/ miércoles 3 de julio de 2024

Artilugios | Centenario de José Donoso.

Pues querido artilugista, qué le vamos a hacer. Es momento de escribir sobre José Donoso quien, por cierto, este año cumpliría 100 años. La verdad es que Donoso conforma el boom latinoamericano en su instante menos promocionado. Y seamos serios en que no pongo énfasis en que sea el peor, que hay quienes lo consideran así, sino que fue el menos afortunado de los boomistas. Aunque fue galardonado y reconocido en su tierra y en otras regiones del mundo.

Sus novelas son delirantemente ominosas. Sus personajes están más allá del bien y del mal, perdonándome este lugarsote común tan disparatado. Desde ese travesti, que no trans, ojo, para que luego no me estén molestando, de El lugar sin límites a las ancianas que celebran la vida de esa zoomórfica anciana en Coronación o la familia que decide meterse a la casa de campo donde sufrirán las escenas más bizarras y salvajes en la novela del mismo nombre, no podemos menos que creer en Donoso como un escritor conflictuado por sus demonios que salen de madre, rompiendo las buenas maneras.

No hay buenas maneras en los libros de Donoso. Es más, él hace una historia personalísima del Boom que acude más a la habladuría que a la genialidad de sus componentes. De José Donoso permítanme algunos datos biográficos. José Manuel Donoso Yáñez, Santiago, 5 de octubre de 1924. Santiago, 7 de diciembre de 1996, más conocido como José Donoso, fue un escritor, periodista y profesor chileno.

Formó parte del llamado boom latinoamericano de las décadas de 1960 y de 1970, y recibió varios galardones, entre ellos el Premio Nacional de Literatura en 1990.

Fue un hombre de familia acomodada, lo que le permitió leer y escribir como tantos otros a los que criticaba duramente, pienso en Bioy Casares o en Alejandro Rossi. Quizá por eso acudió a la chismografía como una de las anuencias o razones para cotorrear, como decimos en México, a sus brillantes colegas boomistas.

El Boom era el brillo y el genio que sucedía frente a nuestros ojos, pero en un lugar muy distante, en un remoto punto del espacio llamado aeropuerto, llamado Barcelona, llamado quizás París. Una situación nada trágica, por otro lado, porque el Boom era como puede ser ahora Salma Hayek, un estallido luminoso, una perfección, una fiesta de la vitalidad, a la que uno nunca se va a tropezar en el metro.

El Boom solidificó en el lector no especializado y en los periodistas indolentes, la idea de una narrativa latinoamericana centrada tan solo en la estética del realismo mágico (el peor de los realismos, como lo llamaba Severo Sarduy), arrojando sobre un continente la sospecha de una novelística llena de calor, mujeres que se elevan envueltas entre sábanas, barcos en medio de la selva, curas que levitan al beber chocolate, y por supuesto el despliegue de paisajes exóticos y desmesurados.

Donoso se encargó de todo eso, según estas notas anteriores del escritor Juan Carlos Méndez Guédes. Igualmente se encargó de consolidar la postura de sus famosos compañeros en la aventura del Boom. Lo que no pudo ser es que el chileno se dio a la tarea de convertirse en esa oscuridad adjunta al grupo. Algo así como el Annakin Skywalker de la reconocidísima serie. Sus obras corresponden a lo que no se dice. Corresponden a una historia literaria paralela a los escarceos literarios de Vargas Llosa o García Márquez. Leer El lugar sin límites no es lo mismo que ver la película.

Arturo Ripstein, ese director mexicano que mucho se regodea en las escenas que nadie quiere ver en el cine, expone lo ya expuesto. Por ejemplo, Lucha Villa en una simulación del acto sexual con Roberto Cobo que acecha, vejete voyerista, dueño de vidas y haciendas, pero no de sus impulsos, Fernando Soler.

Otro diámetro de la plasticidad de las escenas del autor que nos ocupa es la que funda Sergio Olhovich en Coronación. Ahí, Carmen Montejo retoma esos papeles que la hicieron actriz. La matrona que toma las riendas, convirtiéndose en carcelera desde una cama de la que no puede levantarse. Ernesto Alonso, en la plenitud de sus años, que no de su carrera, la mira con odio, la increpa, le dice cosas que solo podemos decirle a quien es nuestro pariente.

Las fieles criadas de la señora, mientras tanto, celebran el cumpleaños de la reina con viandas y vinos que las emborrachan e indigestan. Y cuando la fiesta está en su mejor momento, dos ladronzuelos aprovechan para entrar a la casa a robar. Le dan como cebo al viejo a la chica de la limpieza, joven y esbelta, un delicioso bocado que Alonso no puede despreciar.

