En su último libro de poemas, Ocnos, Cernuda exhibe una monumental inteligencia: Algunos no creyeron que la hermosura por serlo es eterna, (aun cuando no lo sea), tal es una corriente el remanso nutrido por idéntica agua furtiva, ella y su contemplación son lo único que parece arrancarnos del tiempo durante un instante desmesurado.
¿Es un poeta bello –literariamente hablando- Cernuda? Sí y no. Sí, porque sus imágenes son talentosas, fuertes, melifluas, exactas. No, porque ocupa junto a poetas que han practicado el barroquismo en forma afortunada, Sor Juana y Lezama Lima, por citar dos, un instante maravilloso en la singladura poética española.
Cernuda rechaza el barroco como una forma menor de expresión, aparentemente. Su poesía no es gongorina como la del cubano o la mexicana. Se inclina más bien hacia Garcilaso de la Vega y hacia Juan de Mena, ambos poetas practicaron otra suerte de barroquismo, un barroquismo más caballeresco, dudoso, voraz y pleno de resonancias medievales. El barroquismo unido a la regla de la caballería.
Cernuda asume su homosexualidad y ataca desde ella, no con los gritos y cañonazos gays de Jean Genet o las variadas experiencias de García Lorca. Cernuda ataca desde la flor, desde los heráldicos garzones del marquesado de Sevilla, desde el romanticismo alemán, desde Hölderlin, desde los poetas ingleses, desde William Blake, con sutiles retruécanos poéticos. Genet grita escandalizando a una sociedad burguesa que no tiene sentimientos para enclaustrar señoritas deshonradas pero que sí los tiene para exigir que los homosexuales vivan en campos de concentración, totalmente apartados de la sociedad. García Lorca define la preferencia en atractivos y valientes, amanerados y propositivos textos, la cuerda desde tira. La cuerda acabó por romperse y se deslindó la sociedad enteram esa que tanto lo admiró, del asesinato del granadino. Ambos, francés y español, luchan por un momento donde asumirse como homosexuales. Eso era poco menos que condenarse al exilio, físico o moral. O la muerte.
Ya podemos hablar del poema que nos ocupa.
Cuando Cernuda escribe Luis de Baviera escucha Lohengrin conocemos su identificación con el monarca loco y homosexual quien fuera amante de todo su cuerpo de oficiales. Extraño es que un ardiente republicano como lo fue Cernuda se identifique con un miembro de la realeza, pero tiene su razón. Manuel Ulacia dice:
...desde 1932 –cuando el fervor republicano en España estaba en su punto más alto–, la figura del monarca le había interesado (a Cernuda).
En el ensayo El espíritu lírico relaciona la función soñadora del poeta con la del rey. Cernuda siempre quiso hacer realidad sus sueños y en este extenso poema dedicado al rey Luis descubrimos su complacencia en conocerse, reconocerse más bien, en esa figura histórica.
Narcisismo muy simple, porque realmente es el más simple de los complejos, el desarrollo del texto es el siguiente. Luis de Baviera, sentado en su palco, escucha la representación, en función privada, de la ópera Lohengrin de Wagner. Siente identificarse con el héroe esplendoroso de la obra del músico, pero, a su vez, el héroe canta su identificación con un elfo. Estamos ante un violento juego y rejuego de espejos. Cernuda se identifica con Luis II de Baviera, éste se identifica, a su vez, con Lohengrin quien se identifica con un elfo y quizá el elfo sienta identificarse, muy de cerca, con Wagner. El caballero del cisne dice por fin su nombre a instancias de los malvados, contando con la debilidad de Elsa, y se pierde. Esa es la destrucción del mito. Luis no dice lo que desea, el otro Luis, el poeta, lo dice para que Lohengrin quede atrapado en ese mundo de deseos o preferencias.
La primera estrofa está plagada de minuciosos acordes que nos describen al recóndito rey oculto en su palco, escuchando la música. No puedo menos que decirlas.
Sólo dos tonos rompen la penumbra:
destellar de algún oro y estridencia granate.
Al fondo luce la caverna mágica
donde unas criaturas, ¿de qué naturaleza?, pasan
melodiosas, manando de sus voces música
que, con fuente escondida, lenta fluye
o, crespa luego, su caudal agita
estremeciendo el aire fulvo de la cueva
y con iris perlado riela en notas.
El palco, la penumbra, el brillar del oro del rey, la música, los personajes de la ópera y esa estremecedora la musicalidad –por más que a algunos no les guste la palabra– del último verso, Y con iris perlado riela en notas. Rielar es brillar con luz intensa. El brillo del escenario deslumbra al rey provocándole la ceguera. Lo que deslumbra ciega, lo que brilla oculta. Por eso mismo, el rey loco prefiere el palco a la oscuridad o a la luz. No puedo menos que repetirlo. Y con iris perlado riela en notas.
El violento hipérbaton con que comienza la segunda estrofa, Sombras la sala de auditorio nulo, nos prepara para lo que será la descripción del monarca y es donde por vez primera Cernuda lo compara con un elfo que asiste, solo, a la esplendorosa música de Wagner. El elfo, al contrario del rey, mira desde la irrealidad del escenario. Me imagino que estarían en alguno de los amorosos duetos o en la regia entrada de Elsa a la cámara nupcial.
Los ojos entornados escuchan, beben la melodía
como una tierra seca absorbe el don del agua…
No se violenta nunca el poeta andaluz para regodearse en sus metáforas. Siempre, al contrario, Cernuda equipara el fluir del sonido con el manso rebalsar del agua, así como la tierra seca absorbe el agua, así se va absorbiendo la voluntad del rey que escucha ante el músico que propone. El agua surge, aclara, declara. La luz, paradójicamente, ciega. La oscuridad es el refugio. Lohengrin, al decir su nombre, se condena. Al sacar a la luz su sigilo se pierde.
Pero el monarca orate tiene dos fiestas. Una, la musical que es la representación y la interior que es la de sus sueños, donde se siente ser ese elfo de la canción que corre por los bosques. Es un intrincado laberinto de espejos donde el poeta, el rey, el músico, el héroe y el duende, se entregan todos a un loco frenesí que explotará cuando Cernuda repare en que al día siguiente demandarán de este rey insolente y superficial, sus ministros y sus chambelanes, que gobierne, que rija con mano dura en el trono y esto es lo que menos preocupa a este soberano de opereta; de trágica opereta, válgame el lector la contradicción.
No existe el mundo, no existe la presencia humana, sólo existen el rey y sus pasiones, el rey y sus vigilias, el rey y sus temores. La realidad le ha concedido a este monarca altivo, frívolo que pueda escaparse del mundo real, que pueda sostener un maravilloso, narcisista, diálogo de espejos con sus reencarnaciones mitológicas.
El poeta es un ser solitario, es un ser que crea para sí mismo... a veces. Y esto es lo que nos da Cernuda, atisbos a esa soledad benéfica y que lo guarda. Un verso más:
Donde la soledad y el sueño le ciñen su única corona
La soledad, el sueño. Constantes en la vida de Luis Cernuda y que hace aparecer aquí en este poema dedicado a uno de los últimos monarcas de opereta, gracias a quien conocemos a Wagner en toda su justeza. Gracias a quien encontramos la luz por todos sus entornos.
Tres solitarios, Wagner, Luis II, Cernuda, los tres nos ofrecen un sentimiento voraz donde la rutina se ha aposentado, donde el insomnio los rige, donde la soledad, el sueño, serán el último, el final, del reino.