/ miércoles 10 de julio de 2024

Artilugios / Por estas hojas anda un árbol, de José Tiquet.

I

José Tiquet entró a mi casa un martes por la tarde, en el momento del ajetreo, cuando preparaba maletas para partir hacia Tuxtla. Descansó un momento frente al vaso de agua de Jamaica: no tuvo sed. Su abrevamiento fue infinitesimal. Le hice saber nuestra marcha a la ciudad donde todo puede suceder, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

La vida ha desacompasado nuestro sentir hacia las generaciones anteriores. Una generación que se extingue siempre piensa que fue la mejor; una generación que comienza siempre piensa que es pionera. Imaginemos, si es que nuestra imaginación alcanza para tanto, una generación formada por muchos hombres parecidos a Carlos Pellicer o a José Gorostiza. ¡En qué aprietos se debieron ver Becerra y los poetas tabasqueños de la generación siguiente para tratar de superar la figura esplendorosa de Pellicer! La nueva generación de poetas aún se da el lujo de ver al maestro como su hermano mayor y no el padre de la literatura tabasqueña. Hacen bien.

Ante este embate surge una generación de poetas que no reconoce a Pellicer tampoco como su maestro, pero sí reconoce en él al hombre, reconoce al cantor de nuestra tierra, de nuestra feroz manera de manierizar las cosas. De ella, de esa generación de en medio forman parte, de una manera u otra, Agenor González Valencia, Marco Antonio Acosta, José Tiquet.

Durante el viaje, José Tiquet me habla de los procedimientos empleados para rehacer la poesía. Las vocales −dijo Pellicer− me sirven para elaborar una máquina de ritmos. Figurémonos ese maravilloso texto de don Carlos: los grupos de palomas/ notas, claves, silencios, alteraciones. La s, suprema oración del convento pelliceriano, hace que la vida del verso reabra sus puertas en el amplio recinto de cualquiera de sus poemas. Suple la vida con aspavientos literarios. El ars poética de Tiquet no es menos complejo, pero sí más certero. Dice Tiquet en un momento de su libro Por estas hojas anda un árbol.

Es tanta la influencia de ese mundo que yo viví a plenitud en mi infancia, que aún siento dentro de mí la savia de esos árboles, grandes y pequeños, frutales o sólo nacidos para ofrecer sus preciosas maderas.

Este mundo, pequeño y sabio mundo, es en el que Tiquet realiza la traducción a lenguaje poético de la vida y del amor, del instante, del quebranto de su existencia.

Traductor del mundo y traductor del lenguaje que el ser humano normal no capta, Tiquet (según me dijo en el viaje) trata de hacerlo bello e inteligible para el desarrollo de sus versos.

Recuerdo otro poema, muy bello, donde casi percibimos el murmullo del agua, el arrullo del viento y la brisa.

Hace tiempo que el tallo

Dejó la adolescencia mayor de los sentidos,

Y en un fracaso verde sin el fruto

Sus pétalos cayeron destinados

A ser el triste musgo alimenticio

De sus propias raíces.

La adolescencia reaparece siempre en los poemas de Tiquet desenvolviéndose, esta adolescencia mayor de los sentidos puede reencontrarse durante la viva viveza del poeta. Ya no es Tiquet el que reúne ciertos detalles de vida y los hace estar de pie frente a nosotros.

Tiquet suple los sonidos delante del vallado pretencioso del poema. Los sonidos se convierten en tallos adolescentes que inundarán la prístina delicuescencia del río.

II

Este libro se regodea en su simpleza, se mofa de lo divino, recupera el momento adolescente de la poemática sureña. Instala sus retornos donde podrían estar los principios. Acomoda los versos el poeta con sigilo porque la poesía misma, aunque a veces lanza airados gritos de constancia, gusta del callado renovarse de sus versos.

Nueve sonetos −soneto por lado del triángulo que, a su vez, formarán una pirámide− son los que compuso Tiquet, no sé si consciente o inconscientemente para continuar con la tradición de las breves catedrales. En ese viaje que hicimos a Tuxtla, me dijo varias cosas sobre esta misma. Su pirámide es perfecta. No hay un sólo soneto discordante del edificio.

Por ejemplo, están los referentes a las tres Memorias, la del vino, la del trigo, la del Amor, así con mayúscula. El primero nos dice que vino del Sur el Amor de cuerpo casi andino. Del Sur, dice Tiquet, que sube auroras y estaciones, estaciones todas de una ruta. El Sur como un gran ascensor que eleva, a placer, las estaciones y las auroras, pero al mismo tiempo es un rito de belleza que agradece para siempre los decretos del mayor tiempo vegetal.