Imagínese el lector llegar a su casa y encontrar a sus parientes en una malsana orgía de vómito, alcohol, frustración sexual y con las vitrinas abiertas, robadas, estupradas.

Eso es el corredor de las novelas de Donoso. Nos llevan al asco, al temor. Cuando descubrimos que el dulce abuelito embarazó a una nieta o que el padre goza viendo los ritos de los aborígenes que enloquecen a una de sus hijas gemelas. La lloricosa se va a refugiar a la casa de campo. Cuando el padre la busca, encuentra que la lloricosa ha decapitado a su hermana y la cabeza está incinerándose en el horno de piedra.

¿Verdad que no es tan fácil enfrentarse a los renglones de este escritor que caga en nuestro rostro sin necesidad de anunciarlo? Una de sus últimas novelas, Donde van a morir los elefantes, es del mismo modo una serie de bochornosas situaciones donde una gordita ninfómana participa en el conjunto de una orgía filmada en realidad virtual. El protagonista se hace con unos lentes de esos que dejan ver esa realidad que no es la nuestra. Y ahí, haciéndole una fellatio a un hombrón, está la gordita, sin pudor, sin lastimarse, sin lastimar más que al catedrático latinoamericano que no esperaba encontrarse tal escena en esa universidad que raya en la solidez de un monasterio.

Tras la muerte de Donoso y la publicación de su obra epistolar personal a comienzos del siglo XXI, se pudo comprobar su compleja homosexualidad, que históricamente había sido un tema tabú en el medio social y literario chilenos, aunque siempre fue un secreto a voces. Donoso, en sus cartas y en su diario, expresa el dolor de no poder vivir de modo armónico sus relaciones personales.

Eso es lo que hace así su Literatura, plagada de personajes siniestros, de cosas que no se dicen porque lesionan. O que precisamente por esa lesión del ánima, hay que decirlas de alguna forma. Brillantes ejercicios de la paradoja demostrada con sus tormentos y fosos, José Donoso es ese autor incomodo, y no son muchos, pienso en Passolini o en nuestro Martré, Gonzalo, que desnudan una sociedad que existe y no queremos creer en ello. Mucho menos verla.

El espacio expuesto por las novelas de sus colegas es limitado. Donoso no descubre porque goza destapando lo encubierto. Por lo tanto, su obra es voluptuosamente callada. Además de siniestra, delirante, adictiva. Solo él pudo lograrlo.

Pues querido artilugista, qué le vamos a hacer. Es momento de escribir sobre José Donoso quien, por cierto, este año cumpliría 100 años. La verdad es que Donoso conforma el boom latinoamericano en su instante menos promocionado. Y seamos serios en que no pongo énfasis en que sea el peor, que hay quienes lo consideran así, sino que fue el menos afortunado de los boomistas. Aunque fue galardonado y reconocido en su tierra y en otras regiones del mundo.

Sus novelas son delirantemente ominosas. Sus personajes están más allá del bien y del mal, perdonándome este lugarsote común tan disparatado. Desde ese travesti, que no trans, ojo, para que luego no me estén molestando, de El lugar sin límites a las ancianas que celebran la vida de esa zoomórfica anciana en Coronación o la familia que decide meterse a la casa de campo donde sufrirán las escenas más bizarras y salvajes en la novela del mismo nombre, no podemos menos que creer en Donoso como un escritor conflictuado por sus demonios que salen de madre, rompiendo las buenas maneras.

No hay buenas maneras en los libros de Donoso. Es más, él hace una historia personalísima del Boom que acude más a la habladuría que a la genialidad de sus componentes. De José Donoso permítanme algunos datos biográficos. José Manuel Donoso Yáñez, Santiago, 5 de octubre de 1924. Santiago, 7 de diciembre de 1996, más conocido como José Donoso, fue un escritor, periodista y profesor chileno.

Formó parte del llamado boom latinoamericano de las décadas de 1960 y de 1970, y recibió varios galardones, entre ellos el Premio Nacional de Literatura en 1990.

Fue un hombre de familia acomodada, lo que le permitió leer y escribir como tantos otros a los que criticaba duramente, pienso en Bioy Casares o en Alejandro Rossi. Quizá por eso acudió a la chismografía como una de las anuencias o razones para cotorrear, como decimos en México, a sus brillantes colegas boomistas.

El Boom era el brillo y el genio que sucedía frente a nuestros ojos, pero en un lugar muy distante, en un remoto punto del espacio llamado aeropuerto, llamado Barcelona, llamado quizás París. Una situación nada trágica, por otro lado, porque el Boom era como puede ser ahora Salma Hayek, un estallido luminoso, una perfección, una fiesta de la vitalidad, a la que uno nunca se va a tropezar en el metro.

