/ viernes 12 de julio de 2024

Artilugios / La silla del águila, de Carlos Fuentes.

Novela de tema político y forma epistolar, cuyo título alude al sillón presidencial mexicano, coronado por un águila. En ella encontramos una serie de cartas, y en eso atina el maestro Fuentes pues en la época que apareció dicho libro ya no se escriben cartas o epístolas como las llama pomposamente un tercio, o dos, de la población.

Escribir cartas entonces forma parte de una educación de otros tiempos. dicen los entendidos en tecnología digital que son más comprometedoras. No sé. Pienso en la ominosa frase del cardenal Richeliu, Dadme unas líneas y encontraré una traición. Así es la moderación inmoderada de esta novela. Dos activistas políticos, hombre y mujer, escriben sobre la esperanza mexicana. Dan pormenores de los posibles candidatos. Hacen agorerismos sobre quién o quiénes deben ocupar la silla del águila. Finalmente, se traicionan mutuamente porque eso hacen los cómplices.

Como verás, artilugista que me lees, Fuentes aprovecha eso que los mexicanos llamamos el canto de la grilla. La grilla es esa actividad subterránea, ajena a la política formal. El grillo acude a la chismología, al dime que te diré, a la forja de una anécdota más o menos importante. Con ello consigue sus perversos fines. Fuentes se cree, de alguna manera lo es, el sucesor de esas novelas donde la política aparece, disfrazada o no. Me refiero a las de Martín Luis Guzmán que convierte la saga revolucionaria en dos novelas nutridas de grilla. El águila y la serpiente y La sombra del caudillo. Fuentes rememora a este importantísimo escritor parodiando el título de la primera. Los caudillos, y Fuentes sabe de ellos porque escribió la biografía de Artemio Cruz, son como un ariete contra los políticos falsos o mentirosos. Perdón, cometí un oxímoron imperdonable.

La silla del águila es la que persiguen los líderes. Al menos los que así se consideran. Fuentes les da la palabra. En eso se distingue de otros escritores igualmente valiosos de su generación, pienso en Salvador Elizondo, el José Emilio Pacheco, en Sergio Pitol. Ellos enuncian momentos muy importantes del interiorismo nacional. Carlos Fuentes lo hace, pero agrega el exterior. Eso que ningún autor se atrevió a hacer, más que Rodolfo Usigli.

La lucha para llegar a sentarse en ella es el centro argumental de la obra, cuya acción se sitúa en el año 2020, cuando en 1990 se creía que eso era el futuro, en un momento en que el presidente del país está próximo a morir por enfermedad. Es decir, Carlos Fuentes se aprovecha para lanzar una de sus más arriesgadas hipótesis, así como lo hizo en Cristóbal Nonato.

La presidencia, como una de esas monarquías que aun aparecen por ahí, será hereditaria. Y la realidad superó a la ficción. Las últimas elecciones han certificado el dicho de don Carlos. Lo que se imagina se realiza. En otro tono podemos ver cómo los Simpson aciertan en cuanto a los acontecimientos políticos de nuestro país. ¿Qué información tiene Matt Groening que el gobierno de México no? El punto clave de esta novela es ofrecer al lector una realidad que se reproduce en torno a la destrucción del sistema de partidos establecido por conveniente. Fuentes no solo apuesta a que PAN, PRI o cualquier instituto político desaparecerán. La apuesta fue con todo porque de inmediato encontramos que desaparecería esa democracia por la que tanto se luchó, por la que pereció buena parte de la población desde 1914 a 1974.

El autor, a través del cruce de correspondencia entre una serie de personajes, hombres y mujeres, todos ellos próximos al poder, traza un cuadro bastante siniestro del entorno político de México tras la desaparición del partido único, el PRI. Altos cargos intrigantes, consejeros corruptos y una mujer de mediana edad que hace política en la sombra, con su mente y con su cuerpo en la misma proporción, componen un cuadro social de costumbres que el autor perfila con los tintes más oscuros. A través de su correspondencia privada y confidencial, pone en sus plumas una serie de juicios, opiniones y decisiones que reflejan absoluto cinismo, total falta de escrúpulos morales y una maquiavélica estrategia para lograr los objetivos que persiguen.

Lo que Fuentes insinúa lo vimos pronto en los titulares de los diarios. Lo que anota se impone, lo que conspira se logra. Esa es la aberrante política de México. No hay buenos ni malos. Hay maldad, pero la maldad raya en lo maquiavélico. Los intrigantes se apoderan del poder. Se acomodan al entorno. Los mandatarios los necesitan. Es decir, la tesis de la novela es simple. Nos adentraremos en la sórdida sucesión no por votos sino por designación. La cultura hispanoamericana, de la que también Fuentes es un gran analista, acudió a la democracia para deshacerse de los caudillos. Ahora necesitan su regreso para delinear la necesidad de que el Padre, el Mero Mero, el Mandamás tiene todas las soluciones, todos los proyectos, todas las fuerzas para concretarse en una elección de estado que, cada vez, será más de arriba abajo que de abajo arriba.

