Un estudiante que huye de la justicia entra en una buhardilla de un astrólogo y allí libera a un diablo encerrado en una redoma, quien, en agradecimiento, levanta los tejados de Madrid y le enseña todas las miserias, trapacerías y engaños de sus habitantes.
Publicada en 1641, El diablo cojuelo. Verdades soñadas y novelas de la otra vida es la obra más conocida de Luis Vélez de Guevara, a más de alguna otra famosa obra como El niño diablo también atribuida a Lope de Vega. Vélez de Guevara nace en 1579 y fallece en 1639. Es uno de esos autores opacados por la brillantez de otros poetas como el ya citado Lope o Quevedo, o Góngora. Los tres, bien valen una enciclopedia. Por lo que el bachiller Vélez de Guevara puede costarnos una monografía.
Claro, todo el que se arriesga a escribir se convierte en un desalado autor, al menos de una sola obra. No es el caso que nos ocupa. El bachiller Vélez de Guevara escribe El diablo cojuelo y con esta novela consigue reflejar las costumbres, la síntesis cultural y literaria de la época barroca.
El personaje era ya popular en la cultura castellana del siglo XVII y estaba fijado en refranes, dichos y canciones, pero la referencia más conocida es la de esta novela, que recogió las andanzas de este personaje popular, junto al personaje del hidalgo estudiante Don Cleofás Leandro Pérez Zambullo, en el Madrid de la época. Una divertida historia que se ha quedado en el tintero.
Ahora bien, su estructura variada, sin secuencia clara nos lleva de los tejados de Madrid, de las miserias que ahí se encuentra don Cleofás hasta el infierno donde se le sigue juicio al diablo cojo. Asmodeo es el que enreda y es tan poderoso que puede poseer varias personas al mismo tiempo. No en balde, levanta los techos de las casas y muestra a don Cleofás la miseria que existe dentro. Pecadores todos, la obra representa un alegato moral en favor de la indulgencia. Si todos pecamos, ¿porqué la penitencia? Lo que menos tiene esta novela es penitencia.
Contada en un talante satírico, jocoso, pleno de chistes, chismes, y hedores (¡ah cómo es pedorro Asmodeo!) el ánimo que se agrega es el desliz de todo novelista, jugar con las palabras, acomodar un lenguaje que perfile su permanencia en el mundo de las letras. Ah, cómo es pretencioso el artilugista que esto escribe. Igual lo es el escritor. Si miramos con detenimiento encontraremos en este infierno que es Madrid muchos de los círculos infernales que Dante describe en su obra. Vélez de Guevara busca la premura de su narración para decirnos que todos podríamos irnos al infierno, aunque no debería ser tan malo.
En este caso, la obra satiriza a la sociedad de la época. Mediante la contemplación de las casas de la sociedad española, el autor pretende mostrar la verdadera faceta de cada clase y sus costumbres. Es un tema muy recurrido durante el Barroco español, debido al concepto del desengaño, tan cultivado, y que causaba tanta preocupación entre los autores del momento.
Narrada en 10 trancos, o capítulos como solía llamársele a estos segmentos de las obras en el siglo de Oro, su desfasada simetría convoca a cuidarnos mucho de esos demonios enredadores.
En el Talmud, Asmodeo no parece ser una criatura tan maligna como en otros libros, sino que relata historias sobre su trato con el rey Salomón. Al parecer, Salomón llegó a atrapar al demonio y lo obligó a construir el Templo de Jerusalén. Por eso el demonio es considerado el mejor contratista de todo el universo. Construye acueductos, castillos, edificios en una noche.
En otra leyenda medieval judía, Asmodeo y Salomón se cambiaron el uno por el otro durante varios años. Y quizá esto es una parodia de la leyenda griega en la que Zeus y Hermes toman los lugares de Anfitrión y su criado, seducen a las esposas de ambos y después nace Heracles.
En otra Asmodeo es presentado como el rey de todos los demonios, similar al concepto cristiano de Satán, y como amante de Lilith después de que ésta abandonara a Adán.
Vélez de Guevara lo pone aquí, como guía del bachiller que lo acompaña al infierno, sufre del calor abrasador y logra escapar de la turba de demonios que los persiguen.
Ahora bien, todos los ingenios de su época como Miguel de Cervantes, Francisco Bernardo de Quirós, Lope de Vega, Andrés de Claramonte, Juan Pérez de Montalbán, Francisco de Quevedo entre ellos, alaban unánimemente en él, como Cervantes, “lustre, alegría y discreción de trato”.
En su época llegó a rivalizar con el propio Lope de Vega y Calderón por el cetro del teatro español, tanto en los corrales de comedias como en los coliseos de la realeza.
Lope mismo no le escatimó elogios en su Filomena y en su Laurel de Apolo, como tampoco Francisco de Quevedo, Juan Pérez de Montalbán o Cervantes, quien, sin embargo, en el prólogo que puso en 1615 a sus propias comedias, veía excesivas sus aparatosas escenografías llenas de rumbo, tropel, boato y grandeza. Montalbán escribió en su Para todos que
Había escrito más de cuatrocientas comedias, y todas ellas de pensamientos sutiles, arrojamientos poéticos y versos excelentísimos y bizarros, en que no admite comparación su valiente espíritu.
Vélez de Guevara destina una buena parte de su obra a resarcir con encono a este diablejo enredador… y lo consigue. Al final, cuando escapan del averno, se da una de las más jocosas instancias del humor. Ya para finalizar una aproximación a estos detalles.
La escritura del siglo XVII es netamente metaliteraria. Los textos grecolatinos traducidos y publicados en la centuria anterior, así como el desarrollo de las literaturas en lenguas vernáculas ponen a disposición de los autores un caudal literario que permite prescindir de la imitación de la naturaleza e instalarse en una escritura libresca.
Las referencias explícitas a otras obras literarias en El Diablo Cojuelo muestran
esta situación, así como las cartas que el autor ha jugado en su composición. La
alusión a Luciano, en el Tranco I ayuda a ubicar tipológicamente la novela de Vélez:
—Don Cleofás, desde esta picota de las nubes, que es el lugar más eminente
de Madrid, malaño para Menipo en los diálogos de Luciano, te he de enseñar todo
lo más notable que a estas horas pasa en esta Babilonia española, que en la confusión fue esotra con ella segunda de este nombre (I, p. 78).
La referencia no solo muestra el modelo, sino el afán de superarlo, como hiciera
también Cervantes al mencionar a Heliodoro con ocasión de su Persiles y Segismunda.
En el siguiente Tranco le tocara el turno a una fuente medieval, la de Ramón
Llull, sin que falten los libros de caballerías, y un guiño a los Sueños de Quevedo
(Tranco III).
En el mismo Tranco encontramos el motivo cervantino de la locura por la lectura. Es decir, Vélez de Guevara es un docto y conocedor de los autores de sus épocas.
Invito al lector a leerla y a coincidir, o no, con las palabras, palabras, palabras de un servidor.