/ lunes 3 de junio de 2024

Artilugios / 100 años de Turandot

La vida del compositor italiano Giacomo Puccini estuvo circundada de alegrías y tragedias. Una tragedia más bien que, como todo artista, convirtió en arte. Este año se conmemora y celebra la muerte del autor y su obra final, ese pórtico a la era moderna de la ópera titulado Turandot. La vida de un hombre debe ser valorada por sus aportes al progreso de la Humanidad. Científicos y artistas acomodan su conocimiento para que el género humano se vista con ropas lujosas. Un artista de este nivel fue el que hoy nos ocupa.

Puccini (1858-1924) fue un visionario, creador de los conceptos de música que regirían el cine durante el siglo XX. Para él, el uso de pasajes modales o recursos politonales y la tonalidad o la atonalidad eran cuestiones de efecto que estaban definidas por las necesidades dramáticas de la obra. Por ejemplo, en Tosca, la forma en que reemplaza el texto por pasajes musicales nos anticipa la acción que está por acontecer, al mejor modo de Alfred Hitchcock en sus películas de suspense. Otro ejemplo es en La bohème, cuando se escucha el tema de Mimí antes de que ella aparezca en escena, cuando Rodolfo les dice a sus amigos que se va a quedar en la buhardilla.

Fue uno de los pocos compositores de ópera capaces de usar brillantemente las técnicas operísticas alemana e italiana. Se le considera el sucesor de Giuseppe Verdi. Algunas de sus melodías, como O mio babbino caro, de Gianni Schicchi; Che gelida manina, de La bohème, y Nessun dorma, de Turandot, forman parte hoy día de la cultura popular.

Puccini vivió desde 1891 en Torre del Lago, una pequeña localidad a unos 20 kilómetros de Lucca situada entre el Mar Tirreno y el lago Massaciuccoli, al sur de Viareggio. Al principio, vivía en una casa alquilada y pasaba mucho tiempo dedicado a la caza, aunque continuaba visitando Lucca regularmente. Sin embargo, en 1900 compró un terreno y construyó una casa al borde del lago. Puccini vivió en ella hasta 1921, cuando la contaminación del lago por los trabajos de extracción de turba le obligaron a trasladarse a Viareggio, un poco más al norte.

Puccini vivió pues las mieles del éxito. Del mismo modo los terribles ecos de la tragedia. En 1909, una nueva tragedia y un escándalo golpearon profundamente al músico, que era habitualmente infiel a su esposa. Una de sus criadas, Doria Manfredi, de 23 años, objeto de los celos obsesivos de Elvira, la esposa, que la acusó públicamente de adulterio, se suicidó envenenándose.

Sin embargo, la autopsia indicó que Doria era virgen, lo que refutó la acusación en su contra. Elvira fue procesada por calumnia y condenada a más de cinco meses de prisión, pero un fuerte pago a la familia Manfredi por parte de Puccini evitó que Elvira tuviera que cumplir la sentencia. Este drama agravó la relación entre el compositor y su esposa, y sus efectos psicológicos interfirieron en su capacidad para completar composiciones e influyeron en la creación de personajes, como Liu en Turandot, una esclava que muere trágicamente suicidándose.

Puccini tuvo varias aventuras con chicas de la localidad, nunca que yo sepa con alguna artista de renombre, como lo hizo Mozart. Estas aventuras influían en la relación con Elvira de manera desquiciada. Elvira era una mujer presa de celos que su esposo no hacía por paliar. Al contrario. Rico ya, con una pasión desbordada por los autos de lujo, Puccini recorría la campiña italiana en sus muchos autos causando furor entre las muchachas que veían al compositor como un dios.

Gerardo Kleinburg opina que la historia de la esclava Liu, enamorada del príncipe, da su vida por él antes que delatar el nombre es la historia de la mucama. Doria, probablemente enamorada del compositor, nunca fue una de sus amantes. Su muerte vino del cielo, fue la víctima de un dios bárbaro. Elvira y Puccini fueron los oficiantes que no pudieron detener la catástrofe. Liu da su vida para que el universo siga. Es toda una tragedia de amor y muerte.