Hemos vivido con los ojos pelones, sin saber qué hacer con la democracia. De los aztecas al PRI, con esa pelota (la democracia) nunca hemos jugado aquí. Así va explicándose la novela, como una desazón que se deshace mientras vemos, los ciudadanos inermes, cómo cocinan los del poder la sopa que nos toca comer. O tragar.

El presidente Lorenzo Terán, un hombre bueno pero abúlico. Su intrigante jefe de Gabinete, Tácito de la Canal. Su calculador secretario de Gobernación, Bernal Herrera. Séneca, el consejero áulico que se sabe inútil. Mondragón von Bertrab, el severo secretario de la Defensa, portador de un terrible secreto. El jefe de la policía, Cícero Arruza, que no tiene enemigos porque los ha matado a todos.

El Anciano del Portal, dispensando sabiduría política desde los cafés de Veracruz, y el misterioso prisionero de la fortaleza de San Juan de Ulúa. El vengativo expresidente César León. Y dominándolo todo, María del Rosario Galván, operadora política y sexual suprema que un día le dice a su joven amante, Nicolás Valdivia, Tú serás presidente de México. Incluso, la lucha por la posesión, sexual y mental, de este joven aprendiz de grillo es una de las nuevas maneras de la política. Carlos Fuentes lo sabe. La pregunta es ¿cómo lo sabe?

Te ponen en el pecho la banda tricolor, te sientas en la Silla del Águila y ¡vámonos! Es como si te hubieras subido a la montaña rusa, te sueltan... y haces una mueca que se vuelve tu máscara... la Silla del Águila, es nada más y nada menos que un asiento en la montaña rusa que llamamos La República Mexicana.

Terribles palabras con las que Tácito de la Canal describe lo que será, o al menos ya lo es, la presidencia de México. Curiosamente lo dice al joven Valdivia por quien siente igualmente una atracción que lo hace decirle a Rosario que se apure a conquistarlo porque si no, él se lo quedaría. O sea… La diversidad sexual ya no sería un obstáculo para ocupar un cargo público. Hasta en eso dio en el clavo el maestro.

Muy acorde a los tiempos.

Novela de tema político y forma epistolar, cuyo título alude al sillón presidencial mexicano, coronado por un águila. En ella encontramos una serie de cartas, y en eso atina el maestro Fuentes pues en la época que apareció dicho libro ya no se escriben cartas o epístolas como las llama pomposamente un tercio, o dos, de la población.

Escribir cartas entonces forma parte de una educación de otros tiempos. dicen los entendidos en tecnología digital que son más comprometedoras. No sé. Pienso en la ominosa frase del cardenal Richeliu, Dadme unas líneas y encontraré una traición. Así es la moderación inmoderada de esta novela. Dos activistas políticos, hombre y mujer, escriben sobre la esperanza mexicana. Dan pormenores de los posibles candidatos. Hacen agorerismos sobre quién o quiénes deben ocupar la silla del águila. Finalmente, se traicionan mutuamente porque eso hacen los cómplices.

Como verás, artilugista que me lees, Fuentes aprovecha eso que los mexicanos llamamos el canto de la grilla. La grilla es esa actividad subterránea, ajena a la política formal. El grillo acude a la chismología, al dime que te diré, a la forja de una anécdota más o menos importante. Con ello consigue sus perversos fines. Fuentes se cree, de alguna manera lo es, el sucesor de esas novelas donde la política aparece, disfrazada o no. Me refiero a las de Martín Luis Guzmán que convierte la saga revolucionaria en dos novelas nutridas de grilla. El águila y la serpiente y La sombra del caudillo. Fuentes rememora a este importantísimo escritor parodiando el título de la primera. Los caudillos, y Fuentes sabe de ellos porque escribió la biografía de Artemio Cruz, son como un ariete contra los políticos falsos o mentirosos. Perdón, cometí un oxímoron imperdonable.

La silla del águila es la que persiguen los líderes. Al menos los que así se consideran. Fuentes les da la palabra. En eso se distingue de otros escritores igualmente valiosos de su generación, pienso en Salvador Elizondo, el José Emilio Pacheco, en Sergio Pitol. Ellos enuncian momentos muy importantes del interiorismo nacional. Carlos Fuentes lo hace, pero agrega el exterior. Eso que ningún autor se atrevió a hacer, más que Rodolfo Usigli.

