerrero, alejado del cocodrilo del reloj y enamorado de Emma, la actriz Jennifer Morrison. Es decir, es otro.

Volviendo buenos a los malos todos seremos felices. Por supuesto, algo faltará a la narrativa. Para ello, aparecieron la sirenita, nombrada por Disney+ como Ariel y su contraparte la bruja del mar. Apareció Jazmín y su contraparte, el malvado Yafar y apareció Bella y su contraparte, el pretendiente despechado Gastón. Y más adelante aparecieron Mulán, Tiana, Raya, Pocahontas que no son princesas, pero lo son gracias al matrimonio.

Un espectador avezado gritaría enseguida ¡Trampa, trampa! Mérida, Elsa, Anna, Rapunzel lo son. Alicia, la del país de las maravillas no lo es; Vanelope, de Ralph el demoledor, no lo es. Y la más reciente, Aisha, de la película Deseo (2024), no lo es tampoco. Moana sí, por esas raras curiosidades de la empresa. Es decir, las princesas tienen una aparición especial en la película donde Ralph, el gigante que destruye y su amor pequeño, Vanelope, son rescatados por la acción de las princesas, ellas que se ponen de acuerdo para salvar el día. Cada una aporta sus habilidades, que no superpoderes, y haciendo equipo, que no cofradía o liga, rescatan al gigantón algo tonto y algo necio. Miren nomás.

Reunirlas es uno de los logros de la empresa. Se llama sororidad. Es lo que deberían ser las mujeres, acabando así con la creencia, fundada o no, de que el peor enemigo de una mujer es otra mujer. Las princesas de Disney son amiguis, fraternas, querendonas. Elsa va para ser la primera princesa gay del mundo mágico si otra cosa no sucede. Su hermana Anna es la buena, la dulce, la delicada.

Ahora bien, la raza es otra de las barreras a vencer. Las princesas clásicas, que son 3, son blancas, de pelo negro, de pelo rubio. Claro. Aparecieron Pocahontas, Muilán, Jazmín, Raya y Moana de rasgos orientales, piel roja, china o árabe, de las islas del Pacífico. Moana, donde su padre es rey, un rey bárbaro dirían los conquistadores de cualquier imperio del mundo pero rey. Los esposos, los novios, los príncipes son ridiculizados en la parodia que hacen los Simpson del mundo de Disney. Los hacen finitos, afeminados, atléticos más para el baile que para la lucha.

Y se le olvida a los nuevos empresarios que el príncipe aguerrido es Felipe, el de la bella durmiente. Los otros dos, el encantador de Blancanieves o el príncipe anónimo de Cenicienta son ecuánimes, meros objetos de decoración ante la brillantez de las princesas. Bailan o cantan que es una delicia. Luchar contra un dragón solamente Felipe, ganador de la lucha gracias a que las hadas dirigieron su espada precisamente hasta el corazón de la bestia. Queda del hada mala apenas un sesgo de su capa, la espada clavada en ella y la desolación de que el mal ha caído y que el bien ha triunfado. Desolación porque, si vemos atentamente este segmento, vemos la cara lastimada del príncipe y las miradas con que las hadas buscan confortarlo. Felipe ha bailado con el demonio, no será el mismo a partir de ese momento. Los otros príncipes se asustan, son delicaditos, emocionales, furtivos.

En la serie ya mencionada de la BBC, se continúa curiosamente la línea narrativa. Al regresar al país mágico los expulsados Blancanieves, Encantador, la reina bruja, Rumpelsztinskyn así como los enanos, la abuelita de Caperucita, Garfio y Henry el niño hijo y nieto de Blancanieves y Encantador, hijo de Emma, encuentran a Aurora y Felipe. Estos los miran como diciendo, Pero ¿porqué han regresado?

Felipe se vuelve un tirano, se atisba y Aurora es la reina cómplice. Es decir, la BBC hizo su Juego de tronos acomodado en las películas de Disney+, no en los cuentos de hadas.