La historia de Turandot es como un cuento de hadas tomado de la antigua tradición de la Commedia dell’arte. Basada en una fábula teatral de Carlo Gozzi y representada por primera vez en 1924, Turandot es la primera ópera pucciniana de ambientación fantástica, cuya acción se desarrolla en el tiempo de las fábulas. En esta ópera, el exotismo se convierte en la propia forma del drama. China es así una suerte de reino de los sueños y de eros, con apariciones, fantasmas, voces y sonidos provenientes de la otra dimensión fuera de la escena. Plagada de hermosos tonos, la ópera se funde en un delicado ambiente chinesco enmarcado en las formas precisas del teatro italiano.

Puccini no se mide. Usa una potente voz de soprano para Turandot, la cruel princesa. Una dulce voz lírica para Liu, la esclava enamorada y un registro formidable para el príncipe desconocido, Calaf que da mucho lucimiento al tenor que lo interprete. Todos los recursos narrativos, una orquesta de poderosos acordes, así como la serie de instrumentos chinescos dan vida a una fábula de terror y amor como nunca se vio.

Liu conforma una serie de apasionadas melodías. Sus dos arias son de una fuerza amorosa que no tiene competencia. En verdad, si escuchamos con atención la galaxia soprano de ese tiempo, Puccini sigue esa escuela verdiana del bel canto. Claro, la recompone y ofrece un tipo de anti diva que no pasa desapercibida. El amor de la niña llega a limites insospechados. Canta la primera de sus arias frente a la Gran Muralla pidiéndole a su señor que no ceda ante la belleza lunar de la princesa. Turandot es la oscuridad de la noche. Liu es un peón de la luz. Ni siquiera es aristócrata. Su nobleza viene del corazón. Esta primer aria sirve para que la amemos de inmediato así como odiamos a la princesa desde que la vemos. Fue la musa oscura del autor. Está basada en ese episodio en que toma veneno ante la maldad de la esposa, la mujer oscura. De este suceso, Puccini compuso uno de los más hermosos personajes, dulce, amable, dotado de una tesitura apasionada que define dos momentos cruciales de la ópera.

La segunda aria ocurre cuando es torturada, por órdenes de Turandot, para que rebele el nombre del extranjero. Liu se resiste. Declara que el amor es lo más sublime. Se da muerte no sin antes decirle a la princesa, Su nombre es amor. Muere Liu ante un febril cortejo donde Timur, el padre de Calaf, el que debe su vida a Liu, canta un responso más cercano a un réquiem que a una tonada oriental.

Liu es la víctima. Turandot es la malvada que ve conquistado su corazón por la nobleza de Calaf que, antes que despunte el día, rebela su nombre a la princesa de las sombras. Turandot, en un primer momento, ve la luz hecha. No perderá. Llevará a este joven al cadalso como lo ha hecho con muchos otros pretendientes. El dúo de amor señala esta duda que Puccini decidió sembrar aun en el espectador, como una equivoca vuelta de tuerca. Sé tu nombre, le dice, sé tu nombre extranjero.

Desgraciadamente, este dúo de amor no fue concluido por Puccini. La muerte lo sorprendió antes de escribir estas notas finales de pecado y redención. Su discípulo, el compositor Franco Alfano, siguiendo al pie de la letra las notas de su maestro, dio final a la ópera que, en su estreno, fue detenida por el director de orquesta Arturo Toscanini para decirle a un asombrado público que la muerte sorprendió a Puccini en ese momento. Que ahora escucharían el final de Alfano.

Y así, la leyenda quedó cerrada. Doria/Liu fallece en vano al parecer. Doria sí. Liu da su vida para que otros sean felices. ¿Puede haber mayor muestra de amor?

En el final de la ópera, Turandot, ya curada de su perversa afición a no entregarse a ningún hombre, dice a la corte entera que el nombre del extranjero es Amor. La apoteosis final toca los corazones del público. Calaf se convierte en el príncipe consorte. Vienen mejores tiempos para este reino otrora presa de la oscuridad. Solo Liu perece. Es la víctima de un sacrificio falaz. Es Ifigenia, es la que dio su vida para apaciguar a los dioses.

Hermoso final que hoy cumple 100 años de modelar los destinos del arte.