Continúa diciendo, vino calladamente como el vino / y el alma inútilmente fue dudosa. Proeza es venir del Sur, como el vino. El Amor, vid portentosa que suple la magnificencia del cielo y el albo clamor de la materia. Esta vid monstruosa alegró al poeta. El Amor, para que así enjugue las materias de su encanto y fructifique serenamente los domos del placer oracular del vencimiento, se viste de otro tono, de otros colorantes.

La vid oscurece los prolegómenos del sueño y al mismo tiempo seduce los aires en el vehículo del silencio. El poeta no calla, aún revuelve su inspiración para decirnos que el cielo se somete a la memoria del Sur y dilucida un cielo lleno de luz y diamantino; oh embriaguez andina y sabia nube, quiero subir como la noche sube −y sube como la aurora, como esas estaciones, pero sube para decorar la penumbra vaga e incierta donde el poeta y su amada recabarán el canto del silencio, donde ella se volverá mujer gracias a la gracia del estro del poeta.

Tiquet remata el soneto diciendo un humilde endecasílabo y fue mujer conmigo hasta la estrella.

Lo mismo sucede con el segundo vértice del triángulo. Me refiero a la Memoria de la Sangre. Pellicer señala, en algún momento de su poesía, la sangre derramada. Esta sangre no es la derramada, sino la vertida, no es el ánimo de las delicias sino el viento que se vierte, no se la obliga a salir de su cauce. Como todas las cosas, el poeta recibe una simulación de elegante bis poética cuando inicia el soneto diciendo, Si la quiero vivir me enciendo todo.

Todo el poeta es tea y su amada estopa, pero aquí no hay diablo que valga, ambos fenecen absorbidos por las llamas al impulso didáctico del índice de Dios que los requiebra. La vida ha hecho que el poeta pueda decirnos una imagen exacta de su ardor, anda tu sangre en trópico acomodo.

El andar de la sangre es casual, es singular, puede no existir, puede o no desenvolverse ante sí mismo y aún ante nosotros mismos porque al leer el poema sabemos que brilla un sigilo perdurable en la pasión del canto que se encanta con su canto. Este sangrar tu nombre mujer, es que no tengo palabras para explicar el significado de esta imagen porque bien puede no tener ninguna explicación. Puede deducirse que el soneto es elegante por su elegancia misma no por su desempeño. La pasión impulsa al poeta a rematar su segundo lado de la pirámide con un endecasílabo más pretencioso, no me sueñes, amor, piérdeme en ella. El segundo lado del monumento ha terminado.

El tercero viene a ser una memoria que nos enseña el tiempo en que están inscritos los versos de Tiquet, siempre en el yo pero no es un yo que pida ser admitido, es un yo que busca ser sentido. Las figuras sobre el amor vuelan unas tras otras, sabemos que el poeta hablará durante todo él de la mujer que ama. Por eso es perfecta la conclusión de este triángulo, porque remata con el tema del amor. Las memorias están puestas para que sepamos de alguien y que pretendamos morir por ellas mismas. Las memorias de Tiquet −según me dijo en nuestro viaje a Tuxtla− vienen a ser el primoroso lado donde brilla el magnético instante del quebranto.

Allí el poeta puede decirnos que el amor saca perlas de un pantano y puede creerse que su mano es el mar porque es azul y el verso está con él, con el poeta.

Este último soneto sí puede ser arrogante en su construcción y bello en el mismo átomo del vals.

Pero el siguiente lado de la pirámide no va a ser tan fácil de reconocer. Comienza como una trenza de sentimiento magno o de brusca intensidad, Hoy he salido al sol y lo he mirado. Enseguida sabemos de qué se tratan estos sonetos, son reticentes a ciertos momentos de homenaje al Hombre, a mi hermano el Hombre que dijo Nezahualcóyotl. Interesante conjunción de cuatro hombres que han pensado igual. El poeta azteca ya dicho, San Francisco de Asís, Pellicer –a quien están dedicados los sonetos en Tres Tiempos a don Carlos Pellicer.

El triángulo de la pirámide puede estar completo si reconocemos la sabia virtud de recordar a los amigos, empeño que Tiquet tiene muy acendrado y recuerda a Pellicer ver-da-de-ra-men-te hasta los poros y recurre al pensamiento inicial diciendo al bardo, Acampar (otra pirámide), −como tú− la misma vida. Genial ha sido siempre la inteligencia del Tiempo y el tiempo siguiente se detiene en la vegetación, se detiene siempre en la instancia del trueno tropical pues Pellicer es eso. Trópico y Poesía para nosotros y el poeta traduce todo esto al tiempo normal y al ritmo sonetario endecasílabo.

III

Ayer encontré a don José Tiquet en la Galería de Arte. No quise decirle que fue conmigo a Tuxtla en forma de libro. No quise decirle que viajó conmigo explicándome paso a paso su poesía.

No pude decirle que era dueño del mayor conocimiento del poeta y que el poeta era él.