Eso me llevaría, ya quizá para ir cerrando el texto, a la adaptación. ¿Puede decirme el lector en qué demonios se parece Frozen a La reina de las nieves, el cuento clásico de Andersen? En nada. Del mismo modo en que los otros cuentos clásicos fueron adaptados, la nueva generación de princesas tiene historias demasiado tergiversadas. Todas son puestas al servicio de la sororidad, del feminismo.

Y esto no está bien, pero tampoco está mal. Las adaptaciones sobre todo de Frozen (2013) son un rompecabezas de inimaginables consecuencias. No caeré en la opinión “justiciera” de decir que no se pueden tocar los clásicos. Disney y Disney+ lo hacen a medida que se acuerdan de cuentos de princesas, de príncipes, de hadas buenas o malas. Qué tal.

Nuestros hijos las disfrutan, eso sí. Pareciera que con eso debemos conformarnos.

La realidad es que Walt Disney realizó tres películas clásicas de princesas. Las demás ya fueron un agregado del agregado, un solipsista regodeo en la irrealidad.

Claro, la etapa postmoderna de las princesas la traslapó la nueva empresa Disney. Princesas y más princesas. El mismo Perrault, más dedicado a la elaboración de princesas que ningún otro autor, vería con recelo la procelosa distribución de aventuras donde princesas más o menos interesantes, aparecen delimitando los deseos de las niñas del postmoderno. Ser empoderadas, ser vistosas, sobrepasar al príncipe convirtiéndose ellas mismas en una opción heroica. El feminismo llegó a Disney, claro. La mercadotecnia se dio cuenta que quedarse con las tres princesas clásicas, Blancanieves, Aurora y Cenicienta, era quedarse en esas mujeres debiluchas, dedicadas al hogar, ingenuas, supeditadas a la lucha del bien y del mal sostenida por los príncipes y sus aliados, enanos, hadas, ratones.

Disney, llamémosle más bien Disney+ sabe que sus siniestros planes residen en el público, en el público infantil que pide, pide, pide. Pide además ser como los adultos, poder decidir entre lo bueno o lo malo saltándose el criterio que nadie quiere enseñarles. Para eso está la escuela… O Disney. Claro, ahí viene la segunda etapa de la mercadotecnia. ¿Porqué decidir? Podemos convertir a las villanas en buenas y a los príncipes en timoratos.

Maléfica fue la primera destronada del solio de la maldad. En la cinta clásica de dibujos animados realizada en 1959, el hada mala lo dice muy clarito: ¡Ahora te las verás conmigo, príncipe, y con los poderes de Lucifer!, antes de convertirse en un monstruoso dragón, ajeno al cuento de Perrault. Después, en la cinta Maléfica de 2019 se vuelve más buena que el pan. El beso de amor verdadero se lo da ella a su ahijada clandestina. Ella es la que la quiere verdaderamente. El dragón, el cuervo son amigos de la súbita bondad. El rey Estéfano, guasón y fantoche en la cinta de 1959 es el villano. Es el que enamora al hada inocente, le roba las alas, las mantiene secuestradas en su castillo, declara la guerra al mundo mágico y, finalmente, impide la felicidad de su hija, una Aurora igualmente diferente de la película clásica.

En la serie Once upon a time realizada por la BBC y Disney+, la reina bruja, madrastra de Blancanieves, se va convirtiendo en buena gracias a la bondad demostrada por su hijastro, su nieto, hijo de la hija de Blancanieves y Encantador. Qué presteza. El capitán James Garfio, el villano más ridículo de Disney, interpretado por Colin O'Donoghue, es galán, feroz, guerrero, alejado del cocodrilo del reloj y enamorado de Emma, la actriz Jennifer Morrison. Es decir, es otro.

Volviendo buenos a los malos todos seremos felices. Por supuesto, algo faltará a la narrativa. Para ello, aparecieron la sirenita, nombrada por Disney+ como Ariel y su contraparte la bruja del mar. Apareció Jazmín y su contraparte, el malvado Yafar y apareció Bella y su contraparte, el pretendiente despechado Gastón. Y más adelante aparecieron Mulán, Tiana, Raya, Pocahontas que no son princesas, pero lo son gracias al matrimonio.