El Boom solidificó en el lector no especializado y en los periodistas indolentes, la idea de una narrativa latinoamericana centrada tan solo en la estética del realismo mágico (el peor de los realismos, como lo llamaba Severo Sarduy), arrojando sobre un continente la sospecha de una novelística llena de calor, mujeres que se elevan envueltas entre sábanas, barcos en medio de la selva, curas que levitan al beber chocolate, y por supuesto el despliegue de paisajes exóticos y desmesurados.

Donoso se encargó de todo eso, según estas notas anteriores del escritor Juan Carlos Méndez Guédes. Igualmente se encargó de consolidar la postura de sus famosos compañeros en la aventura del Boom. Lo que no pudo ser es que el chileno se dio a la tarea de convertirse en esa oscuridad adjunta al grupo. Algo así como el Annakin Skywalker de la reconocidísima serie. Sus obras corresponden a lo que no se dice. Corresponden a una historia literaria paralela a los escarceos literarios de Vargas Llosa o García Márquez. Leer El lugar sin límites no es lo mismo que ver la película.

Arturo Ripstein, ese director mexicano que mucho se regodea en las escenas que nadie quiere ver en el cine, expone lo ya expuesto. Por ejemplo, Lucha Villa en una simulación del acto sexual con Roberto Cobo que acecha, vejete voyerista, dueño de vidas y haciendas, pero no de sus impulsos, Fernando Soler.

Otro diámetro de la plasticidad de las escenas del autor que nos ocupa es la que funda Sergio Olhovich en Coronación. Ahí, Carmen Montejo retoma esos papeles que la hicieron actriz. La matrona que toma las riendas, convirtiéndose en carcelera desde una cama de la que no puede levantarse. Ernesto Alonso, en la plenitud de sus años, que no de su carrera, la mira con odio, la increpa, le dice cosas que solo podemos decirle a quien es nuestro pariente.

Las fieles criadas de la señora, mientras tanto, celebran el cumpleaños de la reina con viandas y vinos que las emborrachan e indigestan. Y cuando la fiesta está en su mejor momento, dos ladronzuelos aprovechan para entrar a la casa a robar. Le dan como cebo al viejo a la chica de la limpieza, joven y esbelta, un delicioso bocado que Alonso no puede despreciar.

Imagínese el lector llegar a su casa y encontrar a sus parientes en una malsana orgía de vómito, alcohol, frustración sexual y con las vitrinas abiertas, robadas, estupradas.

Eso es el corredor de las novelas de Donoso. Nos llevan al asco, al temor. Cuando descubrimos que el dulce abuelito embarazó a una nieta o que el padre goza viendo los ritos de los aborígenes que enloquecen a una de sus hijas gemelas. La lloricosa se va a refugiar a la casa de campo. Cuando el padre la busca, encuentra que la lloricosa ha decapitado a su hermana y la cabeza está incinerándose en el horno de piedra.

¿Verdad que no es tan fácil enfrentarse a los renglones de este escritor que caga en nuestro rostro sin necesidad de anunciarlo? Una de sus últimas novelas, Donde van a morir los elefantes, es del mismo modo una serie de bochornosas situaciones donde una gordita ninfómana participa en el conjunto de una orgía filmada en realidad virtual. El protagonista se hace con unos lentes de esos que dejan ver esa realidad que no es la nuestra. Y ahí, haciéndole una fellatio a un hombrón, está la gordita, sin pudor, sin lastimarse, sin lastimar más que al catedrático latinoamericano que no esperaba encontrarse tal escena en esa universidad que raya en la solidez de un monasterio.

Tras la muerte de Donoso y la publicación de su obra epistolar personal a comienzos del siglo XXI, se pudo comprobar su compleja homosexualidad, que históricamente había sido un tema tabú en el medio social y literario chilenos, aunque siempre fue un secreto a voces. Donoso, en sus cartas y en su diario, expresa el dolor de no poder vivir de modo armónico sus relaciones personales.

Eso es lo que hace así su Literatura, plagada de personajes siniestros, de cosas que no se dicen porque lesionan. O que precisamente por esa lesión del ánima, hay que decirlas de alguna forma. Brillantes ejercicios de la paradoja demostrada con sus tormentos y fosos, José Donoso es ese autor incomodo, y no son muchos, pienso en Passolini o en nuestro Martré, Gonzalo, que desnudan una sociedad que existe y no queremos creer en ello. Mucho menos verla.

El espacio expuesto por las novelas de sus colegas es limitado. Donoso no descubre porque goza destapando lo encubierto. Por lo tanto, su obra es voluptuosamente callada. Además de siniestra, delirante, adictiva. Solo él pudo lograrlo.