La lucha para llegar a sentarse en ella es el centro argumental de la obra, cuya acción se sitúa en el año 2020, cuando en 1990 se creía que eso era el futuro, en un momento en que el presidente del país está próximo a morir por enfermedad. Es decir, Carlos Fuentes se aprovecha para lanzar una de sus más arriesgadas hipótesis, así como lo hizo en Cristóbal Nonato.

La presidencia, como una de esas monarquías que aun aparecen por ahí, será hereditaria. Y la realidad superó a la ficción. Las últimas elecciones han certificado el dicho de don Carlos. Lo que se imagina se realiza. En otro tono podemos ver cómo los Simpson aciertan en cuanto a los acontecimientos políticos de nuestro país. ¿Qué información tiene Matt Groening que el gobierno de México no? El punto clave de esta novela es ofrecer al lector una realidad que se reproduce en torno a la destrucción del sistema de partidos establecido por conveniente. Fuentes no solo apuesta a que PAN, PRI o cualquier instituto político desaparecerán. La apuesta fue con todo porque de inmediato encontramos que desaparecería esa democracia por la que tanto se luchó, por la que pereció buena parte de la población desde 1914 a 1974.

El autor, a través del cruce de correspondencia entre una serie de personajes, hombres y mujeres, todos ellos próximos al poder, traza un cuadro bastante siniestro del entorno político de México tras la desaparición del partido único, el PRI. Altos cargos intrigantes, consejeros corruptos y una mujer de mediana edad que hace política en la sombra, con su mente y con su cuerpo en la misma proporción, componen un cuadro social de costumbres que el autor perfila con los tintes más oscuros. A través de su correspondencia privada y confidencial, pone en sus plumas una serie de juicios, opiniones y decisiones que reflejan absoluto cinismo, total falta de escrúpulos morales y una maquiavélica estrategia para lograr los objetivos que persiguen.

Lo que Fuentes insinúa lo vimos pronto en los titulares de los diarios. Lo que anota se impone, lo que conspira se logra. Esa es la aberrante política de México. No hay buenos ni malos. Hay maldad, pero la maldad raya en lo maquiavélico. Los intrigantes se apoderan del poder. Se acomodan al entorno. Los mandatarios los necesitan. Es decir, la tesis de la novela es simple. Nos adentraremos en la sórdida sucesión no por votos sino por designación. La cultura hispanoamericana, de la que también Fuentes es un gran analista, acudió a la democracia para deshacerse de los caudillos. Ahora necesitan su regreso para delinear la necesidad de que el Padre, el Mero Mero, el Mandamás tiene todas las soluciones, todos los proyectos, todas las fuerzas para concretarse en una elección de estado que, cada vez, será más de arriba abajo que de abajo arriba.

Hemos vivido con los ojos pelones, sin saber qué hacer con la democracia. De los aztecas al PRI, con esa pelota (la democracia) nunca hemos jugado aquí. Así va explicándose la novela, como una desazón que se deshace mientras vemos, los ciudadanos inermes, cómo cocinan los del poder la sopa que nos toca comer. O tragar.

El presidente Lorenzo Terán, un hombre bueno pero abúlico. Su intrigante jefe de Gabinete, Tácito de la Canal. Su calculador secretario de Gobernación, Bernal Herrera. Séneca, el consejero áulico que se sabe inútil. Mondragón von Bertrab, el severo secretario de la Defensa, portador de un terrible secreto. El jefe de la policía, Cícero Arruza, que no tiene enemigos porque los ha matado a todos.

El Anciano del Portal, dispensando sabiduría política desde los cafés de Veracruz, y el misterioso prisionero de la fortaleza de San Juan de Ulúa. El vengativo expresidente César León. Y dominándolo todo, María del Rosario Galván, operadora política y sexual suprema que un día le dice a su joven amante, Nicolás Valdivia, Tú serás presidente de México. Incluso, la lucha por la posesión, sexual y mental, de este joven aprendiz de grillo es una de las nuevas maneras de la política. Carlos Fuentes lo sabe. La pregunta es ¿cómo lo sabe?

Te ponen en el pecho la banda tricolor, te sientas en la Silla del Águila y ¡vámonos! Es como si te hubieras subido a la montaña rusa, te sueltan... y haces una mueca que se vuelve tu máscara... la Silla del Águila, es nada más y nada menos que un asiento en la montaña rusa que llamamos La República Mexicana.

Terribles palabras con las que Tácito de la Canal describe lo que será, o al menos ya lo es, la presidencia de México. Curiosamente lo dice al joven Valdivia por quien siente igualmente una atracción que lo hace decirle a Rosario que se apure a conquistarlo porque si no, él se lo quedaría. O sea… La diversidad sexual ya no sería un obstáculo para ocupar un cargo público. Hasta en eso dio en el clavo el maestro.

Muy acorde a los tiempos.