Un espectador avezado gritaría enseguida ¡Trampa, trampa! Mérida, Elsa, Anna, Rapunzel lo son. Alicia, la del país de las maravillas no lo es; Vanelope, de Ralph el demoledor, no lo es. Y la más reciente, Aisha, de la película Deseo (2024), no lo es tampoco. Moana sí, por esas raras curiosidades de la empresa. Es decir, las princesas tienen una aparición especial en la película donde Ralph, el gigante que destruye y su amor pequeño, Vanelope, son rescatados por la acción de las princesas, ellas que se ponen de acuerdo para salvar el día. Cada una aporta sus habilidades, que no superpoderes, y haciendo equipo, que no cofradía o liga, rescatan al gigantón algo tonto y algo necio. Miren nomás.

Reunirlas es uno de los logros de la empresa. Se llama sororidad. Es lo que deberían ser las mujeres, acabando así con la creencia, fundada o no, de que el peor enemigo de una mujer es otra mujer. Las princesas de Disney son amiguis, fraternas, querendonas. Elsa va para ser la primera princesa gay del mundo mágico si otra cosa no sucede. Su hermana Anna es la buena, la dulce, la delicada.

Ahora bien, la raza es otra de las barreras a vencer. Las princesas clásicas, que son 3, son blancas, de pelo negro, de pelo rubio. Claro. Aparecieron Pocahontas, Muilán, Jazmín, Raya y Moana de rasgos orientales, piel roja, china o árabe, de las islas del Pacífico. Moana, donde su padre es rey, un rey bárbaro dirían los conquistadores de cualquier imperio del mundo pero rey. Los esposos, los novios, los príncipes son ridiculizados en la parodia que hacen los Simpson del mundo de Disney. Los hacen finitos, afeminados, atléticos más para el baile que para la lucha.

Y se le olvida a los nuevos empresarios que el príncipe aguerrido es Felipe, el de la bella durmiente. Los otros dos, el encantador de Blancanieves o el príncipe anónimo de Cenicienta son ecuánimes, meros objetos de decoración ante la brillantez de las princesas. Bailan o cantan que es una delicia. Luchar contra un dragón solamente Felipe, ganador de la lucha gracias a que las hadas dirigieron su espada precisamente hasta el corazón de la bestia. Queda del hada mala apenas un sesgo de su capa, la espada clavada en ella y la desolación de que el mal ha caído y que el bien ha triunfado. Desolación porque, si vemos atentamente este segmento, vemos la cara lastimada del príncipe y las miradas con que las hadas buscan confortarlo. Felipe ha bailado con el demonio, no será el mismo a partir de ese momento. Los otros príncipes se asustan, son delicaditos, emocionales, furtivos.

En la serie ya mencionada de la BBC, se continúa curiosamente la línea narrativa. Al regresar al país mágico los expulsados Blancanieves, Encantador, la reina bruja, Rumpelsztinskyn así como los enanos, la abuelita de Caperucita, Garfio y Henry el niño hijo y nieto de Blancanieves y Encantador, hijo de Emma, encuentran a Aurora y Felipe. Estos los miran como diciendo, Pero ¿porqué han regresado?

Felipe se vuelve un tirano, se atisba y Aurora es la reina cómplice. Es decir, la BBC hizo su Juego de tronos acomodado en las películas de Disney+, no en los cuentos de hadas.

Eso me llevaría, ya quizá para ir cerrando el texto, a la adaptación. ¿Puede decirme el lector en qué demonios se parece Frozen a La reina de las nieves, el cuento clásico de Andersen? En nada. Del mismo modo en que los otros cuentos clásicos fueron adaptados, la nueva generación de princesas tiene historias demasiado tergiversadas. Todas son puestas al servicio de la sororidad, del feminismo.

Y esto no está bien, pero tampoco está mal. Las adaptaciones sobre todo de Frozen (2013) son un rompecabezas de inimaginables consecuencias. No caeré en la opinión “justiciera” de decir que no se pueden tocar los clásicos. Disney y Disney+ lo hacen a medida que se acuerdan de cuentos de princesas, de príncipes, de hadas buenas o malas. Qué tal.

Nuestros hijos las disfrutan, eso sí. Pareciera que con eso debemos conformarnos.